Las novelistas Rosa Ribas y Sabine Hofmann, con Azul Marino (ed. Siruela), ponen fin a la trilogía policiaca protagonizada por la periodista Ana Martí. A su paso por Barcelona hablamos con Rosa Ribas y, extrañamente, el personaje de Martí se cuela en la conversación.

Nos encontramos en la Barcelona de 1959. En esa particular geografía del entonces llamado Barrio Chino -hoy “El Raval”, en catalán-, unos personajes llenan las calles y los bares con un vistoso e impoluto uniforme blanco –azul en invierno-. Se trata de los marineros de la Sexta Flota norteamericana que permanece fondeada en el puerto. En un tugurio del barrio aparece degollado uno de estos jóvenes marineros, oficial de telégrafos y de origen portorriqueño. ¿Será el resultado de una reyerta arrabalera? No todo es lo que parece y el inspector Isidro Castro, a su pesar, debe colaborar con el policía militar yanqui, Thomas Wilson, para la investigación. Castro acude a la periodista Ana Martí, con la que ya ha colaborado en otros casos, para que le haga de intérprete, aunque la plumilla desarrolla su propia investigación. Tráfico de drogas, contrabando, prostitución y la doble moral de una alta burguesía tan poderosa como depravada, aparecen en esta historia llena de giros dramáticos.

Rosa Ribas
Rosa Ribas. Foto: Francesc Sans

La ciudad se despierta intentando dejar atrás las heridas que en sus calles y habitantes han dejado la guerra y la posterior posguerra. Estamos en plena dictadura y lo más exótico y novedoso son estos marineros y marines que pululan por las Ramblas. Aunque las emisiones de televisión en España comenzaron en 1956, no sería hasta el año 1959 que la señal llegó a Catalunya (los primeros receptores costaban unas 6.000 pesetas, y sólo unos 20.000 ciudadanos se pudieron hacer con uno. No les cuento la primera retrasmisión inaugural y su resultado porque soy culé); por eso los aparatos de radio eran las joyas de las casas, llenando los patios de luces de coplas, radionovelas y las sintonías de “Cabalgata fin de semana” y el “Carrusel deportivo”. La geografía sentimental de la ciudad, con sus locales, historias y leyendas, se abren paso en el relato. Pero sin olvidar que las cárceles están llenas presos políticos y el eco de los disparos contra los últimos maquis urbanos, como en el caso de Josep Lluís Facerías, aún retumban por las calles de la ciudad. Es una época gris, pero como toda época, también está llena de sueños, de proyectos, de amor, de vida. Las ayudas internacionales que unos años antes hubieran servido para apaliar la miseria de la posguerra, eran rechazadas por la España franquista que no quería saber nada que viniera allende de los Pirineos. El subdesarrollo español se prolongó hasta los años sesenta. Y en esa Barcelona de final de la década de los cincuenta empezaron abrirse locales de jazz, barras americanas, y locales con nombres como Saratoga, California, Kentucky, Grill Room, etc., en fin, que algunas modas del “amigo americano” comenzaban a llegar. Claro que el inspector franquista Isidro Castro tenía su propia opinión según nos cuenta la narradora:

“No le gustaban los americanos. No era tanto el que fueran protestantes, allá ellos, sino las ínfulas que de daban de ser los paladines de la libertad, como si eso fuera algo importante o necesario. Era la soberbia con que miraban a los españoles, como si fueran medio pigmeos. Era su manera de andar tirando dólares, para que la gente los recogiera como las focas del circo. Era su idioma, era su música, era esa maldita goma de mascar que los hacía parecer rumiantes. Eso sí, el tabaco era excelente”.

Rosa, en la época que novelas, la ONU ya había retirado sanciones contra España y, por primera vez unos años antes, la prestigiosa revista ilustrada LIFE había publicado una editorial elogiosa con el nuevo amigo estratégico. El “Vigilante de Occidente” contra el comunismo como se autocalificó el régimen. ¿Qué implicaciones políticas podía tener el asesinato del militar norteamericano en aquella época?

Rosa Ribas-. Claro, llegaron muchas cosas de Estados Unidos, muchas modas y costumbres, de las cuales unas se quedaron para siempre y, a pesar del veto internacional que tuvo España por su intolerancia religiosa ,entre otras cosas, empezaron a llegar algunas ayudas…

Sí, en los colegios públicos se daban unos botellines de leche que decían que venían de Norteamérica. Pero también como en los años cuarenta, los 600 kilos de café que donó el dictador brasileño Getúlio Vargas fueron a parar, tras su venta, a las cuentas de la familia Franco; según cuenta el historiador Ángel Viñas en un reciente libro.

Rosa Ribas-. Sí, pero la frustración era que lo que no vino era la libertad, la democracia; esa apertura real o aparente del régimen sirvió para apuntalarlo. En concreto y sobre lo que me preguntas, el asesinato en mi novela tiene implicaciones políticas porque unos prefieren que el culpable o culpables sean yanquis, y los americanos que sea español, para dejar intacto el prestigio de su ejército. De ahí muchas de las tensiones que hay entre Isidro Castro y Thomas Wilson, el policía militar.

Además, el superior de Castro, el comisario y falangista Goyanes ve en este caso una trampa de sus enemigos políticos para que fracase.

Esta pregunta va para Ana Martí: Trabajas en El Caso, un diario de crónica negra muy amarillista y una revista de las llamadas “femeninas”. ¿Te sientes realizada como periodista?

Rosa Ribas-. Bueno, como sabes, en Don de lenguas trabajaba en La Vanguardia, de la que fui despedida…

Rosa Ribas
Rosa Ribas. Foto: Francesc Sans

Hoy son legión los periodistas que se están quedando sin trabajo…

Rosa Ribas-. …Ya en El gran frío comienzo a trabajar en El Caso. Claro que no me siento realizada como periodista, porque estamos en una dictadura donde la censura, y peor aún, la autocensura están al orden del día. Por ejemplo, a mi me encargan escribir una crónica sobre un taller de costura para “mujeres descarriadas”, donde debo dar pábulo a una airada y seca mujer que se llama Aurora Peiró y yo no tengo ganas de hacer ese artículo. Al principio me daba apuro escribir notas sobre asesinatos y accidentes, yo que venía de una saga de periodistas renombrados que trabajaban en La Vanguardia. Incluso no me atrevía a firmar con mi nombre, y con cierta fama fui conocida como “La chica de El Caso”. Luego me saqué la careta. En Madrid estaba Margarita Landi y en Barcelona yo, algo más discreta y menos extravagante. Eso sí, para cubrir ciertas historias en lugares de difícil acceso, las dos solíamos llevar pantalones, a pesar de las miradas inquisitoriales de los hombres y, sobre todo, de otras mujeres. Por no hablarte de lo duro que es trabajar con los prejuicios de la época hacia la mujer profesional.

“¿Sabías que hace unos años hubo muertos en un encuentro entre el Barcelona y el Español porque vendieron demasiadas entradas? No se enteró nadie. Orden de silencio, como en los cuarteles. Y lo tenemos tan asumido que la mayoría de las veces nosotros mismos sacamos la tijera y amputamos nuestros textos, a veces incluso nuestro pensamiento”.

Pero hay que ganarse la vida…

Rosa Ribas-. Sigue Ana Martí: Claro, mi padre tiene amigos de mi edad que, pese a ser periodistas o escritores, como pertenecieron a familias del “bando de los vencidos” tienen que ganarse la vida publicando novelitas policiales o del Oeste que se venden en los quioscos. Me refiero a Francisco González Ledesma, que escribe novelas con el seudónimo de Silver Kane, o Juan Gallardo Muñoz, que escribe todo tipo de géneros en las novelas de “a duro” con un sinfín de seudónimos como Curtis Garland, Dan Kirby, Frank Logan, etc.

“Engracia no miraba a los niños, sino a ella, como si quisiera decirles que también ella era una plantita torcida. Hija de rojo, hermana de rojo. Todos sabemos bien de dónde procedes, todos sabemos que tu padre, el gran Andrés Martí, el poderoso periodista de “La Vanguardia”, ahora se gana el pan escribiendo novelistas del Oeste y que eso es incluso una mejoría, porque antes tuvo que trabajar en un colmado”.

Rosa: ¿Qué crees qué piensa Ana Martí sobre ti?

Rosa Ribas-. Vaya pregunta, me dejas sin palabras, la verdad que no sé qué contestar –Rosa eleva la mirada al techo-. Es difícil, imagino que algunas veces me odiará…

Sobre todo ahora, que la vas a abandonar…

Rosa Ribas-. (Risas). Uno de los retos como escritora es precisamente expresar la forma de pensar y la psicología de un personaje en una época concreta sin llegar a contaminarlo con lo que pensaría una mujer de hoy. Yo, en concreto.

Sí, es un ejercicio de esquizofrenia. Lo más difícil es dar la voz a un personaje y que sea único, individual y que actúe completamente distinto a la forma de ser y de pensar del autor: ¿Lo consigues en esta novela?

Rosa Ribas-. Yo creo que sí. Por ejemplo, hubiera sido muy fácil caer en lo paródico del típico facha al crear al personaje del inspector Isidro Castro. Es un policía franquista, violento y profundamente machista, pero tiene sus contradicciones. No todo es blanco o negro. Preferiría que Ana Martí se dedicara “a sus labores” de ama de casa, pero luego la valora como investigadora. Tiene un hijo que de repente descubre que tiene reuniones clandestinas con los antifranquistas.

Por cierto, Sabine Hofmann es alemana: ¿Cómo se toma estas cosas que pasaban en España?

Rosa Ribas-. (Risas). Pues hay cosas que no se las cree, aunque en aquella época también había soldados y bases norteamericanas en Alemania, y que dejaron huella en muchas de sus ciudades. Claro que allí fueron como el bando de los vencedores. Pero es interesante trabajar con alguien que tenga la distancia geográfica y emocional de unos hechos, para contrapesar el resultado. ¿Sabes una de las cosas que más me saben mal cuando describes unos hechos pasados? Pues que parezca que estás describiendo hechos actuales, lo que nos dice que en algunos aspectos estamos viviendo cierta involución.

Cuando Manuel Vázquez Montalbán quiso saldar cuentas con sus compañeros del PCE escribió Asesinato en el Comité Central. ¿Cómo sería una novela sobre los últimos acontecimientos en el PSOE?

Rosa Ribas-. (Risas). Pues la realidad superaría a la ficción. Novelar la actualidad política española sería un sainete difícil de creer.

¿Qué tienes con los gallegos?

Rosa Ribas-. ¿Por qué lo dices?

La serie de novelas de la comisaria Cornelia Weber-Tejedor, de padre alemán y madre gallega. Aquí aparece un personaje apellidado Castro y me dicen que sueles visitar el Hogar Gallego de Fráncfort. ¿Tiene familia gallega?

Rosa Ribas-. No, que va. Pero es cierto lo del Hogar Gallego. Es una forma de compartir la morriña.

Rosa Ribas
Rosa Ribas. Foto: Francesc Sans

Y de documentarte para tu próximo trabajo, ya fuera de la serie policial. ¿No?

Rosa Ribas-. Sí, mi próximo libro tratará sobre la emigración española a Alemania, que fue muy numerosa como todos sabemos.

Gracias.

Rosa Ribas-. Gracias a ti. Me gusta esta especie de tradición de que me entrevistéis en la librería Taifa, rodeada de libros.

Rosa se va calle Verdi abajo. Por cierto, calle donde vive el profesor de inglés -¿y algo más?- de Ana, Lawrence Roberts. Vive realquilado en el piso de una viuda, pero una viuda imaginaria, ya que el marido también reside en el piso, pero como lo dieron durante tanto tiempo como desaparecido cuando fue al frente ruso con la División Azul, que la mujer se ha habituado a guardar luto. La fuerza de la costumbre. A Rosa quizá la volveré a ver pronto; pero a Ana Martí, que la acompaña como una sombra, según la autora ya terminó su viaje con esta última entrega, con Azul Marino. Claro que no todo está cerrado. Cosas más difíciles se han visto. ¿No resucitó Sherlock Holmes después de precipitarse por las cataratas de Reichenbach?

Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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