altUN CASO DIGNO DEL CSI

El suceso que voy a referir es digno de uno de los casos que vemos en las series televisivas sobre forenses. Nos llega la noticia del hecho a través de un gran memorialista, el abogado y periodista Tomás Caballé Clos, que fue el abogado defensor que participó en un juicio de doble asesinato. Vayamos a los hechos.

En una finca solitaria conocida como Trull de les Valls,en Torrelles de Foix (Vilafranca del Penedès, Barcelona), se encontraron los cuerpos de dos menores salvajemente degollados. Pronto se detuvo a un sospechoso al que todos los indicios apuntaban como el culpable, un joven llamado Joan  Mestres Solé, personaje introvertido, aficionado a la caza y a vagar en solitario por los montes del lugar. Enemistado con sus vecinos, los chiquillos asesinados solían tener al mozo como el objeto de sus burlas y chanzas, y no faltaron los testigos que dijeron que Mestres, por este motivo, se la tenía jurada y los había amenazado. Pero, la prueba inculpatoria definitiva, fue una camisa manchada de sangre que se creía que el reo había intentado lavar sin conseguir eliminar totalmente los restos de sangre. El perito presentado por el fiscal, a la sazón Álvaro Becerra del Toro, certificó que la sangre era humana y se pidieron dos penas de muerte. El abogado Clos pudo demostrar que la prenda no había sido lavada, pero… ¿Cómo refutar lo de la mancha de sangre?

Por desgracia, faltaban cerca de cien años hasta que una mañana de 1984 el científico Alec Jeffreys descubriera, por serendipia, los principios de las huellas genéticas, facilitando así las pruebas de ADN que revolucionaron las ciencias forenses. Aunque las pruebas inculpaban a su defendido, el abogado decidió jugar una última baza. Por aquel entonces, Santiago Ramón y Cajal, el más eminente histólogo de la época, residía en Barcelona donde era catedrático, y el letrado acudió en su docto auxilio. El sabio escuchó con paciencia el relato del letrado y se extrañó que un perito, no experto en histología, pudiera con la ciencia de la época determinar tan tajantemente que aquella sangre era humana, cuando de ello dependía la vida de un hombre. Cajal desmontó todos los argumentos del peritaje de la acusación, y el jurista no tuvo por más que repetir, cual loro, los argumentos en el tribunal. Además, el científico designó a su mejor ayudante, el que luego sería el eminente cirujano doctor Josep Soler i Roig, y junto a dos colegas más demostraron que la sangre de la blusa del reo pertenecía a un conejo de monte. El fiscal descargó su ira contra su perito, al que procesó por cuanto se había presentado como médico, cuando era sólo un alumno de la facultad de medicina. De todos modos, el jurado se encontraba dividido con seis votos a favor de la absolución y seis en contra. El magistrado, León Bonel, sólo tuvo que aplicar el principio jurídico de “in dubio pro reo” y decretó la puesta en libertad de Mestres.

A pesar de la absolución,  no eran pocos entre la multitud de ciudadanos que siguieron el proceso que creyeron en la culpabilidad del muchacho, incluso el abogado defensor tuvo sus dudas. No sería hasta años más tarde que la inocencia de Mestres quedó probada. Un individuo, “in articulo mortis”, confesó el horrendo crimen. De esta forma, Cajal participó en un  juicio de doble asesinato y su cooperación científica salvó la vida de un inocente.

EL COLECCIONISTA DE HUESOS

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Muchas son las anécdotas que protagonizó Santiago Ramón y Cajal y, por lo particular de sus quehaceres científicos, algunas tenían que ver con sucesos macabros a ojos del profano. Y hablando de ojos, una vez un ojo de un feto sifilítico que Cajal puso en el alfeizar de una ventana, para que la luz solar ennegreciera el nitrato de plata que le permitía ver mejor la retina, cayó a la calle con el consiguiente estupor de los viandantes que llamaron a la policía.Aunque es una historia de huesos la que les quiero contar con más detalle. Don Justo Ramón, el padre de nuestro sabio, convencido que los estudios de Fisiología y Patología que esperaba que su vástago cursara necesitaban de unos sólidos cimientos y estos no son otros que la anatomía, allá por el año 1868, empezó a darle clases de esta disciplina con los manuales al uso de Ignacio Lacaba y Jaime Bonélls, Jean Cruveilhier y Philibert C. Sappey. Claro que toda formación teórica necesita complementarse con una formación práctica, y es en este aspecto donde la anécdota que voy a relatar parece sacada de un cuento gótico o de una de las leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer. Tiene todos los ingredientes para ello, una noche de luna llena, un cementerio de pueblo y dos sombras amparadas en la oscuridad de la noche que trepan por la tapia del camposanto. , de esta forma, don Justo y su hijo Santiago se hicieron con una buena colección de huesos que, convenientemente limpios y seleccionados, se convirtieron en un estupendo material didáctico. Para ello, no tuvieron más que acceder a escondidas al cementerio y buscar en una fosa común que solían utilizar los sepultureros para dejar los esqueletos de las limpiezas que hacían de los nichos.

“SOLOS ANTE EL MISTERIO”

“Solos ante el misterio” era el sugerente título de una obra que Cajal tenía en preparación cuando le sobrevino la muerte. Cuestiones filosóficas, sobre los sueños, sobre el “yo” psicológico, etc., eran tratados en este trabajo que hoy damos por perdido. Cajal estaba muy interesado en el poder mental y en la fuerza de la sugestión en la cura de enfermedades. También dedicó dos años de su vida al estudio de los fenómenos de la psicopatía espírita y a las diversas personalidades o egos que conviven en nosotros. El propio Cajal nos da noticia de esta obra en una nota a pie de página al final del primer capítulo de su libro de memorias “El mundo visto a los ochenta” años, y de este libro es la cita tan esclarecedora de lo que el sabio pensaba sobre este particular:

“La personalidad plena y sintética del hombre es la suma del “yo” principal, despótico y acaparador, y de todos estos “egos” apagados, pero susceptibles de reviviscencia eventual. Notemos que estas personalidades secundarias no son inconscientes, como acaso pensaría algún psicoanalista, sino subconscientes y susceptibles de fácil evocación. Forman como la retaguardia del sujeto actual, mas están apercibidas a reemplazarlo en cuanto éste desmaya o se distrae.”

En estas memorias también nos habla de una enigmático libro inédito, una obra a la que dedicó varios años de su vida y que recogía sus estudios más mistéricos, aquellos que muchos nos quieren ocultar hoy. En la Guerra Civil se quemaron o perdieron muchos documentos del archivo Cajal. Cuentan que las fotos de carácter erótico que hizo Cajal fueron quemadas por sus propios familiares, y también se perdieron los manuscritos de un interesante trabajo sobre hipnotismo, espiritismo y metapsíquica, esto último era como se conocía entonces a lo que hoy conocemos por parapsicología, a la que eran aficionados tanto él como su hermano Ramón. Como científico racionalista, Cajal criticó la ingenuidad de las personas que se dejaban embaucar por los vividores de lo extraño, de los magos y charlatanes que vendían sus supercherías en los salones decimonónicos. Pero junto a esto y como científico abierto e inquieto, sabemos que dedicó mucho tiempo y esfuerzo en la investigación de los fenómenos de percepción extrasensorial como la telepatía, la precognición o las facultades de ciertos dotados psíquicos y médiums. El propio Albert Einstein o Carl Jung también dirigieron sus miradas a estos fenómenos como objeto de estudio.

Es fácil imaginar que Cajal no creyera en la transmisión del pensamiento sin mediación sensorial en los procesos bioquímicos del cerebro, pero en algún efecto psíquico entre el emisor y el receptor. De hecho, el propio Cajal tenía la facultad de influir positivamente en la mente de sus pacientes mediante las técnicas hipnóticas. Porque , señores, Cajal fue un experto hipnotizador que tuvo un gabinete abierto en su domicilio de Valencia, cuando ejerció su cátedra en esta ciudad durante los años de 1884 y 1887. Aunque el llamado Gabinete de Estudios Psicológicos de Cajal nació con vocación investigadora, la experimentación con personas que tenían enfermedades nerviosas como histerias, depresiones, etc., demostró las bondades de la hipnoterapia en estas dolencias. La noticia corrió de boca en boca y las colas de pacientes ante la casa de Cajal eran continuas. El sabio, por falta de tiempo y capacidad para tratar a tanta gente, tuvo que cerrar la consulta. Si la condición de pionero de lo que hoy conocemos por hipnosis clínica quedaba en duda, Cajal aplicó la hipnosis como anestesia a su esposa Silveria durante el parto de sus dos últimos hijos, Pilar y Luis. Constancia dejó de ello en su artículo “Dolores del parto considerablemente atenuados por la sugestión hipnótica”, publicado como separata de la “Gaceta Médica Catalana” en agosto de 1889.

Nos quedamos sin saber a que conclusiones llegó el Premio Nobel sobre sus investigaciones más heterodoxas al perderse los manuscritos, incluso él mismo se preguntaba si este libro lograría publicarlo alguna vez; conocemos que además de sus trabajos sobre la metapsíquica, la hipnosis y el estudio de médiums, el trabajo recogía una minuciosa recopilación de sueños con sus posibles interpretaciones. Cajal se dedicó durante toda su vida a registrar lo que él llamaba las alucinaciones del sueño, o del ensueño, como prefería llamarlo. Según su nieta María Ángeles Ramón y Cajal Junquera, el manuscrito de su abuelo estaba apunto para la publicación cuando el Instituto de Higiene Alfonso XIII fue bombardeado durante la Guerra Civil. Entre sus escombros se perdió este valioso documento.

Como hicieran el médico y escritor Conan Doley y el famoso mago Houdini, más cándido y crédulo el primero que el segundo, Cajal se dedicó a desenmascarar los fraudes de algunos médiums que estaban de moda al amparo de las experiencias de las famosas hermanas Fox, Margaret y Catherine Fox; y el auge de las teorías teosóficas de “madame” Blavatsky. El estudio de las técnicas de los magos y sus conocimientos en fotografía, fueron esenciales en esa labor. El espíritu investigador de Cajal no quedó en la simple denuncia de los embaucadores, sino que, pensando que era posible que hubiera personas con cierta sensibilidad para influir mentalmente en otras o con facultades paragnostas, se empleó en el estudio de los que decían tener facultades mediúnicas. Para este estudio minucioso, Cajal no sólo participó en sesiones espiritistas, sino que contrató a médiums para estudiarlas, en algunos casos, incluso las instaló en su propia casa como lo hizo cuando vivía en Zaragoza. Con gran espanto, los nietos de Cajal se tropezaban con la médium en el pasillo, médium a la que Cajal desenmascaró más tarde, por cierto. Fraudes, personas con desequilibrios mentales y quizás algunas con cierto poder de sugestión sobre sus semejantes, pasaron por la analítica mirada del investigador cuyas conclusiones, como ya he apuntado, hoy desconocemos.

Además el más eminente histólogo de la historia, también fue pionero de la fotografía en color, de la aplicación de ésta al grabado, de la fotografía en tres dimensiones, del periodismo de divulgación científica con el seudónimo del Doctor Bacteria… Inventó el fonógrafo al mismo tiempo que Edison y fue pionero de la novela científica donde, al igual que H.G. Wells, trataba sobre las implicaciones filosóficas, sociales y éticas, de los avances científicos y tecnológicos. Pero esa es otra historia.

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