Jorge Fernández Díaz
Jorge Fernández Díaz   Foto: Guillem Sans

Las palabras siempre nos delatan, por eso sus afirmaciones, sus negaciones, sus lapsus, sus equivocaciones, sus rodeos y hasta sus ocultaciones suelen ser material impagable para los psicoanalistas. Para protegernos de sus indiscreciones e inclinaciones traicioneras nos vemos obligados a situarnos siempre alertas, a la defensiva, procurando un difícil equilibrismo entre pensar lo que decimos y decir lo que pensamos. Un trabajo complicado, porque al primer descuido las palabras pronunciadas o escritas terminan mostrando nuestras desnudeces por mucho pudor que nos produzca mostrarlas o a pesar de nuestros vanos intentos por esconderlas.

Claro que no siempre eso preocupa demasiado al afectado. A veces los esfuerzos por controlar las palabras son en realidad pequeños juegos de cinismo, conscientemente planteados por algunos para que a su interlocutor le llegue de forma más punzante el impacto de lo que piensan, pero prefieren no verbalizar. Algo de eso parecen esconder los reproches de Jorge Fernández Díaz a quienes plantean eliminar el monumento a los caídos erigido en Pamplona en honor, entre otros de los generales franquistas Mola y Sanjurjo. La iniciativa, impulsada en cumplimiento de la Ley de la Memoria Histórica, ocultaría a juicio del ministro del Interior en funciones los intentos de “algunos que pretenden ganar la Guerra Civil no sé cuántos años después de haber terminado”.

Jorge Fernández Díaz hablo también, claro, de la necesidad de mirar al futuro, de la concordia entre españoles, de subrayar todo lo que nos une como españoles y de todos los demás lugares comunes con que la derecha española suele disfrazar con ropas pseudodemocráticas sus vínculos con el franquismo sociológico e, incluso, con el patibulario. En este sentido, el ministro aparenta una mayor prudencia que sus camaradas de Madrid que estos días no dudaban en defender a su “héroe” Millán Astray, jaleados por ultras exlegionarios y crecidos tal vez por el reciente pase por TVE de Sin novedad en el Alcázar. Sin embargo, su apostilla final llega cargada con la socarronería de quien pretende recordar a esos “algunos” cualquiera, que ellos (o sus abuelos) perdieron aquella guerra para que gente decente como él no tengan necesidad de remover el pasado, sino que puedan mirar con pragmática modernidad al futuro mientras se emocionan al colocar una medalla en el pecho santificado de la virgen.

No obstante, nos equivocaríamos si pensamos que estos juegos de palabras descuidadamente pronunciados para dejar patente lo que esconden son monopolio de la doble moral conservadora. Estos indiscretos deslices, voluntarios o no, desconocen los matices ideológicos y lo mismo aparecen en la caverna que, por ejemplo, en esa caja de grillos en que los todopoderosos barones están convirtiendo el partido socialista, con el entusiasta apoyo mediático, en su afán de obtener la cabeza de Pedro Sánchez y de paso prorrogar cuatro años más la estancia de Mariano Rajoy en la Moncloa. Un guirigay ampliado después de saberse que el secretario general tiene previsto convocar al comité federal el próximo 1 de octubre.

Pues bien, ante este panorama algún analista político no ha dudado en afirmar que los críticos del dirigente socialista temen que este les reciba con una “bala de plata”, una supuesta consulta a la militancia para legitimar su no a Rajoy. Sorprenden dos cosas de esta afirmación. La primera es la preocupación por escuchar a las personas que se dice representar, lo que de nuevo nos conduce a la ambivalencia de las palabras y los discursos. Para estos dirigentes socialistas es tan evidente que una cosa es lo que se dice y otra la que se hace, que prefieren silenciar a la militancia no vaya a ser que se vean en el aprieto de tener que rechazar un gobierno de la derecha más corrupta y ultraliberal de la historia española. Frente al no es no, sin paliativos, estos hombres de estado se sienten más cómodos en la tradición felipista del “Mariano, de entrada, no”.

La segunda cuestión llamativa es el tipo de munición elegida para la metáfora. Porque temer una bala de plata es tanto como admitir que Sánchez está rodeado no por discrepantes políticos sino por auténticos monstruos, vampiros y licántropos deseosos de abalanzarse sobre el candidato para destrozarlo. Frente a tales criaturas maléficas el socialista solo puede oponer el poder especial de ese tipo de proyectiles. Y huir hacia adelante intentando esa pirueta mortal para sacar al PP del gobierno que sus contrarios aborrecen. Tal vez tenga suerte y lo consiga. De lo contrario, las fieras se apresurarán a recibir famélicas su cabeza. Les da igual si el trofeo les llega en una bandeja transportada por las delicadas manos de Salomé o arrancada de cuajo por el decapitador de bisontes de Valencia. Es lo que tienen los monstruos, que no aprecian los modales. Solo saben de gruñidos y palabras traicioneras.

Periodista cultural y columnista.

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