El ser humano ha recurrido indistintamente durante siglos tanto al alma como a la razón para tratar de justificar una pretendida diferencia –y superioridad- respecto al resto de los seres vivos. Sin embargo, ambos argumentos son hoy, sin duda, difíciles de mantener a la vista de los derroteros tan poco espirituales como remotamente racionales, por los que los humanos parecen llevar los asuntos que les atañen como especie. Por eso, personalmente creo que si existe alguna peculiaridad que permita diferenciarnos como mamíferos bípedos del resto de animales, esta sería, tal vez, nuestra natural propensión a la excentricidad.

Una buena muestra de estas inclinaciones estrafalarias la hallamos en los suburbios de Tokio. Allí, un buen día, Kenichi Ito decidió ignorar los siglos y milenios de evolución que llevaron a los antepasados del género homo a erguirse sobre sus dos patas traseras. Desde entonces este joven de 29 años vuelca toda su energía vital en poder dominar con maestría la técnica utilizada por los monos en sus desplazamientos a la carrera. El nipón ha puesto tanto empeño en ello que incluso logró conquistar el récord Guinness que le reconoce como el hombre más rápido del mundo corriendo a cuatro patas. No en vano, su tesón durante años de entrenamiento ha terminado por convertir esta pasión hacia los simios y sus movimientos en todo un modo de vida, hasta tal punto que Kenichi incluso cree que en esta involución locomotriz está el futuro, al menos del deporte. Por eso no duda al augurar que todos los atletas acabarán asumiendo su técnica en las carreras, aunque eso sí, según sus propios cálculos, esto no ocurrirá antes de 500 años.

Justo cuando cada vez son más las voces que alertan del suicidio económico y social al que nos conducen las actuales políticas integristas de control del déficit, Mariano Rajoy se apresuró el pasado domingo en Chicago en reiterar su fe ciega en las mismas

Esta inclinación humana por la extravagancia también parece explicar algunas actitudes del presidente del gobierno español. Así, justo cuando cada vez son más las voces que alertan del suicidio económico y social al que nos conducen las actuales políticas integristas de control del déficit,Mariano Rajoy se apresuró el pasado domingo en Chicago en reiterar su fe ciega en las mismas. Lo hizo después de su fluvial entrevista con la cancillera Ángela Merkel, a bordo de un barco cuyo nombre parecía simbolizar su sincera lealtad de buen vasallo hacia la mandataria alemana: el First Lady. Y para más sarcasmo, el presidente entonó sus loas neoliberales desde la misma ciudad donde construyó su imperio Al Capone quien, paradójicamente, hoy habría evitado la cárcel de haber vivido en España gracias a la amnistía promovida por el gobierno para los defraudadores.

Pero sobre todo el presidente evidenció con sus declaraciones en Chicago lo alejada que está de la razón esta propensión humana a la extravagancia. Porque el jefe del ejecutivo español admitió que su perseverancia en la política de recortes económicos, sociales y políticos es exclusivamente una “apuesta”. De este modo, el presidente de gobierno dejaba a manos del azar la solución de los problemas que asfixian a millares de trabajadores y pequeños empresarios españoles, con la misma ilusa convicción con que el arruinado confía en un billete de lotería para superar sus males, o con que el enamorado ingenuo anhela desvelar sus dudas de amor deshojando una margarita.

Rarezas, extravagancias, excentricidades. Las mismas que impulsan a Kenichi Ito a correr a cuatro patas imitando a los simios. O que embriagan a Rajoy en su afán por contentar a Merkel y mendigar en Bruselas un puñado de euros para la banca, aunque para ello España deba resignarse al retroceso después de que el gobierno haya asumido con entusiasmo el peculiar paso de los cangrejos llevando a España hacia atrás. No en vano ambos, el joven japonés y don Mariano, parecen convencidos de que en estos tiempos de zozobra no hay mejor futuro posible que el de la involución.

Periodista cultural y columnista.

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