Aunque su integración entre los arcanos del tarot le haya otorgado un cierto halo de transcendencia, lo cierto es que si algo caracteriza a la figura del prestidigitador es su carácter mundano. Hieronymus van Aeken Bosch, más conocido como El Bosco, supo captarlo en una de sus primeras obras conservada hoy en un museo de Saint Germain-en-Laye. Se trata de un pequeño óleo sobre madera donde en una escena costumbrista un mago ambulante hace aparecer un pequeño sapo de la boca de uno de los parroquianos que miran su función. Absorto en la sorpresa del supuesto prodigio, el iluso espectador se convierte entonces en víctima fácil del cómplice del prestidigitador, hábil en las artes de hacer desaparecer las bolsas ajenas.
Detrás del prestidigitador no hay ningún milagro por muchas palomas que salgan de su chistera. Ni siquiera cuando atraviesa con sables la cesta de mimbres donde se acurruca una bella mujer, o cuando con afiladas cuchillas divide la caja en la que poco antes se introdujo la misma temeraria ayudante. Todas esas extravagantes proezas esconden siempre un truco, un artificio, un ágil movimiento de manos capaz de cambiar los naipes ante la mirada más inquisitiva. Y aunque el público contenga la respiración durante la actuación o estalle en aplausos al acabar el número, lo cierto es que todos son conscientes de la falsedad. Porque en el fondo lo que provoca admiración no es el supuesto hecho maravilloso en el que nadie cree, sino constatar en cada representación la misma destreza del mago para engañarnos impunemente delante de sus propias narices.
Es por ello que el truco se convierte en el secreto mejor guardado del prestidigitador, su más valioso tesoro. Por el contrario, si el azar, la especial agudeza visual de algún presente o la mera ineptitud del artista permiten desvelar el enigma, la fascinación desaparece de la sala de golpe, se evapora. Peor aún, el público, conocedor de sus artimañas, no perdonará al mago desenmascarado que haya perdido su capacidad para engañarle y le hará pagar con desprecio su nueva condición de embaucador al descubierto.
Algo de ese temor escénico debió planear sobre los pensamientos de Alberto Fabra cuando el otro día se citó con torpe discreción en un restaurante con Alfonso Rus. Y es que la aparición de las supuestas grabaciones realizadas por el ex alto cargo de la Diputación Marcos Benavent, aportadas por Esquerra Unida a la Fiscalía Anticorrupción, amenazaban con poner al descubierto unas artimañas que parecían convertir el latrocinio en una nueva especialidad de prestidigitador de feria. Tras conocerse su contenido, el público –e inminente votante– pierde la admiración ante un mago incapaz ya de transformar con la sola agilidad de sus manos un pañuelo de colores en un ramo de flores artificiales. Ahora, para el espectador sus dedos veloces han perdido la magia y se han convertido en los avariciosos apéndices siempre bajo sospecha del tahúr o el usurero, contando monedas y billetes en una presentida segunda parte del cuadro de El Bosco.
o es extraño, pues, que el nerviosismo cunda en la que hasta hace poco era considerada la mejor academia de prestidigitadores, con sede en Valencia en la calle Quart. Aunque tampoco sería descabellado pensar que, al final, todo se consiga encauzar con un nuevo golpe de birlibirloque. De hecho, si el buen mago sabe ejercitar su número a la perfección, el sublime es capaz de convertir un tropiezo en una nueva oportunidad que reconduzca el espectáculo y le libre de una lluvia de tomates sobre el escenario. En realidad, no sería la primera vez que lo consiguen: en el Caso Naseiro ya lograron hacer desaparecer comprometedoras grabaciones de Zaplana y sus lucrativos planes políticos, dejando boquiabiertas hasta las miradas más incrédulas. Esta misma semana, sin ir más lejos, extraños prestidigitadores lograban evaporar 366 millones de euros de las fianzas exigidas a Rodrigo Rato, José Luis Olivas y el resto de implicados en la chapuza de Bankia, mientras la varita mágica de fiscalía desintegraba el delito fiscal que hasta hace poco presentaba como una sólida evidencia en el suculento caso de los donativos ilegales cobrados por el PP.
Maestros del abracadabra incluso han sido capaces de sacarse de la manga un partido nuevo como Ciudadanos, con la misma soltura con que hasta ahora hacían surgir conejitos blancos de un sombrero de copa. Así que ya no será ninguna sorpresa si vuelven a sorprendernos. Al fin y al cabo, ya nos lo había advertido el argentino Raúl González Tuñón en aquel poema dedicado a un prestidigitador con nombre de marca de whisky: Truco mágico, ilusión,/ -canción, baraja y paloma-/ que todo en broma se toma…
Y mientras aplaudimos el nuevo truco, alguien nos vuelve a arrebatar la bolsa en la que guardamos nuestro dinero y nuestras menguadas esperanzas.
Periodista cultural y columnista.