Desde hace unos años, el número de casos de agresiones de hijos hacia sus padres se ha incrementado sensiblemente. Tal y como han señalado distintos expertos en la materia, este fenómeno  deriva del cambio en los valores sociales, que también ha modificado las relaciones entre padres e hijos.

Miguel Ángel Soria, profesor de Psicología Jurídica y Psicología Criminal en las Facultades de Psicología y Derecho de la Universidad de Barcelona, corrobora esta visión y asegura que los delitos que se cometen dentro del domicilio son infradenunciados. También nos ha hablado de la evolución del problema en el contexto actual de crisis.

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¿Cómo se llega al punto en qué los roles familiares se transforman y un hijo puede llegar a agredir a sus padres?

A los hijos se les permite determinadas cosas que antes no se les permitían. Hablamos, por tanto, de un exceso de permisibilidad. El problema no es sólo de los niños, es un problema familiar: los dos padres trabajan y tienen poco contacto con los hijos y además, este contacto es de muy poca calidad, sobretodo cuando se produce tarde, después de trabajar y sin ganas de escuchar nada ni a nadie.

Este es el contexto en el cual nos movemos hoy en día, lo que solo favorece a que no exista la comunicación. Actualmente, el valor del concepto “hijo” se sigue considerando muy importante dentro de la sociedad pero se interpreta de una forma equivocada: se les consiente y se les sobreprotege, lo que da lugar a unos individuos más inmaduros e inseguros.

Esto es lo que provoca que con el tiempo, el menor se piense que puede dominar a la familia, hecho que acaba llevando a la práctica, y es por lo que surgen los casos de violencia contra los padres. Además, la agresión no se limita al núcleo familiar, también se extiende a las demás relaciones grupales que mantiene el menor.

¿La crisis ha hecho que los casos de violencia familiar aumenten?

Al contrario, les inyecta a los jóvenes un principio de realidad. Ahora, si los miembros de la familia se quedan en paro, los menores suelen darse cuenta de que no podrán obtener todos los caprichos que quieran. La situación previa a la crisis propiciaba más la aparición del conflicto, ya que, como es lógico, a mayores posibilidades económicas, mayor es la tendencia al consentimiento excesivo. En ese aspecto, creo que a raíz de la crisis aprenderán tanto padres como hijos.

Los casos de violencia no son exclusivos de familias desestructuradas o de clase social baja.

No, pero si es cierto que presentan un porcentaje más reducido de casos aquellas familias de clase media-alta. No porque no se dé el ambiente propicio para ello, sino porque en general, tienen más medios para solventar o desprenderse del problema. El inconveniente de las familias más pobres es que no tienen medios para sacar al agresor de casa. Convivir tanto tiempo con el mismo problema hace que la conflictividad se dispare y acabe en la agresión física.

¿Cuándo puede detectarse el problema?

Empieza a desarrollarse a las edades más tempranas. Entre los cuatro y siete años, la falta de pautas en los niños provoca que tiempo más tarde éstos no entiendan por qué no pueden hacer algo o seguir unas normas sino lo han hecho previamente.

¿Hasta que punto el papel de la psicología ha afectado al cambio de roles dentro de la familia?

Es cierto que han existido corrientes del campo de la psicología y la pedagogía que han concebido la imagen del “niño bueno por naturaleza”; la cual ha acabado haciendo bastante daño. En general, estas visiones tienden a decantarse por la no imposición autoritaria de normas, lo cual es correcto, pero quizá se hayan llevado muy al límite en nuestra sociedad.

Más importante que esto es percibir que muchos menores sufren un bloqueo de emociones derivado, en la mayoría de casos, de la falta de atención y comunicación. Como nadie se ha preocupado por estas emociones, muchas veces, la forma de expresarlas que tiene el niño o el adolescente es mediante la violencia.  Mi experiencia me dice que hay un volumen importantísimo de jóvenes que reconocen que cuando eran niños no tenían la confianza necesaria para tratar ciertos temas con sus padres. Esto provoca una frustración que conduce a los conflictos violentos con los progenitores.

¿Qué perfil suelen tener los hijos que agreden a sus padres?

Los agresores tienen motivaciones de base distintas. No existe un único perfil, pero tampoco se ha encontrado una clasificación exacta. Muchos se mueven por el poder, lo que se puede expresar con violencia física o con todo lo contrario, por ejemplo, el ansia de conseguir éxito ante sus padres. En ambos casos, el fin último es conseguir atraer la atención.

Azotes si, azotes no.

Puede sonar políticamente incorrecto, pero no lo encuentro tan sumamente grave como se ha pretendido en los últimos años. Forma parte de ese cambio de valores sociales, sí. Antes el castigo físico reforzaba las figuras de autoridad. Ahora la violencia física la ejercen los jóvenes, ya que la agresividad es una forma de adquirir poder. Es importante reconocer que los hijos que agreden a sus padres no solo son violentos en casa. También repiten estos comportamientos en la calle y en el colegio.

alt¿Qué papel juega la agresividad en las relaciones?

La violencia es necesaria. El ser humano no puede sobrevivir sin violencia, es agresivo por naturaleza ya que es el mayor depredador que hay. El problema es que actualmente no hay vías (o no se aplican) para descargar toda esa agresividad que llevamos dentro. En los niños también es necesario liberar la carga de agresividad. Normalmente esto se hacía jugando, peleando entre ellos, ahora con los videojuegos. El problema en sí no son las formas de violencia que percibe sino por qué filtro las pasa el niño, que debe aprender a interpretar que en determinados momentos se trata de una vía de escape, pero que no se puede poner en práctica de forma habitual para conseguir sus propósitos.

¿Cómo diferencia o filtra eso un niño de cuatro años?

A través del contacto con los padres, que es precisamente lo que falta hoy en día. La falta de atención hace que el niño cree o interprete a su manera el mundo. También depende de la socialización que desarrolle en otros ámbitos, no siempre tiene que derivar en una persona violenta, pero sí en la mayoría de casos, en una persona muy insegura. No tenemos el tiempo suficiente,  a veces tampoco los recursos, para saber gestionar las emociones dentro del domicilio. Cierto que antes los padres se comunicaban lo mismo o menos con sus hijos, pero éstos últimos reconocían que había unas normas y las respetaban porque se les dedicaba más tiempo.

¿Hay expectativas de mejora para erradicar estos problemas?

Es complicado, pero la crisis será un punto de reflexión y de aceptación de la realidad. Los niños se darán cuenta de que no todo vale y que las cosas cuestan un esfuerzo conseguirlas, y  los padres también. Tenemos que dejar de engañar a nuestros hijos dejándoles creer que todo es fácil y que conseguir las cosas no requiere ningún esfuerzo. Es la filosofía del consumismo que ha impregnado todo en los últimos años: “si quiero un coche pido un préstamo al banco y ya está”. No entendemos un no por respuesta y cada vez queremos mas cosas. Miramos a nuestro alrededor y pensamos “¿y yo por qué no?”, lo que genera una frustración brutal, tanto en adultos como en niños.

La propia sociedad es la que nos dice como ser y por tanto, la que genera estos sentimientos de frustración ante unas necesidades creadas, no reales. Es el ansia de poder es inagotable. Cuanto más se tiene más se quiere.  Y esto repercute desde la infancia.

Redactora en Revista Rambla | Otros artículos del autor

Licenciada en Ciencias Políticas por la Universidad Autónoma de Barcelona y especializada en periodismo y comunicación digital.

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