No se ha preguntado nunca por qué son malos los niños, o por qué cada vez son más violentos, agresivos o transgreden con mayor facilidad las normas. De momento, las respuestas hay que buscarlas en las unidades psiquiátricas infantojuveniles de los hospitales, donde cada vez son más los menores que ingresan afectados por trastornos de conducta agresiva. Según los especialistas, los hijos se han convertido en seres abducidos por la tecnología, personas egoístas, impacientes e insensibles, con una grave falta de empatía y tolerancia, todo ello alimentado por un entorno familiar desafectivo y una sociedad individualista que premia la maldad en muchos aspectos.

De este modo, el comportamiento de los niños se ha modificado hasta el punto que en estos momentos los psiquiatras infantiles dedican la mayor parte de su tiempo únicamente a corregir conductas de tipo agresivo, desafiantes o intimidatorias. El cambio es significativo porque antes del año dos mil los médicos se encargaban de tratar enfermedades mentales comunes (patologías psicóticas, trastornos obsesivos o fóbicos, trastornos límites de personalidad o trastornos generales de desarrollo, entre otras). A esto hay que añadirle un pequeño porcentaje de niños y adolescentes perversos por naturaleza, que tienen la maldad insertada en sus genes. Pequeños seres que encuentran placer haciendo sufrir a terceros. Algunos de estos casos pueden emerger en edades adultas en forma de asesinatos, homicidios o actos delictivos dolosos.

En general, los niños y adolescentes de los que hablamos no son menores tutelados y la mayoría de ellos no tienen siquiera antecedentes penales. De hecho, una parte proviene de familias acomodadas, por lo que se derrumba el mito que relaciona marginalidad con delincuencia juvenil, ya que muchas de estas conductas desembocan en la comisión de pequeños robos o abuso de tóxicos. Estamos hablando de adolescentes que trasgreden las normas, que acostumbran a intimidar o amenazar a sus padres, tutores o compañeros, y que en algunos casos llegan a la agresión física o al destrozo material. Estos jóvenes ya de niños no saben reprimir sus impulsos y estallan de manera violenta hacía aquellos o aquello que les impide conseguir su objetivo.

La atención de la URPI

Àngel Pedra Camats es psiquiatra y médico especialista de la Unidad de Referencia Psiquiátrica Infantil (URPI) de Lleida, ubicada en el Hospital de Santa Maria. El aumento de la demanda, principalmente de menores agresivos, impulsivos o desafiantes, ha obligado a al URPI a triplicar la capacidad de internamiento, pasando de las 4 camas con las que se inauguró en 2002 a las 12 en 2017. En sus inicios la Unidad trataba especialmente trastornos de conducta alimentaria (anorexia, bulimia, etc.), psicosis, trastornos obsesivos y TDAH, pero hoy en día el 70% de los casos tienen que ver con comportamientos violentos. Principalmente, estos pacientes tienen edades comprendidas entre los 13 y 18 años, aunque a los 8 o 9 años ya pueden ser diagnosticados.

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Àngel Pedra Camats, psiquiatra de la URPI de Lleida.

Pedra es un referente en el mundo de la psiquiatría infantil. Miembro de la Asociación Española de Psiquiatría del Niño y Adolescente (AEPNyA), empezó su carrera médica en 1985 tratando la psique adulta. Cinco años después derivó sus conocimientos a tratar a niños y adolescentes. Como decíamos, en la década de los noventa las patologías que se trataban hacían referencia a trastornos psicóticos, esquizofrenia, TDAH (Trastorno del Déficit de Atención) o absentismo escolar. “Eran patologías que en su mayoría no terminaban en hospitalización”, explica. El aumento de los trastornos de conducta se disparó a partir del cambio de siglo: “es un mal de la sociedad del bienestar que ha comportado que al niño no le falte de nada. Lo tienen todo solucionado. Debemos recordar aquello que decía Confucio: educa a tus hijos con un poco de hambre y un poco de frío. Los niños deben pasar necesidades para ver cómo las afrontan”.

Trastornos de conducta influidos por el entorno

Pedra explica que la mayoría de estos trastornos de conducta están influenciados por el entorno y señala el cambio de actitud de los padres hacia los hijos como una de las principales causas de la aparición del conflicto. Por eso, una de las medidas de los psiquiatras es hacer terapia conjunta con los progenitores. “Normalmente, el trastorno de conducta aparece en hijos de familias sobre protectoras. Los padres han pasado de ser padres de tipo educativo y estructural a padres totalmente permisivos. Han modificado el cariño y la ternura por el afecto económico. El poco tiempo que pasan con sus hijos prefieren dedicarlo a gratificarles, para que al menos así los tengan presentes cuando no estén, evitando los castigos o reprimendas”, comenta el facultativo. Efectivamente, con el estallido de la crisis y el aumento del paro -sobre todo en el sector de la construcción- se observó como los niños que dejaban de percibir una gratificación económica semanal empezaron a enfrentarse a los padres e incluso a agredirlos. Todo ello incrementado por la falta de atención familiar, que según el psiquiatra, desemboca en que “los padres no llegan a saber exactamente las compañías que frecuentan sus hijos, las webs que consultan o con quién chatean, por lo que ignoran muchas de las actividades que realizan sus hijos”.

De este modo, nos encontramos ya con niños pequeños que simplemente con las pataletas consiguen lo que quieren, pero al llegar a la pubertad algunos padres no les pueden ofrecer lo que les piden. “Es entonces cuando empiezan a aparecer los enfrentamientos que se traducen en violencia, rotura de objetos, consumo de tóxicos, absentismo escolar, mentiras, promiscuidad sexual, etc. Son niños que no se han sabido educar”, sentencia Pedra.

Un paso más allá encontramos casos en que los menores disfrutan infligiendo sufrimiento a los demás. En estos casos se ha determinado que de pequeños les gusta jugar con fuego, maltratan animales o son muy mentirosos. También aparecen este tipo de trastornos de conducta en niños que han estado presentes y vivido episodios de malos tratos en el núcleo familiar, que después pueden reproducirlo en forma de violencia o volviéndose maltratadores.

El abuso de sustancias tóxicas estimula también la aparición de conductas agresivas. “Tenemos pacientes de 14 o 15 años que consumen cocaína. El abuso de esta droga, sin que la persona sea violenta, puede originar comportamientos violentos”, comenta Pedra.

Estímulos que afectan a los trastornos de conducta

Sin duda, el mal uso de las nuevas tecnologías entre menores de edad puede condicionar la psique de estos usuarios prematuros. Así, si hace poco más de una década a los psiquiatras infantiles les preocupaban las webs en las que se hacía apología de la anorexia, hoy son las páginas que fomentan las autolesiones las que centran su atención. No obstante, Pedra destaca que “a nivel hospitalario no hay casos de menores enganchados a los móviles o internet, pero sí que proliferan a nivel ambulatorio”. El doctor pone como ejemplo algo que los nacidos en los ochenta, quizás fuimos los últimos en atestiguar: “Antes, cuando eras pequeño, cuando tenías uno o dos años, y te ponías a llorar, los padres te daban un cacho de pan para que lo mordisquearas. Ahora les ponen el móvil. Es decir, antes de saber hablar ya tienen el teléfono en las manos, ya sea porque les atraen los colores, las imágenes o las músicas. Pero así se callan y no molestan”.

A la larga vierte en un consumo de internet descontrolado sin necesidad que exista una verdadera adicción. Por ejemplo, está probado que los niños que consumen pornografía a edades más tempranas (9 o 10 años) son más promiscuos, con tendencias a comportamientos de riesgo. “Están más erotizados de lo que su cuerpo puede permitirse. A edades tempranas la mente no está preparada para asumir el bombardeo sexual de la pornografía. Se está normalizando que cada vez chicos o chicas más jóvenes cuelguen sus fotos en redes sociales semidesnudos o en posiciones eróticas, sin medir las consecuencias”, dice el especialista. Lo preocupante de todo es que, según comenta el psiquiatra, esto puede suponer “un aumento de tocamientos en el ámbito escolar, abusos sexuales y hasta violaciones por parte de adolescentes, incluso hacia personas mayores que ellos”.

En cuanto a la responsabilidad de los medios de comunicación, el doctor Pedra indica que tanto en series como películas se idealiza a las personas malvadas o que delinquen. Véase el caso de series como Breaking Bad, donde un profesor de instituto se convierte en un exitoso fabricante de metanfetamina o, más recientemente, Narcos, un espacio de gran audiencia juvenil donde se exalta la figura de los narcotraficantes colombianos. Según Pedra, “todos estos factores ayudan a que los niños entiendan que mediante la violencia pueden conseguir sus objetivos. Si te pones agresivo pueden pasar dos cosas: o que acabes en comisaría o que consigas lo que te propones”.

A priori, una de las soluciones que podríamos encontrar para erradicar la agresividad que confluye en delincuencia podría ser la de endurecer las penas, las llamadas medidas punitivas. Pero Pedra es tajante: “no sirve de nada tenerlos más tiempo encerrados, debemos valorar cada caso y actuar en consecuencia”. No obstante, el psiquiatra matiza diciendo que “mientras el alcohol o los tóxicos sean una atenuante no progresaremos”. A este respecto, el médico de la URPI comenta que muchos menores que delinquen abusan conscientemente de los tóxicos para llevar sus acciones al margen de la ley. Normalmente, el propio delito va asociado a la consecución violenta de medios económicos para sufragar el consumo porque los padres, como decíamos, no pueden -o no quieren- darles más dinero a los hijos. En algunos otros casos puede conllevar a incentivar la promiscuidad sexual. “Si facilitamos que el menor consiga reducir la pena por el hecho de haber consumido tóxicos, indirectamente los estamos motivando para que sigan consumiendo. A estos menores los reinsertamos con medidas que motiven una formación académica o laboral”, dictamina el médico.

Tratamiento farmacológico inútil

Los trastornos impulsivos de la conducta pueden tratarse con fármacos, en su mayoría tranquilizantes derivados de la benzodiacepina, pero de este modo no se ataca a la raíz del problema y el trastorno sigue existiendo, pudiendo derivar el tratamiento hacia una adicción. El trabajo con estos jóvenes va más allá. Se trata de reeducarles desde cero. Para Àngel Pedra el uso de medicamentos “es una ayuda exigua” porque “este tipo de trastornos necesitan otro tipo de tratamientos enfocados a trabajar los aspectos de la responsabilidad, la sensibilidad, la empatía o la comunicación entre iguales, juntamente con la terapia familiar”.

Paradójicamente, uno de los inconvenientes con los que se encuentran los facultativos es la falta de recursos: “en realidad las unidades psiquiátricas como esta están dirigidas a tratar trastornos psicóticos, neuróticos, trastornos del desarrollo, pero no para tratar trastornos de control de los impulsos. Por eso, este tipo de pacientes generan muchos problemas. Al no seguir las normas, se enfrentan al personal hospitalario y llegan a provocar destrozos en las instalaciones”, dice el médico.

En el caso de la URPI de Lleida, los pacientes pueden llegar a estar internados un máximo de tres meses. Por eso, “el tiempo que pasan con nosotros lo dedicamos básicamente a hacerles entender con métodos terapéuticos y educativos que en la sociedad hay unas normas que no deben transgredir y que el saltárselas conlleva consecuencias. Y eso es lo que deben entender”, aclara el doctor.

Un espacio rural para volver a conectar

Si una de las principales causas de la aparición de los trastornos violentos de conducta es el entorno, entonces debe modificarse el mismo. Y si los hospitales no están preparados para atender este tipo de conductas, deben crearse nuevos espacios donde afrontar su tratamiento. Esta situación ha llevado a Pedra -junto a un equipo inter y multidisciplinar- a impulsar Reeixir, un centro pionero en España de atención terapéutico y educativo para adolescentes y jóvenes. “Se trata de un espacio rural para que los jóvenes vuelvan a conectar”, añade el doctor, quien también ejerce las funciones de director.

Reeixir es una institución sin ánimo de lucro formada por un equipo de profesionales que puede dar solución a cada uno de los problemas de los niños o adolescentes. En él confluyen médicos, psiquiatras, psicólogos, enfermeros, profesores, terapeutas ocupacionales, educadores, trabajadores sociales y monitores. La filosofía de trabajo se divide en tres grandes ramas: terapéutica, escolar y formativa-laboral. Los chavales viven en el centro durante un periodo de cuatro a seis meses, dependiendo de los casos. Las familias están informadas en todo momento de los progresos de sus hijos y reciben semanalmente atención específica.

En el aspecto terapéutico se trabajan las pautas de responsabilidad, sensibilidad o empatía en sesiones que participan también las familias con el objetivo de desarrollar un vínculo sano entre padres e hijos. En estas sesiones también se abordan las relaciones basadas en la recompensa y no en el castigo, y en lo que se refiere al análisis del seguimiento de las conductas, se utiliza al grupo como herramienta para trabajar el incumplimiento de las normas.

En lo que atañe al ámbito escolar, cabe destacar que pese a que el adolescente resida en el centro, no se le desvincula de la escuela. Es decir, sigue yendo a clase para estimular una responsabilidad de la que no puede desvincularse. De hecho, el objetivo es que complete los estudios de forma satisfactoria, por eso el equipo de profesionales hace un exhaustivo seguimiento escolar.

Finalmente, la tercera rama de actuación es la referente a la formación para una futura inserción laboral. Los muchachos disponen de un panel de actividades que pueden escoger según sus gustos o intereses: informática, jardinería, fontanería, mecánica, carpintería, etc. Debe llevarlas a cabo de modo responsable y constructivo. A partir de aquí, si el interno está en edad laboral (16 años) se le oferta un contrato de trabajo con una serie de empresas conveniadas dispuestas a emplearlo. Así, pueden seguir estando incluidos en la sociedad de manera normalizada. Se trata de una iniciativa realmente innovadora porque permite que el menor salga del centro con un contrato de trabajo, permitiendo que se integre en una sociedad productiva.

La luz al final del túnel

Los trastornos de conducta de tipo agresivo o violento no paran de aumentar y no parece que vaya a estabilizarse su aparición a medio plazo, pero son iniciativas como Reeixir las que permiten empezar a atisbar la luz al final del túnel. Desgraciadamente, este tipo de centros dependen de los recursos privados o aportaciones desinteresadas de sus propios fundadores. La sanidad pública no da una respuesta al problema, ya sea por la falta de medios o, simplemente, porque no quiere reconocer la barbarización de los tiempos, un mal endémico del que no es capaz de responsabilizarse, derivando la problemática al ámbito educativo. Ante esta situación, lo recomendable sería recordar que la juventud es algo más que conflicto. Piñol Fontova

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