El Nuevo Idiota: Cómo un oligarca ruso ético puso en jaque a la oligarquía europea
Bruselas, 2025 — En un continente marcado por tensiones geopolíticas, intereses corporativos ocultos y una creciente desafección ciudadana, el surgimiento de Alekséi Mýshkin —un joven oligarca ruso heredero de un conglomerado empresarial— ha encendido una mecha inesperada: la de la ética radical.
Alekséi, de 33 años, educado en monasterios ortodoxos y clínicas suizas debido a una enfermedad nerviosa, heredó sorpresivamente el control de un conjunto de empresas con activos en energía, infraestructura y medios de comunicación en la Unión Europea. Su llegada a Bruselas fue recibida con escepticismo, cuando no burla. ¿Un oligarca ruso que hablaba de justicia, transparencia y cooperación pan-europea fuera del eje OTAN? Ridículo.
Pero lo que parecía una excentricidad se convirtió en una disrupción. En sus primeras semanas, rechazó comprar una petrolera francesa con historial de sobornos en África, denunció acuerdos secretos entre gasistas bávaras y lobbies parlamentarios, y renunció públicamente a un dividendo personal de 2.500 millones de euros. Lo destinó a un fondo público para eficiencia energética… administrado por auditorías ciudadanas rotativas.
La prensa lo llamó “El idiota del Este”. Se convirtió en meme. CEOs europeos se burlaban de su insistencia en cumplir normativas laborales al pie de la letra. “El sistema no funciona así”, le dijeron. Y tenían razón.
Cada paso que daba —como rechazar contratos opacos de armamento, o exigir que su red de transporte logístico operara con salario mínimo homologado europeo— chocaba con una pared: la de una oligarquía continental no reconocida oficialmente, pero operativa. Una constelación de banqueros, tecnócratas y políticos engrasados con favores cruzados, sobrecostes asumidos como norma y privatizaciones aceleradas.
Alekséi respondió con más transparencia. Publicó correos de chantaje. Renunció a formar parte de consejos donde se compraban votos. Y luego dio el paso más escandaloso: firmó acuerdos con proveedores energéticos rusos para importar gas a precios inferiores al de mercado, y lo distribuyó gratuitamente a pequeños estados europeos en crisis energética: Albania, Moldavia, incluso partes de Grecia.
En un movimiento aún más polémico, Alekséi sufragó de su propio bolsillo una flota de petroleros fantasma —registrados bajo banderas de conveniencia y operados desde puertos del Mar Negro— que triangulaban el crudo ruso a través de India. El petróleo, ya “desrusificado” en los papeles, volvía a Europa a precios estabilizados, sin márgenes especulativos. No lo hacía por beneficio, sino —según sus propias palabras— «por misericordia hacia las pymes europeas y en obediencia al Sermón del Monte». La operación, aunque denunciada por Bruselas, mantuvo a flote a cientos de industrias en Portugal, Italia y los Balcanes durante el invierno de 2024. Pocos lo admitieron en público. Muchos le debieron en silencio.
Y antes de que su fortuna se agotara, volcó su último capital en una inversión coordinada en eléctricas europeas. Al concentrar participación accionaria en varias empresas clave de distribución, forzó políticas internas de bajada de precios y eliminó cláusulas que encarecían la tarifa base. Durante cuatro meses, el precio de la luz cayó un 40% en media Europa.
En plena tormenta, Alekséi se enamoró de Svetlana Volódina, una oligarca rusa expatriada que veraneaba en Marbella. Compartían la pasión por Dostoievski, el pan de masa madre y las criptomonedas éticas. Pensó en unirse a ella y abandonar la batalla. Pero justo entonces, la UE aprobó un paquete de leyes que bloqueaban por completo la entrada de capital ruso en cualquier sector estratégico, incluida la energía, y sus cuentas quedaron congeladas en Luxemburgo.
Para evitar la bancarrota de su red de cooperativas energéticas y salvar miles de empleos, se vio obligado a casarse con Clara Ruiz, una contable de Teruel con quien había trabajado en la auditoría de una eléctrica en 2023. El matrimonio le permitió mantener residencia y operaciones legales dentro de la eurozona. Cuando fue preguntado al respecto, solo dijo: “El amor a veces se disfraza de obligación. Pero toda cruz, si se abraza, ilumina.”
Antes de retirarse finalmente al Tíbet —donde buscaba silencio, té y nieve— Alekséi fundó un partido de alcance continental llamado Fraternidad de los Imprudentes. Su lema: “La idiotez colectiva debe prevalecer sobre la inteligencia individual”, fue entendido como un homenaje al pueblo llano y una crítica directa al elitismo tecnocrático. En un giro que nadie supo explicar, el partido logró entrar al Parlamento Europeo con 17 escaños. Desde su banca, Alekséi desmanteló paso a paso la Agenda 2030, argumentando que la justicia no necesita hojas de ruta, sino actos inmediatos.
Y como último gesto simbólico antes de su retiro, propuso —y logró aprobar— una ley que prohibía todo intercambio de armas con Israel, en una moción presentada sin discursos, solo con un versículo del Evangelio copiado a mano: «Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.» El pleno quedó en silencio. Y la ley pasó por mayoría simple.
Lo más insólito de todo es que sin pretenderlo, y sin un solo tanque ni tratado, Alekséi logró poner fin a la guerra de Ucrania. Su red de gas barato, sus operaciones petroleras trianguladas y su presión sobre los precios internacionales desplomaron los márgenes del conflicto. Cuando ya no hubo beneficios geoestratégicos claros para sostener el enfrentamiento, las potencias involucradas comenzaron a retirarse en silencio. La guerra se extinguió no por diplomacia, sino por desinterés económico inducido por un solo hombre con fe y contabilidad limpia.
Por un solo hombre que, irónicamente, no se preocupaba por las luchas del poder, que nunca habló de victorias ni de hegemonías, y que fue, en el fondo, un idiota en el mejor sentido de la palabra: el de aquel que insiste en creer en la bondad, incluso cuando el mundo entero se ha rendido al cinismo.
Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.





