Fue una broma de Keith Moon―que se reía de su intención de hacerse famosos― la que les inspiró para elegir nombre: «Os hundiréis como un zepelín de plomo». Todos ellos eran chicos de clase media y tenían mucho talento como músicos de estudio. Tanto es así, que en su segundo disco hicieron versiones de los clásicos del blues y como pensaban que iban a pasar desapercibidas, las firmaron con su propio nombre. Pero su forma de tocar era diferente. El virtuosismo coral sustituyó al clásico solista de blues. Hoy en día Led Zeppelin está considerado como uno de los mejores grupos de rock. Incluso fue la inspiración para los músicos que vinieron después. Pero lo que ellos hacían era copiar a otros. Porque el canto mágico de lo auténtico nace de la soledad y del sufrimiento. De hecho, para hablar del blues había que remontarse muy atrás en el tiempo, y hablar de la esclavitud, o por ejemplo, de Robert Johnson y el blues del delta, o de Muddy Watters y Howling Wolf, que pertenecieron al blues de Chicago. Robert Johnson, del que se cuenta que hizo pacto con el diablo, era un músico ambulante que vivió durante la Gran Depresión. A buen seguro conoció de sobra la pobreza. No parece casual que la clase dirigente aceptara mucho mejor los espirituales, la música que se cantaba en la iglesia, cuya temática hablaba del otro mundo, frente al blues que tenía por argumento los temas cotidianos. Tal vez veían esa música como una manera de criticar el status quo. Sin embargo, en el blues había algo universal que terminó siendo celebrado por todo el mundo, porque su sentimiento nos iguala a todos. Por eso, cuando veo toda la desigualdad que se nos viene encima, con la guerra de Ucrania, la inflación y la baja cotización del euro, entiendo porque algunas voces intentan extender la idea de ya no existen las clases sociales. Ya lo ha dicho Macron: se acabó la época de la abundancia. Pero esta escasez no afecta a todos por igual. Y algunos necesitan desahogarse. Ya lo dice el refrán «el que canta su mal espanta». Los cantantes de blues ya están en todos los países, incluso en las clases medias. Pues en sus ojos también brilla a veces la pobreza y la alegría. Pero una cosa no cambia: los músicos de blues se saben viviendo dignamente sus pobres vidas. En efecto, la mayoría de ellos, precisamente porque tienen conciencia de clase, saben que no se pueden prohibir los sueños y su lucha por la supervivencia diaria es su más genuino y bello arte, y una loable inspiración para todos los que vendrán detrás.

Articulista en Revista Rambla

Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.

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