Cuando aquel político corrupto, después de media vida en prisión, despertó, el médico todavía estaba allí, su veredicto fue implacable: seguramente aquella iba a ser su última noche en la Tierra. Entonces, apagó la televisión y abrió la puerta de la celda, caminó recto por el pasillo, llegó hasta la salida y se marchó sin despedirse. Estaba decidido a disfrutar de todas aquellas placenteras realidades, tanto intelectuales como físicas, que había visto tantos años desde el otro lado de la vida. Lo primero que le llamó la atención fue que todas las buenas noticias económicas de las que tanto se jactaban los políticos en general, no tenían cabida en la realidad cotidiana que estaba percibiendo. En efecto, la bolsa no paraba de subir con un viejo truco: las empresas se compraban las acciones a sí mismas una y otra vez, siendo cada vez menos competitivas al estar exentas de inversión. No podía negar que los bares estaban llenos, sin embargo, eran turistas venidos de todos los lugares prósperos del mundo, que eran agasajados por bonitas camareras, mientras los depauperados lugareños se encerraban sus hogares con una enorme ansiedad para llegar a fin de mes. Encendió el móvil y las últimas noticias le recordaron que se encontraba en uno de los países cuyas leyes eran más garantistas y avanzadas. Sin embargo, cuando sus pasos le alejaron de aquella enorme ciudad, se encontró cara a cara con una cruda realidad: un hombre acababa de sacrificar varios galgos —animales exentos de protección legal— y una mujer que se lo reprochaba, era agredida antes de que llegara la Guardia Civil. Más tarde, tomó un taxi y se dirigió hacia una abadía, allí le recibió un lacayo que le llevó junto a un monje alcohólico que estaba en contra de la oligarquía financiera internacional y se había subido a una enorme columna de 12 metros, donde vivía y defecaba a la vista de todo el mundo.

—¿Por qué está arriba?

—Rezo porque vuelva la cordura y la fe a este país, pero también protesto contra la política amañada del gobierno democrático.

—Se supone que han conseguido un gran logro: hay una amnistía. Eso es algo integrador y un canto a la tolerancia.

—Lo sería si luego no se dejaran manipular por intereses ocultos. Los políticos de este país son la antipolítica.

—¿A qué se refiere?

—Los han perdonado porque nadie es honesto. Nos dictan nuestra política exterior. Gobiernan para beneficiar a los gobiernos extranjeros.

—Puede ser.

—Perdone, padre… ¿Quiere usted alguna mascarilla? Acabo de salir de la cárcel y mis compañeros me contaron que habían enterrado aquí, un enorme cargamento muy valioso y aprovechando la coyuntura, tal vez debería usted y toda su región, protegerse de las pandemias habidas y por haber.

—No, muchas gracias. Tengo alergia a los productos chinos.

Finalmente, el político corrupto llegó hasta un lupanar de carretera, donde se fue con una bellísima mujer. Tenía un cuerpo espectacular. Era preciosa. Sin duda era la mujer más hermosa con la que había estado nunca. Después de conocerse bíblicamente, se fueron a cenar una exquisita comida japonesa. Es de justicia contar que la meretriz vomitaba una y otra vez, hasta que finalmente confesó su verdadera edad: era bastantes años mayor que él, solo que su cuerpo contaba con numerosas operaciones estéticas y el balón gástrico sin las debidas garantías, que se colocó en una oportunidad, le dejó un efecto secundario: gastroenteritis aguda, lo que producía enormes dolores y unas constantes ganas de vomitar.  Finalmente, cuando ya iba a amanecer, llegó andando solo hasta una secreta cala de una hermosa costa española. Los rayos de sol daban justo en su cabeza cuando un fuerte dolor en el pecho le hizo caer desmayado al suelo. Entonces aparecieron, como todos los días, las puntuales narcolanchas. Incluso varios narcotraficantes se pararon delante de él, con la impresión de reconocer su rostro todavía vivo.

—¿Llamo a emergencias? ¿Oye, no fue este hombre, un importante político corrupto?

—Nunca se supo si realmente fue corrupto. Deberíamos ayudarlo, todavía respira.

—Déjalo, tenemos prisa. Nuestra tarea es otra. Hay que pensar que nuestro negocio es clandestino, y como de todas formas, es un político, no es como nosotros, da igual lo que hiciera.

Articulista en Revista Rambla

Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.

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