Después de bajar la camilla de una ambulancia, al fin llegué al lugar en el que los servicios públicos salvan innumerables vidas humanas a diario. Tuve tanta ansiedad que me tocó vivir una experiencia cercana a la muerte en mitad del gran apagón, y me desperté en la sala de observación de un gran hospital de una conocida región española. Era un lugar tétrico, silencioso y que inspiraba verdadero miedo. Sólo me separaban de mis vecinos derecho e izquierdo, una simple cortina y como había sufrido una conmoción cerebral no recordaba cómo había llegado hasta allí. Las enfermeras correteaban de un lado a otro cambiándome las bolsas de las diferentes medicinas que me estaban suministrando. Varios profesionales muy rigurosos estaban pendientes de mí y se turnaban para que mis contantes vitales fueran compatibles con la vida. En efecto, estaba muy enfermo y continuaba sumido en un inquietante silencio, pero por unos momentos se produjo un cambió de papeles y para distraerme fui yo el que me dediqué a observar todo lo que acontecía en la sala de observación. Todas las enfermeras eran jóvenes y guapísimas. Su inteligencia superlativa era super-erótica para mí. Aunque me comporté siempre con extrema educación y respecto, he de reconocer que, interiormente, tuve numerosas fantasías sexuales con la mayoría de ellas. Soy muy enamoradizo y aunque no formaba parte activa de la situación, ya tenía un dibujo mental claro de las enfermeras, puesto que debido a sus propias confesiones sabía cuáles eran solteras, cuáles era casadas y las que estaban separadas. Me fijé en las que me miraban con ternura y en la que mostraban una fría indiferencia. En poco tiempo sabía cómo eran psicológicamente e incluso muchos detalles de sus vidas privadas. Sabía hasta la marca de colonia que utilizaban cada una de ellas. Mientras tanto, el paciente del lado izquierdo debía de haber sufrido un doloroso accidente puesto que le estaban suministrando morfina y lloraba y se quejaba entre horribles pesadillas. Varias veces había murmurado que pertenecía al centro nacional de inteligencia y que tenía que terminar una investigación sobre la independencia estratégica y configurar un plan sobre la alimentación y la energía. Decía que el apagón había sido un ciberataque. La energía del hospital se suministraba a través de grupos electrógenos. Por el contrario, yo pensaba que se trataba más de falta de inversión. Algunos deberían de asumir la responsabilidad por lo que estaba pasando, pero yo no estaba seguro de quiénes debían de hacerlo y tampoco el momento adecuado para que lo hicieran. Había una hermosa enfermera que me confesó estar nerviosa porque era su primer día de trabajo. Yo le repliqué que era nueva en ese hospital, pero no en el mundo. Enseguida me mostró una sonrisa en señal de empatía. Luego me suministró un fuerte calmante y enseguida me quedé dormido. Aquella noche desperté de repente a una hora intempestiva. La enfermera de guardia hablaba por teléfono y tuvo que salir de la habitación para hablar un asunto urgente con un doctor. Entonces, de soslayo, observé al paciente del lado izquierdo levantarse de cama entre sombras chinescas. Sacó una linterna de entre sus pertenecías y se dirigió hacia el armario de las medicinas. Tomó entonces un medicamente inyectable y se lo puso en la pierna al paciente que dormitaba a mi derecha y que estaba en coma. Justo cuando volvió a su cama el paciente de la inyección no recetada comenzó a empeorar sensiblemente y un trasiego de enfermeras y doctores y se arremolinaron en torno suya para intentar salvar su vida. Sobredosis de insulina, una forma de matar a alguien que apenas deja rastros. Al final estuvo a punto de fallecer en aquella crisis nocturna. Por supuesto a la mañana siguiente, pedí a la enfermera novata un papel y un boli para mandarle mensajes sin que el paciente con intenciones homicidas se enterara de que lo estaba denunciando. Le describí la situación que había presenciado y ella puso una cara de estupor. Cuando llegó la Policía me preguntó cómo había conseguido darme cuenta de que a mi lado había un sicario, es decir, un adicto a la heroína que había aceptado un asesinato por encargo: Alguien había puesto precio a la vida de un espía español adicto a los ansiolíticos. Yo le respondí que llevaba tres días seguidos sin dormir porque soy un adicto al sexo. De hecho, me había dado una crisis de ansiedad y tuvieron que internarme en un centro de desintoxicación. Al final me había convertido en una cama indiscreta mientras era yo el que observaba una historia atípica en una peculiar tórrida sala de observación.

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Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.

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