Cuando despertó la boa que se había comido al elefante seguía allí. Algunas fotografías en blanco y negro de la exposición sorteaban la silueta y podían verse, y las otras hicieron que el Principito tuviera que poner las ideas claras sobre el gobierno de su asteroide.

El espejismo de la voluntad

La voluntad ha sido celebrada como una virtud. “Querer es poder”, dicen, y lo repiten tantos que parece verdad. Pero ¿qué ocurre cuando la voluntad se convierte en máscara? Cuando el deseo de lograr se convierte en necesidad de aparentar. Ahí, justo en ese abismo, nace el lado oscuro de la voluntad.

El autoengaño es su combustible. Nos contamos que somos disciplinados cuando en realidad obedecemos a la imagen que queremos proyectar. Creemos que hemos ganado batallas internas cuando simplemente nos hemos distraído con conquistas externas.

En este terreno ambiguo, la obediencia a uno mismo —no a los caprichos, sino a una autocrítica lúcida— se vuelve una frontera ética. No se trata de negarse a actuar, sino de aprender a detenerse antes de creerse omnipotente. Allí empieza la verdadera libertad: cuando uno se reconoce falible.

Las redes: los pescadores de las marismas

En una imagen de Atin Aya, un pescador de las marismas extiende con paciencia sus redes, bajo un cielo plomizo que refleja la quietud ominosa de un páramo. No busca aplausos ni grandes conquistas; simplemente cumple su labor ancestral, en armonía con un ciclo que no necesita ser interrumpido por falsas victorias.

Estos hombres y mujeres trabajan la tierra y el agua con humildad, sin afán de protagonismo. No hay espectáculos en sus días, ni necesidad de simular poder. La voluntad de estos pescadores es silenciosa y auténtica, un recordatorio de que la verdadera fuerza reside en la constancia y el respeto por el entorno.

Origen del Mesías: un anhelo de liberación y la limitación del poder terrenal

La palabra “mesías” proviene del hebreo mashíaj, que significa “ungido”. En la tradición antigua, el mesías era un rey o sacerdote ungido para un propósito divino. El anhelo de un nuevo rey David surgió en un tiempo en que el pueblo elegido no podía recuperar su independencia, pues estaba bajo el dominio de una potencia extranjera. El mesías era la esperanza de liberación y justicia, un líder legítimo que devolvería la autonomía y restauraría el orden.

Sin embargo, este mesías idealizado no siempre llegó o no pudo cumplir ese rol político, ya que las circunstancias externas impedían la soberanía real. Así, la figura del mesías se convirtió en un símbolo más profundo: no solo un líder temporal, sino un signo de esperanza y redención.

El Antimesías: el emperador de la ilusión

En un futuro impensablemente cercano, el Imperio Romano ha sido restaurado. Es un régimen hipermediático, donde la guerra es espectáculo y el enemigo, un actor pactado. En el centro de todo, reina el Antimesías: el hombre más poderoso del mundo.

No es solo emperador, es performer absoluto. Como una mezcla grotesca entre Calígula y Nerón, el Antimesías organiza guerras televisadas, cuidadosamente acordadas con sus enemigos. Cada batalla es un show. Cada victoria, una mentira cuidadosamente editada. La sangre es ketchup, los héroes son figurantes. Pero el pueblo, sediento de gloria, aplaude.

Este personaje no necesita vencer: necesita que todos crean que lo hizo. Su voluntad no construye, sino que finge. Vive preso de su protagonismo, adicto al reflector, incapaz de tolerar el silencio o la verdad. Ha creado un imperio donde lo real ya no importa. Solo cuenta la percepción.

La cosecha: campesinos en las marismas

Atin Aya retrata a un grupo de campesinos recolectando frutos de la tierra oscura y salina de las marismas. Sus rostros no buscan brillar en público ni sus historias desean ser contadas en grandes escenarios. Su autenticidad radica en la conexión con la tierra, en la honestidad de sus manos callosas y en la aceptación humilde de sus límites.

Mientras el Antimesías se consume en la búsqueda de un protagonismo vacío, estos campesinos representan la voluntad verdadera: un hacer silencioso y concreto, sin necesidad de aplausos ni falsas conquistas. La fuerza está en la comunidad, en la solidaridad, no en la ilusión individual de poder.

La pequeña oligarquía detrás del trono

Pero la gran farsa tiene sus verdaderos titiriteros. Una pequeña oligarquía de poderosos, invisibles a las cámaras y a los discursos, es la que realmente gobierna. Son ellos quienes manipulan los hilos del Imperio, usando al Antimesías como una marioneta para mantener el control social y económico.

Paradójicamente, ese emperador que parece dueño del mundo, no manda ni en su propia casa. Está encerrado en su burbuja de fama y falsas victorias, ignorante del juego real que se despliega tras bambalinas. La voluntad individual, por muy intensa que sea, queda reducida a un espectáculo para entretener a las masas y distraerlas de la verdad.

El taller: los obreros del imperio

Otra fotografía de Atin Aya muestra a un obrero suspendido en la estructura de una fábrica en ruinas, con un rostro que no necesita discursos ni poses para expresar dignidad y esfuerzo. En medio del páramo industrial, lejos de los reflectores, estos hombres y mujeres trabajan no para el espectáculo sino para la supervivencia y la continuidad.

Son ellos quienes sostienen en realidad el imperio, con una voluntad auténtica, aunque anónima. Mientras la élite manipula la imagen, los obreros son el fundamento, el pulso oculto que resiste bajo la máscara del poder.

La adicción al poder y al protagonismo

El Antimesías no es solo un hombre. Es un síntoma. Una advertencia.

El poder, como una droga, genera tolerancia: siempre se necesita más para sentir lo mismo. El protagonismo, por su parte, exige constantemente más audiencia, más drama, más invención. Así, quienes lo detentan se vuelven esclavos de su imagen, y ya no actúan para transformar la realidad, sino para sostener la narrativa de que ya lo hicieron.

En este ciclo, el poder deja de ser una herramienta de cambio y se convierte en un teatro vacío. El precio: la verdad, la justicia, el alma.

El arte invisible y la restauración de la verdad

Pero no todo está perdido. En las periferias del imperio, lejos de las pantallas y las plazas decoradas con hologramas, existe un hombre que nunca ha dicho una palabra en público. Es un fotógrafo. Sin firma ni nombre, viaja por aldeas, ruinas, campamentos y ciudades olvidadas retratando los rostros verdaderos del imperio: los ancianos, los niños, los mendigos, los obreros, las miradas sinceras, los cuerpos cansados.

Cuando su obra comienza a circular anónimamente, algo extraño ocurre: la gente empieza a recordar. Las máscaras se resquebrajan. Las imágenes conmueven, porque no quieren vender nada. Solo muestran.

Y así, como una grieta que se expande, el pueblo despierta. Cansados de ficciones grandilocuentes, regresan a lo humano, a lo tangible. Exigen participar, votar, pensar. El espectáculo cae, y la democracia —no como sistema perfecto, sino como límite saludable al ego— es reinstaurada.

Conclusión: el verdadero Mesías y el poder responsable

El verdadero Mesías no es exclusivo de un pueblo elegido ni símbolo de dominación política. No es un conquistador ni un soberano terrenal. Más bien, es un signo universal de esperanza, un llamado a la justicia y a la reconciliación entre todos los pueblos.

No desea gobernar, porque el poder que anhela es el poder de liberar, no de dominar. El Mesías auténtico encarna la representación de la voluntad general, no la voluntad de unos pocos. Surge cuando el poder se somete a la crítica y al bien común, convirtiéndose en servicio y no en espectáculo.

Así, el poder responsable nace de la obediencia a uno mismo, de la autocrítica, y del respeto a los límites, con humildad para escuchar a los demás y cuidar la verdad.

Recuperar el poder personal no es dominar el mundo, sino dejar de mentirse a uno mismo y abrirse al servicio de todos.

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Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.

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