“Y hubo un momento de silencio en el cielo, como de media hora.”
 — Apocalipsis 8:1

Así comienza El séptimo sello, la icónica película de Ingmar Bergman que nos enfrenta al enigma de la muerte, el sufrimiento humano y el aparente silencio de Dios. En la cinta, este silencio se interpreta como una indiferencia divina frente al dolor y la muerte que asolan al hombre. Sin embargo, este enfoque puede entenderse mejor si recordamos que Bergman mismo atravesaba una profunda depresión cuando creó la película.

Este detalle cambia la perspectiva: el silencio no sería una indiferencia absoluta del cosmos, sino una expresión de aislamiento humano, de un hombre perdido en su propia oscuridad interior. Bergman proyectó ese vacío personal en la pantalla, dando forma a un Dios que calla, pero quizá porque la humanidad, sumida en su dolor y fanatismo local, se aleja cada vez más de lo universal.

Tal vez sea procedente, tomar ese individual botón de muestra para señalar el camino colectivo que está tomando nuestra especie, como si la peste de la que habla la película fuera depresión colectiva de una especie cansada de poner límites a sus bajos instintos y rendida ante una evidente crisis de valores que cada la acerca más a su propio final. Esta experiencia podría definirse hoy como una emergencia espiritual, un momento límite donde la línea que separa el anhelo divino de una enfermedad mental es tan delgada que el psicólogo Stanislav Grof alertó en sus libros sobre el riesgo de confundir ambos estados. En ese abismo, el silencio de Dios se vuelve una metáfora de la incomunicación humana con lo absoluto, un lenguaje perdido entre la desesperanza y la esperanza.

Por añadir una nota de humor en tan lúgubre sopa psíquica añadiré que no es casualidad que este silencio se refleje también en la agenda apretada del presidente Sánchez, un espejo demasiado humano de la incapacidad para atender plenamente las necesidades de diálogo responsable de todos los españoles. Entre compromisos y discursos, parece repetirse ese mismo silencio, esa desconexión que señala Bergman: el mundo sigue girando mientras algunos líderes parecen ausentes en lo esencial.

En este contexto, la psicología junguiana nos ofrece un espejo para entender a los protagonistas modernos de esta tragedia: Netanyahu y Trump no son solo individuos, sino arquetipos que emergen como cartas del Tarot, extraídas de forma insólita del mazo de la democracia. El caballero y su escudero, figuras simbólicas de poder y caos, pueden ser presagios que anuncian la llegada de los jinetes del Apocalipsis, no solo de la muerte y la guerra, sino también del colapso económico, con el posible fin de la deuda americana como telón de fondo de un sistema al borde del abismo.

Este distanciamiento se refleja también en la música, donde All Along the Watchtower de Bob Dylan emerge como un grito profético y sincrónico, anunciando un tiempo de confusión y cambio. Dylan, el bromista, escribió una letra cargada de misterio y denuncia; y luego Jimi Hendrix, el ladrón que tomó esa voz y la convirtió en un grito eléctrico y apocalíptico, hizo realidad esa profecía con su guitarra incendiaria.

Mientras el caballero y su escudero mueven sus piezas en el tablero de la guerra moderna —Netanyahu y Trump en una danza entre lo trágico y lo absurdo—, ambos creen estar en posesión de la verdad absoluta, escribiendo la historia en un libro maldito. Un libro que, como el legendario Libro de Thoth egipcio, nunca ha aparecido porque está hecho de sangre, dolor y promesas incumplidas.

Así, los bandos enfrentados se pierden en sus propias certezas, condenados a repetir el ciclo, mientras el mundo observa, atrapado entre la tragedia y la comedia de un drama que parece no tener fin.

Quizá Dios no calla por indiferencia, sino porque habla otro idioma —uno responsable y maduro que el hombre enfermo no comprende. Lo que Bergman tomó por silencio divino puede ser, en realidad, una falta de entendimiento, un diálogo perdido en la depresión existencial y en la incapacidad genética del ser humano para trascender la agresividad heredada. Somos, después de todo, descendientes del mono, programados para seguir la lógica del macho alfa, lo que abre la puerta a un futuro donde quizás solo un gobierno global de bufones —seres absurdos, caóticos y cómicos— pueda enseñarnos a jugar otra partida.

Mientras tanto, la partida continúa. Y nosotros, espectadores de este drama, debemos aprender a escuchar ese idioma desconocido para salir del silencio y la oscuridad.

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Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.

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