Debido a la productividad de las máquinas, el desierto había estado silencioso durante toda la jornada, ni un solo ruido, ni siquiera un minúsculo dátil había caído desde las indolentes palmeras y los beduinos comenzaban a preocuparse.

No muy lejos de allí, en el enorme palacio, probablemente de algún jeque, un gran economista vino a dar una conferencia donde antes se encontraba la conocida ciudad de Madrid. En efecto, los pajes, sin poder evitar la gracia de sus levitas, nos miraban torciendo el gesto y pasaban sin resultados las bandejas de canapés y las bebidas sin alcohol.

―¡Qué aburrimiento!, gritaban a dúo las señoritas casaderas que se habían puesto monas para estar muy formales en aquel evento festivo.

En efecto, el no tener que trabajar, debido a los avances tecnológicos, provocaba problemas de otra índole, algunos morales y otros filosóficos. Los más escépticos culpaban al cambio climático de la falta de entusiasmo de los músicos y a las inversiones cosmopolitas de los extranjeros, como la razón principal para el aspecto lúgubre del cantante. Sin comentar nada sobre la aplicación existencial de la catástrofe Malthus, el economista habló claro sobre nuestros abuelos. Habían sido los primeros en gozar de la jubilación con un nivel de vida mucho más allá de las posibilidades vitales de sus nietos. Yo que siempre había vivido en una cabaña como Walden, tal vez hice mal en aceptar la invitación a tal evento. De hecho, sin saber por qué buscaba algún tipo de peligro para sentirme vivo, y la semana anterior me había bañado en una playa que había sufrido un accidente nuclear. De hecho, todavía me comportaba como un ser extravagante con un pantalón mojado que apestaba a humedad. Mi chica más sensible, se preocupaba por el uso de trabajadores humanos en el evento, y lucía una pancarta reivindicativa. Mientras tanto, las multinacionales, al otro lado de la calle, financiaban la representación de alguna tragedia griega a la que nadie había asistido. Las criptomonedas eran como un truco de magia en el que el exceso de dinero contable se multiplicaba o desaparecía, según la necesidad de cada momento. Pero lo curioso era, que eso no iba a durar mucho, a lo lejos, ya se podía ver la enorme cantidad de promesas que podían desprenderse del mago y de su séquito. Traían con ellos los problemas del pasado, las heridas que no se podían curar, los más crueles crímenes, la publicidad, las guerras, los escándalos políticos, las nuevas enfermedades, y el serio propósito de entretenernos con los males propios de nuestro tiempo, de la estadística, y sobre todo, librarnos de las decisiones de nuestros abuelos, quizá irónicamente, sin la menor posibilidad de que el trabajo de los economistas nos importara un pimiento.

*Foto: Pixabay

Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.

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