Un escritor europeo llegó a Bangkok buscando inspiración. Había leído que la ciudad era un cruce de mundos, un lugar donde lo antiguo y lo moderno se encontraban en cada esquina. Una noche tomó un taxi conducido por una mujer de sonrisa luminosa, que parecía comprender la ciudad mucho mejor que cualquier guía.

El poeta, fascinado por sus ojos y por la suavidad de su voz, intentó conmoverla con versos improvisados. Le recitó poemas largos, cargados de pathos, con la esperanza de despertar en ella una emoción profunda, de arrancar una confesión, de encender una chispa.

Ella, sin embargo, no contestó con palabras ni con suspiros, sino con pequeñas sonrisas fugaces. Unas eran de cortesía, otras de timidez, otras casi de disculpa. Cuando él, insistente, le entregó un poema escrito en una hoja arrugada, ella lo recibió en silencio y respondió con una sonrisa más, breve como un parpadeo.

El escritor pensó:

—Esta mujer es demasiado indolente. Mis sentimientos son llamas y ella solo me devuelve un reflejo tenue.

Ella, mientras lo veía alejarse, pensó:

—Este hombre necesita que alguien lo cuide. Si escribe poemas tan largos y siente tanto por completos desconocidos, en Bangkok solo recibirá sonrisas de despedida.

El destino, que a veces juega con los corazones distraídos, los volvió a cruzar. Unos días después chocaron sin querer caminando en un mercado. Esta vez, él no le recitó nada. Solo le regaló una sonrisa sencilla, sin pathos, sin retórica.

Ella, sorprendida, le devolvió no una sonrisa fugaz, sino una confesión:

—Te he echado de menos. Guardé tu poema, aunque no supe cómo decírtelo.

En esa esquina abarrotada, entre puestos de especias y faroles encendidos, ella abrió su corazón. Y él comprendió que la profundidad del sentimiento no siempre está en la intensidad de las palabras, sino en la franqueza del gesto compartido.

Y aunque el mundo sea muy antiguo y algunos dioses hayan muerto, no fue por sus pecados. Fue porque las épocas cambian, y cada cultura inventa sus propios caminos para mantener viva la llama de lo humano.

Moraleja

La historia del escritor y la taxista es metáfora del encuentro entre Europa y Asia: uno trae discursos, filosofías y emociones volcadas en palabras; el otro, gestos, códigos silenciosos y sonrisas que sostienen la armonía. Para que ambos se entiendan, no basta con insistir en lo propio: hay que aprender a leer al otro.

En un tiempo donde la economía y la estrategia vuelven a unir continentes, la clave no es la fuerza ni la astucia, sino la confianza y la empatía. Europa y Asia, como el poeta y la taxista, deben sonreírse y abrirse el corazón: solo así el camino compartido será verdadero.

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Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.

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