Fábula creada con el beneplácito de un algoritmo. Cualquier parecido con la realidad ha sido debidamente calculado y aprobado por los sistemas de vigilancia narrativa.
En una región de nombre desconocido, las políticas de vigilancia predictiva y homogeneización cultural han llevado a la criminalización del conocimiento. El caso de Guo Liang, estudiante de filología encarcelado por sus lecturas, expone los peligros de la inteligencia artificial aplicada a la represión del pensamiento.
Las mezquitas ya no existen en esta ciudad. Ni sus cúpulas, ni sus minaretes, ni sus bibliotecas. En su lugar, las calles están cubiertas de cámaras, sensores y altavoces que repiten consignas de unidad cultural. Según el discurso oficial, los lugares de culto islámico fueron demolidos por “razones de seguridad” y “reordenamiento urbano”. Pero para muchos, es el síntoma visible de algo más profundo: un proyecto sistemático de borrado cultural y control ideológico.
Guo Liang, de 24 años, no era un activista. Era un estudiante de la Universidad Central de Lenguas Clásicas, fascinado por los vínculos entre la filosofía islámica medieval, el confucianismo y el pensamiento griego. Su itinerario intelectual incluía búsquedas frecuentes sobre Averroes, traducciones de Aristóteles y estudios comparativos sobre el Tao y el Logos.
Esas búsquedas no pasaron desapercibidas. El sistema de vigilancia predictiva del Estado, que cruza datos personales, hábitos de lectura y actividad digital, identificó a Guo como un posible “sujeto en riesgo de radicalización”. Una madrugada, agentes de seguridad lo detuvieron sin orden judicial. Fue expulsado de la universidad y enviado a un centro de reeducación.
“Me echaron de la universidad para llevarme a la cárcel y enseñarme dos veces lo mismo”, relata Guo tras su liberación. “Leía traducciones de Aristóteles hechas por Averroes, pensadores que hablaban del Justo Medio, lo mismo que enseñaba Confucio. A través de ellos llegué al Logos griego, tan cercano al Tao. Pero ahora que veo cómo el conocimiento converge, menos respeto me produce el pensamiento único.”
Tras cumplir su condena, fue asignado como barrendero en una ciudad del norte. Según las autoridades, “fue reintegrado con éxito al entorno laboral”.
Sin embargo, la esposa de Guo resume lo ocurrido con una frase que circula de boca en boca entre quienes han pasado por los centros de reeducación: “No te detuvieron por violento, sino porque eres libre.”
Pensamiento bajo sospecha
Desde 2022, la política de “Armonía Predictiva” del Estado utiliza algoritmos de inteligencia artificial para detectar patrones considerados “ideológicamente peligrosos”. Lo que comenzó como una herramienta contra el extremismo se ha convertido, según organizaciones de derechos humanos, en una forma sofisticada de censura preventiva.
En esta región no identificada, esta política ha coincidido con la destrucción masiva de mezquitas, el cierre de escuelas religiosas y la persecución silenciosa de académicos que investigan culturas no oficiales. El caso de Guo Liang no es aislado, aunque pocos se atreven a hablar.
“Estamos presenciando una forma de terrorismo cultural algorítmico”, advierte una fuente anónima dentro del ámbito universitario. “Se criminaliza la curiosidad, se castiga la conexión entre saberes. Es el pensamiento único, disfrazado de seguridad nacional.”
Una nueva forma de herejía
En la historia de muchas civilizaciones, la figura del hereje intelectual ha sido recurrente, desde los antiguos legalistas hasta los disidentes contemporáneos. Pero la novedad del presente es la despersonalización del poder: ya no es un censor de carne y hueso quien señala al culpable, sino un conjunto de modelos estadísticos.
Pensar por cuenta propia —especialmente si se cruzan tradiciones culturales o filosóficas— se ha convertido en una anomalía a corregir. Y el castigo ya no requiere pruebas, solo la “alta probabilidad” de desalineación.
El caso de Guo Liang es una advertencia sobre el futuro de la libertad intelectual en sociedades cada vez más controladas por tecnologías que no distinguen entre la violencia y la libertad, entre la amenaza real y el pensamiento profundo.
Como él mismo dijo en su última entrevista antes de ser silenciado en redes sociales: “No es el extremismo lo que temen. Es la posibilidad de que el conocimiento no tenga dueño.”
Escritor sevillano finalista del premio Azorín 2014. Ha publicado en diferentes revistas como Culturamas, Eñe, Visor, etc. Sus libros son: 'La invención de los gigantes' (Bucéfalo 2016); 'Literatura tridimensional' (Adarve 2018); 'Sócrates no vino a España' (Samarcanda 2018); 'La república del fin del mundo' (Tandaia 2018) y 'La bodeguita de Hemingway'.





