Theodor Adorno
Theodor Adorno. Autor: José Antonio Lara Cortés.

La obra de arte cerrada asume el punto de vista de la identidad del sujeto y objeto. Filosofía de la nueva música, Th. W. Adorno, 2018 (p.112).

En el intento de conseguir un arte socializador, como medio de expresión, de transmisión y de representación constante y entrelazada, es decir, como una dialéctica, surge una creada ilimitación como modo con el que se consigue descubrir o indagar el objeto mismo. El contenido y su forma persisten, pero la apreciación que se tiene de ellos debe interconectarse, debe poder establecer unos hilos invisibles de la interpretación que permitan que exista un diálogo. A este respecto, la obra aparentemente abre sus vías al conocimiento, pero no puede adaptarse a todo tipo de público; aunque sí que se adaptaría a un tipo de público burgués.

Las referencias esotéricas que están por descubrir y relacionar, se encuentran ancladas al objeto mismo. Es lo que Walter Benjamin (1892-1940) denominó el aura1. Para el crítico y filósofo alemán, Theodor Adorno (2018): «El aura es la adherencia ininterrumpida de las partes al todo que constituye la obra de arte cerrada» (p.113). El aura pertenece al objeto único y a un único espectador o sujeto, que lo que une y ve lo hace en base a su subjetividad.

Ciertamente, es importante considerar que las artes plásticas, escénicas, poéticas o musicales, no existen simplemente como producto al que estar atentos. No son únicamente una creación consciente que deba ser analizada o razonada por nuestro juicio lógico o estético.

Cuando a través de ellas captamos lo que de ellas no conocemos o sentimos, lo que nos es incomprensible, podrá el sujeto crítico o participativo desligarse incluso de la misma obra y de él mismo. Las artes pueden llegar a ser una utopía, un mundo posible, e Internet, como medio y fin, está próximo a conseguirlo.

Sin título. Dibujo-collage. Septiembre de 1933. Lápiz conté, gouache y collage sobre papel. 108 x 70 cm. Fundació Joan Miró, Barcelona. Depósito de colección particular.

Esta idea utópica, de una concepción de las artes igualitaria y democrática, está muy lejos del planteamiento de obra de arte cerrada. Adorno (2018) ya acusó esta idea en su Filosofía de la nueva música:

La obra de arte cerrada no conocía, sino que hacía desaparecer en sí al conocimiento. Hacía de sí un objeto de mera «intuición» y llenaba todas las brechas a través de las cuales el pensamiento podía escapar al dato inmediato del objeto estético. (p.112)

El sujeto no llega a liberarse de la comprensión del mismo objeto estético, como tampoco desfragmentarse él con la obra. Al recibir la obra de arte como una concepción a través de una forma racional, el sujeto queda atrapado en ella, pero porque él quiere, es su voluntad. Por tanto, la obra como objeto, entra en el terreno de la autenticidad gracias a que el sujeto emplea recursos propios para hacer esa obra suya, sin que haya ningún tipo de fisuras. En consecuencia, la obra se convierte en un producto más, pero bajo el yugo de la búsqueda y la interiorización.

Esta idea benjaminiana que se basa en la estética kantiana y prekantiana del individuo frente al objeto; y establecida por un interés por el hallazgo y el entendimiento formal del arte, cambia a raíz de la reproductibilidad técnica. La obra ya no se puede experimentar, ni tampoco imaginar o disociarse de ella, sino que llega al sujeto porque sí y porque se quiere que llegue así. Benjamin (2003) lo argumenta de esta forma cuando se refiere a la decadencia actual2 del aura: «“Acercarse las cosas” es una demanda tan apasionada de las masas contemporáneas como la que está en su tendencia a ir por encima de la unicidad de cada suceso mediante la recepción de la reproducción del mismo» (p.31).

Arte fragmentario (utópico)

Adorno, por su parte, cree que la obra de arte fragmentaria permite un mayor acercamiento al conocimiento, o simplemente, a la percepción de la obra.

Partitura de la ópera Erwartung (La espera). 1 de enero de 1909. Arnold Schönberg. Library of Congress, Public Domain Archive.

No obstante, lo que resulta paradójico, es que para acercarnos al conocimiento, debemos alejarnos, en parte, de la obra. Al alejarnos de ella la podemos entender con más claridad o no entenderla en absoluto. En esa falta de necesidad de saber sobre ella, la misma obra se esfuma, forma parte de un momento. Como también se esfuman sus partes o totalmente. No existe la impetuosa intención de querer recordar lo que se vio o se oyó, solamente lo que no queda, y si hay algún fragmento que queda, es lo que conforma la obra de arte fragmentaria. La obra no se puede subjetivar y el individuo puede reconocer su experiencia estética sin necesidad de recurrir a una unión con ella.

En el terreno musical, podemos ejemplificar esta idea si nos centramos en la etapa tardía (dodecafónica) del compositor austríaco Arnold Schönberg (1874-1951). El sujeto que escucha sus composiciones no queda prendido por ellas, no queda arrinconado por una hermosa armonía, como tampoco se abstrae del momento. Durante la audición, el oyente queda alienado parcialmente. Queda separado de la obra, que desaparece en momentos y reaparece; y finalmente se pierde en la nada ella misma y el mismo sujeto. En esa alienación parcial que aparece de la desaparición en la memoria de la pieza musical y el recuerdo del fragmento, es cuando se produce conocimiento.

Un conocimiento que no depende de una conexión espiritual o subjetiva entre objeto y sujeto, que se encuentra y no se vuelve a repetir.

La obra fragmentaria posibilita un nuevo interés por lo nuevo. Según Adorno (2018): «El lenguaje musical (de Schönberg) se disocia en fragmentos. Pero en ellos el sujeto puede aparecer medianamente […] mientras que los corchetes de la totalidad material lo mantenían prisionero» (p.107).

Ante esto, podemos extraer que la obra de arte total o la que se asemeja a lo que nuestra subjetividad conoce, no permite aliarse de nuevo a la misma corporeidad de la obra y a los procesos de significación que derivan de ella, puesto que casi nunca son variables, porque son propios. Con la fragmentación existe un campo a través.

1 Para Benjamin (2003): «Lo bello no es ni la envoltura ni el objeto envuelto en ella; es el objeto en su envoltura» (p.105). Lo bello que aflora por medio del objeto y su envoltura, es el aura. El autor se muestra disconforme con el arte producido en masa, con lo que es reproducido técnicamente. Este desacuerdo que aparece en su ensayo de 1936, La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica, surge en un contexto particular: el del pleno auge del nacionalsocialismo. Hay que recordar que todo el arte «degenerado» (el de vanguardia), es menospreciado por el nazismo, que utiliza medios para producir un arte en cadena y reproducible para servir a fines ideológicos, y que no permite que el objeto estético sea subjetivado.

2 actual: el contexto en el que se escribe el ensayo es el de los años treinta [N. del A.].

Nací en Barcelona el 9 de abril de 1995. Tengo formación artística y pedagógica. Desde pequeño me ha interesado conocer y tratar las cosas desde un prisma muy personal. Quizá por mi formación, la mayoría de lo que he aportado, siempre ha sido analizado y mostrado no antes, sin pasar por los filtros de unos valores que siempre han ido cambiando, pero que guardan una relación común: la de hacer una función benefactora y justa.

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Un comentario en «El arte cerrado o fragmentario en Th. W. Adorno»

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