Como buen espíritu de mi tiempo, escuchaba en mi lista de Spotify una canción que para algunos será conocida y oída de más (cuando la queja ya está de más), a otros quizá ni les sonará: No todo va a ser follar, de Javier Krahe. Yo es la primera vez que la escucho. Y establezco una separación equilibrada de generación (puede que ambigua, pero respetable) y quizá lógica, cuando me refiero a que unos la habrán escuchado demasiado y otro probablemente no, porque parece claro que todo aquello que se expresa en los medios se generaliza (sobre todo cuando aparece en un artículo el término millenial). Y esto incluso cuando hay una disposición a analizar, reflexionar y a establecer un juicio depurado sobre una canción, un personaje icónico, o cualquier otra manifestación artística. Pero, en fin, eso ya es agua de otro arroyo.

Es verdad, ¿qué nos está pasando a los jóvenes, y a los no tan jóvenes? Cierto es que llega el verano, y todo parece ya desenfreno, ganas de disfrutar, de hacer “guarreridas” y de “benvinguda la vida”, como celebra el spot de Capbrabo. Cierto es que ya no hay fuerzas ni para desmenuzar la última noticia, pero sí hay que tener esa fuerza para apretar una tuerca floja; fuerza, que por cierto, nos dan anuncios así. Es el futuro. Un futuro grisáceo si solamente todo es dejarse llevar y rebeldía sin fundamento (aquella que solamente sirve para dañar).

También es verdad que el entorno no acompaña y hay muchos bares con bocas en demasía. La concentración es inexistente y el futuro no se puede vislumbrar. El futuro no existe, pero el presente parece únicamente de algunos afortunados. ¿Qué hacemos con aquellos que tienen un presente nefasto, los marginamos, les seguimos pagando 10.000 euros al año (cifra que algunos considerarán elevada y que para mí es lamentable para un sueldo anual), y a alargar la emancipación? ¿qué hacemos, seguimos publicando ofertas en inglés y requerimientos en el mismo idioma, estando en España, un país que debe estar con la cabeza alzada, mirando los cojones de Dios y admirando sus ricos idiomas? Desde luego no sé lo que pasa. Con todo esto de la digitalización, no el teletrabajo (que me parece una muy buena opción), hay muchísimas contrataciones por cuenta propia, y ale, a buscarse las algarrobas. No, señores, en el teletrabajo la mayoría de las contrataciones también deberían ser así, laborales. Y al teletrabajo otorgarle más poder. Sino cómo podemos seguir sobreviviendo a la falta de luces, de detenimiento, chismorreo, lloriqueos y decoro en el desarrollo de cualquier actividad profesional. Y, por supuesto, en lo extralaboral, que parece ya un batiburrillo de cosas resabidas y pregonadas por almas en retroceso. Es bueno que en el trabajo por lo menos exista la armonía. Y eso es posible, hoy por hoy, a duras penas. Las cicatrices son demasiado grandes todavía para ser cerradas en una carne viva que ya no es roja, que ha perdido parte de su color, pero que hay que evitar que lo recupere siempre siendo discretos, teniendo autocontrol de la lengua y de las manifestaciones gratuitas. Pero que conste que, en estos momentos, duele menos el tajo que el proceso de cicatrización.

Por eso, follar está muy bien, y disfrutar en general, claro que sí. Pero antes habrá que encontrar la comodidad, que está casi en un peldaño por encima de la resistencia, y que no se me malinterprete, que el camino que lleva a la comodidad requiere de muchísima resistencia y tropiezos en el Calvario de la barriada. Ese hueco futurible que proporciona el aislamiento, para centrar nuestra atención en el trabajo y estabilizar el futuro, es parte fundamental para no seguir sobreviviendo, y no seguir dejando que sobrevivan aquellos que no pueden llevarse un mendrugo a la boca y, en el otro extremo, a aquellos que, desde la comodidad mal empleada, desde mi forma de ver, tienen los santos reaños de instagramear que hay que vivir el momento. ¿Dónde está el fuego? ¿Dónde quedan la verdadera comprensión, la verdadera contribución al futuro?

Amigos intergeneracionales, homenots y noietes, siempre me he considerado una persona optimista, pero lo que es intolerable, es que ese optimismo utópico tan necesario siempre se vea vilipendiado por personas que se espera tengan más experiencia en la vida. Eso es la vida dirán algunas gentes. Pero la vida no es lo que viven otros y que aparece en las tendencias de búsqueda del móvil o la clásica y “jartible” sentencia de “como está la cosa…”. Por favor, por favor. Es inaceptable que en la sociedad del siglo XXI se dé espacio a ese tipo de comentarios y de personas. Esa sí debería ser la minoría silenciosa. La realidad es que quien sufre, está pasando su penitencia en silencio; lucha, lucha y lucha. Y poco espacio tiene para el descanso, si no es protegiendo su ánimo.

Quienes creemos que la sociedad, en su privacidad y exterioridad, puede mejorar con el derroche de algunas palabras y frases, quizá poco concordantes, pero con la elocuencia del primer impulso que siempre es verosímil, confiamos en que el minúsculo libre albedrío particular no quedará anulado por el dispositivo en el que nos vemos envueltos. Y que no es otra cosa que aquello que es ajeno a nuestra profesión y compromisos importantes, pero que empaña nuestro bienestar doméstico. Pero que también muestra su doble acción, que lejos de contrarrestar el sufrimiento, también consigue apropiarse de nuestra centralidad, orden y sosiego en el lugar de trabajo. Por eso, ahora se habla tanto de conseguir el bienestar emocional, porque quienes viven en barrios, y tienen una mentalidad “más allá”, saben de lo que estoy hablando.

Tomando perspectiva de todo este tiempo, la solución no consiste en separar los tiempos y los espacios. No sirve nada de eso. Hay que unificar. Dar posibilidades, más que oportunidades. La pedagogía siempre lo ha tenido bien claro, pero el problema es que la gran mayoría no estamos educados en acariciar nuestra comunicación y sanidad audiovisual, por eso, nos conformamos con las oportunidades, y no luchamos por las posibilidades; las posibilidades de crear un ambiente sano en trabajo/escuela+trayecto+casa. Esa posibilidad de unificación saludable está muy lejos de ver cada día lo que pasa en la actualidad o de ver Sálvame. El problema* se lleva al trabajo, se trae a casa, se trae de casa y se vuelve a recoger en el trabajo. Para mí, no tener ese problema se traduce en: no caer en la trampa del dispositivo y dejar de almacenar información innecesaria. Y, mucho menos, pregonar partículas de esa información.

Sé que muchas personas esto lo tienen claro, pero es bueno que lo sepan aquellas que están atrapadas en el dispositivo, y que, consciente o inconscientemente, pretenden hacer que los que huyen de él, participen de lo que carecen aquellas otras: autonomía e independencia personal para evolucionar. A ver si de esta manera, las huellas que conducen a su mediocridad se borran para siempre.

PD: Lean a Agamben, por favor.

*El problema: desajuste emocional, que por mucho que empleemos la resiliencia, vuelve a florecer.

Articulista en Revista Rambla | Web

Nací en Barcelona el 9 de abril de 1995. Tengo formación artística y pedagógica. Desde pequeño me ha interesado conocer y tratar las cosas desde un prisma muy personal. Quizá por mi formación, la mayoría de lo que he aportado, siempre ha sido analizado y mostrado no antes, sin pasar por los filtros de unos valores que siempre han ido cambiando, pero que guardan una relación común: la de hacer una función benefactora y justa.

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