Foto: Albert Olive

Un año más, Barcelona, la capital catalana, se convirtió en centro del independentismo catalán y escenario urbano de su gran capacidad de movilización. Independentismo, sí, porque se insistía en la necesidad y legalidad de un referéndum de autodeterminación, pero sin ocultar la orientación mayoritaria de los asistentes, nítidamente escorada —es habitual— hacia la opción secesionista. Y, como en ocasiones anteriores, el despliegue humano de gentes de toda edad resultó masivo, en un ambiente distendido y familiar, casi de romería.

Todos los acentos de las tierras catalanas se escuchaban en las calles de la Ciudad Condal. No en vano habían llegado a ella unos dos mil autobuses procedentes de localidades de las cuatro provincias del Principat. Se esperaba que medio millón de personas asistieran al gran acto central de la Diada, y tal vez el cálculo se quedó corto. A ellas se sumaban los periodistas de ochocientos cuarenta medios acreditados para cubrir la información del evento, ciento cincuenta de ellos de fuera del Estado español.

Este año, la Assemblea Nacional Catalana (ANC), Òminum Cultural y la Associació de Municipis per la Independència (AMI) habían preparado la formación de una gran cruz —el signo de la suma, pero también la señal para marcar en la casilla del «Sí»— que ocupó la totalidad del paseo de Gràcia y el tramo de la calle Aragó que discurre entre la calle de Casanova y el paseo de Sant Joan. El espacio fue dividido en 48 secciones, tantas como comarcas tiene Cataluña. Por encima de los presentes, siguiendo los cuatro brazos de la concentración avanzaron cuatro grandes pancartas hacia el centro de la encrucijada; en ellas podían leerse mensajes en favor del referéndum y de la independencia de Cataluña. Al confluir en la zona central, los presentes vistieron —muchos ya la llevaban puesta— la camiseta alusiva al lema de este año, «La Diada del Sí», de color amarillo fluorescente, en la que podía leerse la preposición afirmativa en diferentes lenguas, como el occitano (cooficial en el Valle de Arán), el inglés, el francés y el chino. Según los organizadores, a mediodía del lunes se habían vendido trescientas mil de estas prendas, y sus existencias estaban prácticamente agotadas.

En una de las lonas podía leerse también la consigna «Paz y libertad», alusión directa al carácter pacífico de la reivindicación soberanista, pero también como señal de rechazo a los atentados terroristas que Barcelona y Cambrils sufrieron el pasado agosto. El minuto de silencio masivamente guardado en homenaje a las víctimas de esa barbarie fue el momento más intenso y emotivo de toda la tarde.

Por supuesto, no faltaron los aspectos festivos, como las actuaciones de colles castelleres, gigantes y grupos de percusión y de gralles (la dulzaina catalana), que actuaron repartidos entre la masa de los concentrados. De otro tipo fueron los números musicales interpretados en el escenario de la plaza de Catalunya, lugar donde tuvieron lugar los discursos políticos de la jornada. Allí actuaron un veterano grupo de folk-rock catalán tradicionalmente proclive al independentismo, la Companyia Elèctrica Dharma; la banda de pop Els Amics de les Arts, que versionó, junto con los coros del Orfeó Català, una canción del solid south estadounidense, Louisiana; y el saxofonista Pep Poblet, a quien correspondió la interpretación de El cant dels ocells (El canto de los pájaros), composición popular tradicionalmente ligada al sentimiento nacional catalán.

En momentos previos al inicio del acto, cuando el espacio indicado ya se hallaba saturado de personas y sin duda embargado por la emoción que el gentío le infundía, Jordi Sánchez, presidente de la ANC, declaró a la televisión autonómica catalana: «Tenemos el convencimiento de que el 1 de octubre votaremos. Esto no lo puede parar nadie». Dos horas después, sobre el estrado de los oradores, Sánchez cerró el acto con algunas frases rotundas: «Hoy nos tenemos que declarar insumisos a todos aquellos tribunales que solo deseen preservar la indivisible unidad de la patria. […] Ahora sabemos que ni el Govern ni el Parlament nos han fallado. Gracias a vosotros saboreamos la victoria. […] Hoy hemos vuelto a dar una lección de civismo y democracia, y ya van seis. La séptima será el 1 de Octubre». Sobre el mismo estrado, Neus Lloveras, presidenta de la AMI, había asegurado que «nuestra obligación es escuchar. El 80% de los catalanes quieren hablar en las urnas», y Gerardo Pisarello, concejal del Ayuntamiento de Barcelona, manifestó el apoyo al referéndum de la principal alcaldía catalana, a pesar de las recientes y controvertidas declaraciones de la alcaldesa Ada Colau, quien anunció que no prestaría las dependencias municipales para la celebración de la consulta (a fin de no poner en peligro la seguridad jurídica de los empleados municipales). Por su parte, Jordi Cuixart, representante de Ómnium Cultural, aseguró que los tribunales españoles «han dejado de defender los intereses del conjunto de Catalunya» y que «nadie puede negarnos el derecho universal al voto».

Terminadas las alocuciones, la organización desplegó en la plaza de Catalunya cuatro pancartas, en las que se podía leer «Hola País Nou» («Hola Nuevo País»), «Hola República», «Hola Europa» y «Hola Món» («Hola Mundo»).

Concluidos los parlamentos, la celebración prosiguió en el paseo de Lluís Companys, donde estaba preparada la XVII Festa per la Llibertat. Actuaron la cantante y compositora Judit Nedderman, y los grupos Jarabe de Palo, Txarango, Els Pets y Green Valley.

Por supuesto, no podía faltar la guerra de cifras. La Guàrdia Urbana de Barcelona estimó en cerca de un millón de personas el número de los asistentes al acto central de la Diada, un cálculo que grosso modo viene a coincidir con apreciaciones sobre las movilizaciones de anteriores diadas. La Delegación del Gobierno en Cataluña rebajó esa cifra a doscientos mil concurrentes.

Otros actos relativos a la Diada fueron la concentración de la izquierda independentista en el Fossar de les Moreres, antiguo cementerio de la iglesia de Santa María del Mar donde recibieron sepultara los defensores de Barcelona ante el asedio borbónico de 1714, que tuvo lugar la noche del domingo 10; y la ofrenda floral ante el monumento a Rafael Casanova, conseller en cap de Barcelona que fue herido y capturado en el asalto de las tropas de Felipe V al barcelonés baluarte de Sant Pere. A esta ofrenda, celebrada el lunes por la mañana, asistieron delegaciones de distintos partidos políticos y organizaciones sociales, con gran pitada del público asistente a la representación del Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC); no hicieron acto de presencia ni Partido Popular ni Ciudadanos, debido al escaso tirón de popularidad que registran año tras año, manifestado en forma de pitidos e insultos. Sí estuvieron presentes los enviados de distintas formaciones del nacionalismo periférico del Estado, entre ellas Bildu, en cuya delegación figuraban Pernando Barrena y Arnaldo Otegi.

Por su parte, el gobierno español no podía dejar de terciar en la Diada y lo hizo como mejor sabe, buscando el atajo fácil pero intransitable a los problemas políticos, judicializándolos una vez más. Ya que el día 11 de septiembre no es festivo en Madrid, presentó ante el Tribunal Constitucional un recurso contra la ley de Transitoriedad aprobada la semana pasada por el Parlament catalán. Según el ejecutivo presidido por Mariano Rajoy, la pretensión de la cámara catalana supone el «mayor ataque concebible» a los valores democráticos, aunque los manifestantes de hoy en Barcelona simplemente pedían la oportunidad de decidir democráticamente sobre su futuro y tener la satisfacción de que la soberanía vuelva a ser popular, no gubernamental.

Editor, periodista y escritor. Autor de libros como 'Annual: todas las guerras, todas las víctimas' o 'Amores y quebrantos', entre muchos otros.

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