7 de julio. Primer encierro de San Fermín. El mundo renace de la covid —o eso nos han dicho— como el monte del incendio, y con él las pamplonicas fiestas de San Fermín, iniciadas el 6 de julio de 2022 con el tradicional txupinazo.

Era tal la alegría que el consumo de alcohol se disparó hasta dimensiones inéditas incluso en los Sanfermines, donde, como es sabido, se bebe a destajo (doy fe de ello). La euforia etílica acompañaba a la alegría del alma rejuvenecida en el festejo, tras dos años de lutos y sinsabores.

Así pues, vistas las borracheras del día 6 y de sobra conocida la ejemplaridad con que el fiestero ebrio observa las recomendaciones de seguridad difundidas por el Consistorio pamplonés, el primer encierro de estos Sanfermines 2022 olía a desastre en los momentos previos a su inicio. Hasta la manada se dio cuenta de ello y remoloneó unos instantes, dubitativa, sobre si salía o no de los corrales. Finalmente se impuso la autoridad patriarcal de los cabestros, vicarios del dios de la muerte ante el que rinden sus inocentes cuentas los toros.

Lucían impecables testas los morlacos, como corresponde al animal destinado a Pamplona: las astas, inmensas, daban miedo hasta por televisión. Último alarde por las calles antes del asesinato ritual de la tarde.

Se da la circunstancia de que varios de los bravos eran de cornamenta muy amplia, tanta como altas sus respectivas cruces, rasgos que unidos a los claros tonos marrones de sus pieles, les confería cierta estampa de cabestro. Esta similitud fue causa de confusión para más de un corredor, aunque muchos otros, llevados en volandas por los efluvios del alcohol, habían perdido la capacidad de distinguir entre un toro y una cobaya; o un muro, porque son dignos de ver los trompazos que ellos solitos se dan contra los recios costillares de las reses.

Tras los coscorrones habituales de la cuesta de Santo Domingo, donde corren los valientes —o eso dicen— pero también los que debido a la edad ya tienen menos fuelle, la manada atravesó con elogiable limpieza la plaza del Ayuntamiento y la calle de los Mercaderes, tramos donde algunos mozos se marcaron las primeras carreras de exhibición en esta fiesta de 2022.

Superada la curva de Mercaderes sin incidentes, los morlacos enfilaron una calle Estafeta sorprendentemente despejada, donde hubo nuevas carreras de mérito. Como es habitual en este tramo, la manada se estiró y fue absorbida por el personal, pero los astados demostraron su carácter noblote. Corrían entre la gente casi con timidez, renunciando a fijarse en sus potenciales víctimas, camino de ese refugio traidor (la plaza) del que solo saldrán descuartizados. Y puede decirse que los golpes —pocos— del tramo de Telefónica se debieron a la incomodidad de los mansos, visiblemente cabreados por el estrujamiento, entre otras muchas ofensas a las que son sometidos por los humanos.

Para terminar, el fantasma del montón se apareció en el callejón de entrada a la plaza. Mal rollo por unos momentos, porque la memoria de la fiesta recuerda con tintes dramáticos este tipo de aglomeraciones. Afortunadamente, el capote de San Fermín despejó la estrecha vía y el susto quedó en nada. Si no fuera por él…

(*) Foto de portada: Ayto. de Pamplona.

Editor, periodista y escritor. Autor de libros como 'Annual: todas las guerras, todas las víctimas' o 'Amores y quebrantos', entre muchos otros.

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