‘’¿Y tú por qué no lloras?’’ le pregunta un niño a la protagonista d’Estiu 1993 al comienzo de la película. Frida tiene seis años, acaba de quedar huérfana tras la muerte de su madre, por lo que está a punto de trasladarse de Barcelona a la casa de sus tíos y su prima, en el pueblo, y aún no tiene respuesta a esa pregunta.

Carla Simón debuta con Estiu 1993, una película autobiográfica que funciona como una evocación de sus propios recuerdos y que retrata una parte de su infancia, la de ese verano de principios de los noventa en qué todo lo que conocía cambió radicalmente y tuvo que enfrentarse a la vez y a una edad tan temprana a la muerte de su madre causada por sida, a la adaptación a un nuevo ambiente familiar, y a la gestión de ese dolor que poco a poco iba descubriendo.

Frida no solo es demasiado pequeña para entender qué significa la muerte, sino que no conoce el dolor y antes que todo tiene que aprender a aceptarlo. Por si fuera poco, también tiene que encajar en una nueva familia, con los vínculos ya formados, y con las figuras, también nuevas para ella, del padre y la hermana. Y todo esto en un entorno muy distinto al de la ciudad, en una pequeña localidad rural de la Garrotxa.

En ese ambiente surgen nuevas sensaciones que no había conocido hasta entonces: la confusión, la soledad, la envidia y, sobre todo, la rabia, que tendrá que canalizar como pueda, ya sea a través de la religión, inculcada por su abuela en un intento que acaba siendo fallido; en la rebeldía y tozudez con las que se enfrenta a sus nuevos padres, culminada en el momento en que Frida decide irse de casa; o con el rechazo y a veces hasta mezquindad con la que trata a su nueva hermana pequeña, a la que engaña aunque esto suponga que se dé por desaparecida durante horas.

Lo más destacable de Estiu 1993 es que, pudiendo haber hecho la típica película de niño abocado a la desgracia, ya que la historia es claramente dramática, no cae en la lágrima fácil, aunque sí cale rápidamente, y eso se debe en buena parte en la elección del punto de vista.

Simón opta por dirigir nuestra mirada al interior de Frida, ya que es ella la protagonista de todos esos cambios, y es a través de sus expresiones, sus palabras y sus actos que el espectador es capaz de acercarse a la complejidad del personaje, que a veces genera compasión, otras rechazo, y a entender su comportamiento como una parte de ese proceso de adaptación y maduración en el que se encuentra.

La película tampoco pretende hacer una fotografía social del impacto que tuvo el sida en esos años. La palabra no se menciona en ningún momento y se tarda un poco en descubrir porqué murió la madre de Frida, aunque se muestra claramente el estigma asociado a la enfermedad a través del rechazo que tiene la gente hacia la niña, y que ella no entiende.

Con la interpretación de Laia Artigas como Frida y de Paula Robles como la prima que se convierte en su hermana pequeña, las niñas de seis y cuatro años muestran una gran conexión ante la cámara pero sobre todo desprenden una naturalidad poco habitual, fruto de dos grandes interpretaciones y de una arriesgada pero acertada apuesta por la improvisación y el uso de planos secuencia. Y por su parte, Bruna Cusí y David Verdaguer, en sus papeles de tíos que se convierten en padres, están a la altura también, aceptando su rol de acompañamiento que deja a las pequeñas el protagonismo que merecen.

Ambientada con cierto tono nostálgico, y con una imagen clara y poética, la acción transcurre de forma pausada, y las imágenes recorren escenas típicas del día a día de todos aquellos que hemos pasado veranos en el pueblo, y con elementos representativos de esos años. Las niñas viven en una casa en medio del campo, dan de comer a las gallinas, se disfrazan en el patio, ven los Mosqueperros o bailan con la canción del verano de Bom Bom Chip. En el pueblo corretean en la plaza con otros niños y son parte del público del concierto de fiesta mayor.

Estiu 1993 se desenvuelve entre ese contraste de escenas de peso tan poco habituales para una niña de seis años, y esos momentos ligeros que forman parte de cualquier infancia. Al final, Frida es capaz de llorar, y es a partir de entonces cuando toma consciencia de todo lo que ha pasado y empieza a superarlo. Carla Simón ha sabido mostrar muy bien este proceso y su primera película ya le ha valido los reconocimientos a Mejor Ópera Prima y el premio especial del jurado en la sección Generation Kplus en la Berlinale, el Biznaga de oro y el Premio Feroz de la crítica en Málaga y el de Mejor Largometraje y el Premio Nova Crítica en el FIC-CAT.

(Sabadell, 1995). Estudió Periodismo en la Universidad Autónoma de Barcelona y escribe sobre cultura, género y política. Actualmente, trabaja como escritora, traductora y Community Manager "freelance".

Comparte:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.