Las conductas suicidas no mortales tras el confinamiento por la Covid-19 aumentaron un 50,77% en Catalunya, especialmente entre las mujeres jóvenes y los menores de edad. Lo apunta un estudio del Instituto de Investigación Sant Pau de Barcelona publicado en la revista The Lancet Psychiatry.

El Grupo de Investigación en Salud Mental de esta institución señala que las tasas globales de suicidio se mantuvieron estables durante la pandemia, pero hasta ahora no se había explorado el efecto específico en las conductas suicidas no letales.

La investigación se ha realizado a partir de los 26.482 casos de conductas suicidas sin muerte en Catalunya registradas entre el 1 de enero de 2018 y el 31 de diciembre de 2022 en el Código de Riesgo de Suicidio Catalán. La muestra incluye a 17.584 mujeres y 8.898 hombres, con una media de edad de 37,94 años.

Los resultados revelan una tendencia de aumento leve de las ideas y los intentos de suicidios sobrevividos desde el 1 de enero de 2018 hasta el 13 de marzo de 2020; una reducción durante el periodo de confinamiento –hasta el 21 de junio de 2020– y un incremento del 50,77% después del confinamiento.

Aislamiento social y desafíos económicos, posibles factores

El estudio realiza un examen exhaustivo del impacto prolongado de la pandemia en la salud mental de la población, como destaca el doctor Víctor Serrano-Gimeno, que ha liderado la investigación: «La reducción inicial durante la estricta cuarentena puede estar explicada porque la gente tiene menos acceso a métodos para quitarse la vida, entre otras razones. Y el aumento posterior al confinamiento refleja factores complejos, incluyendo el aislamiento social y los desafíos económicos».

El informe apunta que la relajación de las medidas del confinamiento se tradujo en un significativo aumento de las conductas suicidas no mortales entre las mujeres, especialmente las de entre 18 y 30 años, y también entre los menores de edad.

En febrero, una investigación del Clínic-IDIBAPS ya confirmó un aumento de problemas de salud mental en chicas adolescentes tras el confinamiento, con mayores ingresos en urgencias por autolesiones, intentos de suicidio y trastornos alimentarios.

Los resultados del Instituto de Investigación de Sant Pau subrayan la necesidad de desplegar estrategias preventivas dirigidas a estos colectivos, como señala la doctora Maria Portella, jefa del Grupo de Investigación en Salud Mental en esta institución: «Cuantifica lo que ya sospechábamos sobre la salud mental durante la pandemia. Destaca la necesidad de una perspectiva más allá de la patología mental para tratar la suicidalidad, es decir, abordarlo como aspecto fundamental de salud pública».

Los responsables de la investigación subrayan que, además de cuantificarlo, ponen un foco mucho más amplio en la patología mental en el sentido de que no necesariamente eran personas que tenían un diagnóstico psiquiátrico. «El suicidio es un problema de salud pública mucho más global», añaden.

Un aprendizaje de cara al futuro

Durante la pandemia se priorizó la salud física de las personas para reducir el riesgo de infección del virus y no se valoraron suficientemente sus efectos sobre la salud mental. Lo señala el doctor Narcís Cardoner, investigador del grupo y jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital de Sant Pau: «Se habla siempre de una cuarta ola, que es el problema de salud mental. Y parece que hemos sido algo ajenos a esta situación. (…) No existe salud sin salud mental y haber hecho algún tipo de previsión sobre estos impactos habría sido esencial».

Los autores del informe destacan que lo que a veces es bueno para la salud física, no siempre lo es para la mental, e invitan a plantear propuestas más ‘holísticas’ ante situaciones similares en un futuro.

Destacan que las tasas y la prevalencia de casos de depresión y ansiedad derivadas de la pandemia han crecido casi en todas partes, y reclaman abordar estos fenómenos sociales desde una perspectiva de salud pública y no sólo de psiquiatría.

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