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Desde el pasado 15 de mayo, tras las manifestaciones por una democracia participativa y que no sea rehén del poder financiero, un fantasma recorre las plazas de muchas ciudades del Reino de España: desde Madrid a Girona. Es un fantasma que se presenta bajo la apariencia de acampadas, un espectro electrizante y espontáneo que se conjura en un movimiento asambleario y que funciona a través de comisiones de trabajo, sin partidos políticos ni sindicatos, ni líderes o portavoces, pacífico y abierto a todo el mundo.

Excusez-moi, M. Hessel, pero la indignación llegó mucho antes que su libro

Siempre es agradecido poner rostro a un fantasma. Sobretodo, lo agradecen los medios de comunicación: una cara, un nombre, una historia ¡y ya tenemos un por qué! Parte de la prensa generalista señala al nonagenario miembro de la Resistencia francesa, M. Stéphane Hessel, autor del panfleto “¡Indignaos!”, como impulsor de esta sacudida de conciencias que nos ha llevado a la calle.

Sin embargo, y con todos los respetos para M. Hessel, difícilmente una explicación resultaría más burda, tosca y simplificadora. En un país donde el paro juvenil alcanza el 45%, donde el 63% de la población vive con mil euros o menos (mucho menos); un país de mucho sol y clima fantástico, pero en el que se destinaron millones de las arcas públicas para rescatar una banca que, pasado el susto, logra pingües beneficios al mismo tiempo que cerca de 250.000 familias son desahuciadas, quedándose sin techo pero sí con la deuda hipotecaria; sin contar la reforma laboral, los recortes en gastos sociales, la precariedad… ¿Era necesario que M. Hessel inoculará el virus de la indignación? No.

¿Cabe felicitar a M. Hessel por haber sacado un libro de temática y título tan apropiados en un momento tan adecuado? Sí, cabe felicitarle, y sobretodo, a sus herederos. No obstante, y con todos los respetos para M. Hessel, pero la indignación llevaba entre nosotros mucho antes que su libro.

La indignación, la rabia, la frustración, el malestar, la necesidad de organizarse y actuar, etcétera, son sentimientos comunes a toda una generación, la que a bombo y platillo algunos denominan “la generación mejor preparada de la historia del (Reino de) España”. Pero también son sentimientos transgeneracionales, que no quedan limitados a un segmento de edad, digamos, comprendido entre los 20 y los 35 años. La rabia y el malestar no son como el sarampión: que si los pasaste una vez, ya no vuelves a contagiarte.

Hay quien observa las protestas como a las estrellas del cielo: desde muy lejos

El lunes 16 los medios de comunicación y los partidos políticos se asombraron, entre escépticos y maravillados: “¡oh Egipto, oh el twitter, oh el movimiento 15-M, oh democracia real, oh los indignados!”. ¿Dónde habían estado hasta entonces? Nadie lo sabe. A partir de esa manifestación, los medios generalistas dieron el pistoletazo a toda una serie de informaciones contradictorias, artículos de opinión, especulaciones, tertulias con gurús del tres al cuarto, etcétera. Hasta que poco después de amanecer el martes 17, los antidisturbios desalojaron la Plaza de Sol, en Madrid. Por la tarde de aquel mismo día, el lugar volvía a estar lleno de gente. Digámoslo todo: con todavía más gente. Y cuando comprobaron que este fantasma no iba de farol, fue cuando algunos empezaron a ponerse nerviosos.

Àngels Barceló invitaba a no cuestionar la democracia. Y razonaba: “Cada cuatro años podemos revalidar o echar a quienes nos gobiernan. Se puede cuestionar su liderazgo, su manera de gestionar, podemos indignarnos, como hacemos, por cómo nos han dejado en esta crisis, podemos protestar por ello, en las calles, en la red, en los medios, pero es muy peligroso cuestionar el valor de los votos y de la soberanía popular”. Esta semana, en su columna de La Vanguardia, Quim Monzó menoscababa las acampadas de protesta con una serie de suspicacias e interrogantes, como poco, mal intencionados. Su velada conclusión es que este movimiento del 15-M lo forman pijos-progres-guays. Pues muy bien, ¡bravo!: damos por hecho que Monzó se habrá acercado a la Plaça de Catalunya, donde se realiza la acampada en Barcelona, para charlar con la excelsa plebe y contrastar sus agudas afirmaciones antes de sentarse a escribir. Pero Monzó, aunque hiriente, no es el caso más tremebundo.

César Vidal, en un ataque de alelamiento, escasez de razón y perturbamiento de los sentidos (o lo que según la R.A.E., vendría siendo un imbécil), tuvo a bien vomitar por los micrófonos de esRadio: Las fuerzas de seguridad han alertado en varias ocasiones del peligro que suponen estos grupos [las personas acampadas] que mantienen contacto regular con Batasuna-ETA y que han recibido entrenamiento de Segi en cursos de guerrilla urbana”. No hay que entrar a mayor consideración que ésta:¿no es posible una querella colectiva contra el ínclito César Vidal por injurias y difamaciones? Toda la pandilla de amiguetes de César Vidal (Intereconomía, VeoTV, La Razón, ABC, etcétera) ha señalado a grupúsculos de la ultra izquierda, la extrema izquierda, incluso a Rubalcaba (demasiado desconcertante para resultar difamatorio), como los agentes que han movido los hilos de todo esta sublevación pacífica. Incluso el periódico católico, apostólico y español La Razón apostó un día en su portada por un “A por la III República”. Escuchan campanas y no saben de dónde vienen…

Por fortuna, la voz de una mujer en una llamada telefónica a RNE ha rescatado el sentido común de toda esta hoguera mediática. La voz templada, serena, pertenece a Cristina, de 46 años y burgalesa, y yo no sé qué opinarán ustedes, pero a mí las palabras de Cristina me han parecido una joya.

Menos ansiolíticos y más caceroladas

“Hay una única cosa que no se discute: no se discute la democracia […] Y no se repara que es una democracia secuestrada, condicionada, amputada. Porque el poder del ciudadano, el poder de cada uno de nosotros, se limita a la esfera política, de quitar un gobierno y poner otro (que tal vez guste más). Nada más. Pero las grandes decisiones se toman en otra esfera, y todos sabemos cuál es: las grandes organizaciones financieras internacionales, el FMI, la OMC,… Ninguno de esos organismos es democrático”. José Saramago

El movimiento del 15-M ha permitido exteriorizar los demonios individuales -el desencanto, la frustración, la ansiedad, la rabia- convirtiéndolos en un problema colectivo; o mejor, identificándolos con un problema colectivo: lo que siempre han sido. A dado pie a que hombres y mujeres ahogados por el sistema capitalista se reconocieran entre sí, que es el primer paso para movilizarse. Internet ha sido el medio, nunca el fin. Hay miles de asociaciones, entidades y movimientos asamblearios que ya existían antes del 15 de mayo. El jueves 19, en una plaça de Catalunya con un ambiente eléctrico y rebosante -cerca de 7.000 personas concentradas-, una cacerolada de una hora de duración expresó de ese modo tan claro y primitivo -silbatos, palmas, ollas golpeadas con cucharas- la determinación que mueve al amplio abanico de personas movilizadas. Hay convocadas más caceroladas, y la movilización se ha extendido más allá del Reino de España: Alemania, Italia, Reino Unido, Bélgica, Portugal, México, Argentina…

Los políticos de derechas acusan, los políticos denominados de izquierdas contemplan desconcertados, anhelando pescar votos de entre las movilizaciones. Es de difícil pronóstico aventurar qué ocurrirá el 22 de mayo, día de las elecciones municipales. Poco importa. Antes, sin embargo, será necesario observar cómo se desarrollará la jornada de reflexión: la Junta Electoral Central ha vetado las movilizaciones; hará faltar comprobar cómo esta prohibición será gestionada por los cuerpos de seguridad. Arcadi Oliveres afirma que la única respuesta posible es la desobediencia civil. La asamblea decidirá.

Para saber más y mejor, visitad: http://acampadabcn.wordpress.com/

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