Cuando pensamos en Barcelona y su arquitectura, probablemente, lo primero que nos venga a la mente sea Gaudí y el modernismo catalán. Si bien, tanto el estilo propio del arquitecto de Reus, como el modernismo en sí, destilan una enorme plasticidad, con sugerentes formas extraídas de la naturaleza y una majestuosidad que delimita el ‘yo’ y el ‘vosotros’, existe otro tipo de arquitectura contemporánea más funcional y revolucionaria que en ocasiones queda ofuscada por la presión del negocio turístico, el mismo que lleva años asolando la ciudad.

No nos referimos a la sobriedad de los palacios del gótico mediterráneo, ni a los monasterios, iglesias y conventos románicos esparcidos por el centro de la urbe. Tampoco al ensanche y los chaflanes del desproporcionado Pla Cerdà que derribó las murallas a mediados del XIX. Este tipo de arquitectura de la que hablamos tampoco atrae las miradas de los cruceristas, ni de los jóvenes bretones, nórdicos y sajones que se aglutinan en los pisos de Airbnb de la Barceloneta. Probablemente, esta arquitectura sea solo para aquellos que entiendan que la arquitectura es algo más que forma y estética, para aquellos que comprendan el ‘nosotros’ como la unidad básica de la sociedad.

Si echamos la mirada un siglo atrás, buscando entre las capas de la historia, nos toparemos con un grupo de arquitectos catalanes, enormemente interesados en dar respuesta a las necesidades sociales del momento. Coincidiendo con la proclamación de la Segunda República e inspirados por las vanguardias que arrasan en Europa, el 14 de abril de 1931, nace el GATCPAC (Grup d’Arquitectes i Tècnics Catalans per al Progrés de l’Arquitectura). Estos jóvenes inquietos y emprendedores eran cultos, atrevidos, cosmopolitas y, sobre todo, generosos. Querían cambiar el mundo, o cuanto menos las formas de vida de sus ciudadanos. Y para ello desarrollaron un estilo propio.

Ellos se imaginaron un Barrio Chino de casas cuadradas y racionalistas, jardines trazados con tiralíneas, calles amplias y felices proletarios. Pensaron en la apertura del Eixample y la reordenación de la Diagonal, en lo que fue concebido como el Pla Macià, basándose en la armonía entre la creciente densidad de población y el espacio disponible; la ruptura de la manzana cerrada y desaparición de la calle tradicional; la agrupación de las viviendas en bloques aislados y bien orientados, sin sombras, sin patios interiores insalubres y con terrazas incorporadas que conectasen con la naturaleza. Hasta idearon una ciudad de vacaciones y reposo para obreros (La Ciutat de Repòs i de Vacances), que ocupaba 8 quilómetros de costa en Castelldefels (Baix Llobregat). Concebida como zona ordenada de descanso para las masas en general -o para las gentes de Barcelona en particular-, recobra hoy un extraordinario valor ético a la vista del lamentable estado al que ha llegado la costa mediterránea. Pero la guerra estalló y muchos des estos planos fueron solo eso, planos.

Nombres propios

Liderados por Josep Lluís Sert y Josep Torres Clavé, hasta setenta arquitectos y diseñadores inyectaron en la corriente sanguínea de Barcelona el racionalismo de Le Corbussier, pero sin el genio francés. Sert, burgués y aristócrata, pero de fuertes convicciones republicanas, fue sin duda el que tuvo una carrera más prolífica, comenzándola en el estudio de Le Corbussier -Pierre Jeanneret- en París y terminándola, tras ser suspendido por el franquismo, como decano de la Escuela Superior de Arquitectura de Harvard, en 1968. Este arquitecto de Sant Gervasi se definía así: “como muchos arquitectos, en el fondo soy un pintor”.

Obra de juventud de Sert, junto a Torres Clavé. Ya se aprecian algunas de las que serán sus constantes en sus futuros proyectos arquitectónicos © ‘Ser(t) arquitecto’ (Anagrama)

Torres Clavé, en cambio, tuvo una carrera más corta, pero no por ello menos intensa. Murió a los 35 años mientras diseñaba fortificaciones en un intento desesperado de contener el avance fascista en el frente del Ebro. A ellos hay que sumarles otros técnicos como Germán Rodríguez Arias o Joan Baptista Subirana, influenciados también por Gropius o la Bauhaus.

Obras destacadas

Como decimos, la finalidad GATCPAC no era otra que difundir el racionalismo, desempeñando a su vez una importante labor social, construyendo escuelas, hospitales y viviendas obreras. Ejemplo de ello es la Casa Bloc, un edificio que rebosa modernidad, diseñado en forma de ‘S’, que supuso un proyecto social muy innovador, concretándose en cinco bloques entrelazados con 207 viviendas de entre 55 y 77 m². Esta construcción significó la integración, en el entorno urbano, de viviendas funcionales concebidas como alojamientos mínimos estándar para obreros que, hasta ese momento, habían vivido en las chabolas de la periferia urbana. No era más que la respuesta a la gran ola migratoria venida a la Ciudad Condal en busca de trabajo, que había puesto de manifiesto un grave déficit de vivienda para los obreros. Los espacios interiores se destinaron a servicios públicos, como áreas de juegos infantiles, zonas verdes, guarderías, bibliotecas, cooperativas de consumo y clubes de obreros.

Casa Bloc.

En la misma línea, la preocupación por la vivienda obrera lleva al GATCPAC a coparticipar con la Generalitat en un Programa de viviendas para Barcelona, que habría de absorber además mano de obra en paro. En la Avda. de Torras i Bages de Sant Andreu, ensaya en 1933 unas ‘viviendas mínimas’ de dos plantas con pequeño jardín de entrada, adosadas en hilera y ya prácticamente desaparecidas (donde se adopta una solución afín a Le Corbusier, Gropius y Oud). Esta tipología -que será recuperada en los años cincuenta por arquitectos como F. J. Sáenz de Oíza para poblados de absorción del chabolismo como en Fuencarral, Entrevías, Madrid-, era en realidad el avance de una obra más sistematizada a construir en el mismo lugar.

Dispensario Antituberculoso.

De la misma época es el Dispensario Antituberculoso, ubicado en el Raval, obra de los arquitectos Josep Lluís Sert, Josep Torres Clavé y Joan B. Subirana, que supone el primer edificio público racionalista levantado en la ciudad de Barcelona. El edificio, situado entre la ronda de Sant Antoni y la calle de Montalegre, se convirtió en un paradigma del racionalismo: líneas rectas, formas geométricas y espacios para el uso. Formado por tres bloques, cada uno destinado a usos diferentes, el edificio tiene un jardín central para contrarrestar la sensación de aislamiento de los pacientes. Al principio de los años ochenta, se reformó y modernizó.

Otra obra iconográfica del movimiento es la Escola del Segell, de Josep Lluís Sert, en Arenys de Mar. Esta escuela se construyó como anexo al antiguo hospital Can Xifré, para los niños con tuberculosis, pero nunca llegó a funcionar a causa de la Guerra Civil.

Escola Segell.

Cabe destacar que los arquitectos del GATCPAC no solo aplicaron sus ideales a la envoltura, también buscaron racionalizar el mobiliario aunando estética y funcionalidad. Lámparas de tubo metálico o butacones de madera y enea, se han convertido en piezas intemporales, casi para coleccionistas, que buscan hoy esa frescura que desbarajustó la Europa de entreguerras.

En los años 60, Sert proyecta la urbanización Can Pep Simó, en Punta Marinet (Ibiza), que destaca por su integración con su entorno natural, el uso del blanco y sus formas cúbicas © ‘Ser(t) arquitecto’ (Anagrama)

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