‘La selva esmeralda’ (The Emerald Forest, John Boorman, 1985) no es una película brillante, pero sí genuina. Considerada como uno de los primeros alegatos ecologistas surgidos de la industria hollywoodiense, recoge también el grito de socorro de las tribus indígenas de la Amazonía.

La película muestra como Tommy, un niño norteamericano de siete años, tras ser secuestrado por la tribu amazónica de los Invisibles, se transforma en un hábil cazador después de pasar una década viviendo con ellos. Uno de los momentos más profundos del film es la secuencia del ritual de paso chamánico, que permite al protagonista -bajo el influjo de la divina ayahuasca- abandonar la niñez para entrar en la vida adulta como Tomme (en la imagen). A partir de ahí, el joven contraerá matrimonio con una de las mujeres del clan e incluso llegará a convertirse en jefe tribal.

En el contexto se ubica la deforestación de la selva con la construcción de una colosal presa (de la que el padre del protagonista es uno de los ingenieros) que amenaza la supervivencia de la vida indígena en Mato Grosso (Brasil). El choque entre los Invisibles y la tribu de ‘la gente feroz’ provocará que padre e hijo se reencuentren, en una escena en la que ambos se miran a los ojos y se reconocen. Sin embargo, los dos comprenden que forman ya parte de mundos antagónicos.

Sin duda, una película que remueve consciencias y que muestra como el insaciable apetito del ‘hombre blanco’ no tiene límites. Y eso, hoy por hoy, lo sabemos mejor que nunca.

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