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Ilustra Evelio Gómez.

El 20 de mayo de 1930, diez días después de su cumpleaños, el lituano Jevel Katz llegó a un extenso país que recibía grandes oleadas de inmigrantes españoles, italianos, alemanes, rusos y judíos, como él. La mayoría huía de la pobreza y de las feroces guerras entre los europeos, pero los judíos trataban de escapar también del creciente antisemitismo, de los pogromos y del ascenso del nazismo. Uno de los capataces en la antigua imprenta Rom, donde trabajaba, le había advertido que en Argentina debía tener “mucho ojo”. Hasta la lejana Vilna, la “Jerusalén del norte” ―donde nació Jevel en 1902―habían llegado noticias de agresiones contra judíos en Buenos Aires, una ciudad que entonces gozaba de muy mala fama debido a la Semana Trágica, del 7 al 14 de enero de 1919, en la que obreros anarquistas se enfrentaron a civiles y militares de ultraderecha y la fascista Liga Patriótica Argentina agredió a la comunidad judía, con un número indeterminado de muertos; en 1910 nacionalistas y policías habían asaltado casas y comercios israelitas y un barco con quinientos inmigrantes de esa confesión fue obligado a regresar sin permitirle el desembarco; a esto se sumaba la negra reputación que le daban a los judíos en general algunos criminales de este origen dedicados a la trata de blancas y el contrabando. La inmigración europea había traído consigo los estereotipos del antisemitismo y se acusaba a los judeo-argentinos de ser al mismo tiempo anarquistas, usureros y dueños de la bolsa.1

Aun así Jevel Katz, de familia pobre, decidió partir a Argentina a los 27 años de edad. De vena cómica, el joven Jevel actuaba y cantaba canciones paródicas en el sindicato de obreros gráficos de Vilna. Apenas pisó Buenos Aires ―ciudad que lo cautivó―empezó su carrera de comediante callejero, cantando en una mezcla de yiddish y español porteño ―“castídish”―que lo volvió muy popular entre la colectividad judía, y aun fuera de ella. En una canción daba sugerencias a los “gringos” ―los recién inmigrados―para aprender el español: “Castellano es muy fácil,/ sólo hay que decir todo con ‘ere’/ Si en el viejo hogar cosía ropa/ aquí es un ‘sastrere’/ Si anda vendiendo cortes de tela/ aquí es un ‘marinere’/ Si le gusta una dulce María/ se dice aquí ‘te quiere’/ Cuarenta años en el país/ aquí es un ‘extranjere’/ Tiene esposa e hijos en Europa/ aquí es un ‘soltere’” (la versión original está en yiddish). “En sus diez años de carrera porteña Jevel Katz escribió y musicalizó unas 500 piezas, entre parodias, cuplés, cuadros, sátiras y pequeñas descripciones lírico-musicales de la vida judía en Buenos Aires y en las colonias agrícolas judías de Santa Fe y Entre Ríos”, escribe Eliahu Toker, aunque solamente grabó unas pocas.2 Katz empleaba una jerigonza de yiddish lituano, porteño y lunfardo con la que ironizaba sobre la vida cotidiana, la política y el mundo de la farándula, pero también dedicaba hermosas melodías a los barrios hebreos, como “Basavilbaso” y “Moisés Ville”. Aunque “el judío más alegre de todos los judíos”, como le gustaba presentarse ―ya de gaucho, de smoking o incluso de mujer―, tenía también un temperamento melancólico, como se aprecia en un monólogo entrañable que grabó sobre su padre y su pueblo que empieza así: “Yo me abriría el corazón para que vean cómo llevo escondida allí una larga nostalgia que no deja de doblegar en mí la sola idea de ser feliz; que me tironea hacia atrás, hacia el pueblito en el que nací”.

Apenas diez años después de haber llegado a Argentina Katz murió al complicarse una operación de amígdalas. El cortejo fúnebre fue seguido por cuarenta mil personas. “Ha muerto el Gardel judío”, dijo la prensa. Se despedía, a los 37 años, un cantor que le había dado humor y alegría a un mundo que se asomaba con horror a las atrocidades que empezaban a perpetrarse en el viejo y lejano hogar europeo.

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