El Chancellor (1875), una de las novelas menos conocidas de Julio Verne, forma parte de su célebre serie Viajes extraordinarios. Publicada originalmente en forma serial en el Magasin d’Éducation et de Récréation, esta obra se desmarca de los rasgos más característicos del autor, conocido por sus narrativas de aventura impregnadas de optimismo científico y exploración. En El Chancellor, Verne adopta un tono más sombrío y realista, explorando los límites de la resistencia humana frente a la adversidad y el caos.

Escrita en un período de madurez creativa para Verne, El Chancellor refleja las tensiones de una Europa inmersa en cambios sociales y políticos, así como el creciente interés por las narrativas de supervivencia, influenciadas por eventos históricos como naufragios y desastres marítimos. La novela se presenta como el diario del pasajero J.R. Kazallon, quien relata los acontecimientos a bordo del buque Chancellor, que zarpa de Charleston, Carolina del Sur, hacia Liverpool. Lo que comienza como un viaje rutinario se transforma en una tragedia cuando el barco sufre un incendio y, posteriormente, un naufragio. Los sobrevivientes, atrapados en una balsa, enfrentan hambre, desesperación y dilemas morales que los llevan a los extremos de la condición humana.

A diferencia de otras obras de Verne, donde la ciencia y el ingenio suelen salvar a los personajes, El Chancellor se sumerge en un pesimismo inusual, mostrando la fragilidad de la civilización frente a la naturaleza y los instintos primarios. Este enfoque la convierte en una pieza atípica dentro de la obra del autor, más cercana a las narrativas de Edgar Allan Poe o a las crónicas de desastres marítimos que al optimismo tecnológico de Veinte mil leguas de viaje submarino.

La estructura de El Chancellor es uno de sus puntos más fuertes. Escrita en forma de diario, la novela adopta la voz de Kazallon, un pasajero culto y reflexivo que actúa como observador y cronista. Esta elección narrativa permite a Verne mantener un tono íntimo y verosímil, ya que el lector experimenta los eventos a través de los ojos de un testigo que no siempre comprende las motivaciones de los demás personajes. El diario, con sus entradas fechadas, crea una sensación de urgencia y progresión temporal, intensificando la tensión a medida que las condiciones en el barco y la balsa empeoran.

El ritmo narrativo es desigual, lo que refleja tanto las virtudes como los defectos de la obra. En la primera mitad, Verne dedica tiempo a establecer el escenario y los personajes, con descripciones detalladas del Chancellor y su tripulación. Aunque estas secciones son ricas en detalles técnicos —una marca distintiva de Verne, que siempre se deleita en la precisión náutica—, pueden resultar densas para el lector moderno. Sin embargo, una vez que el desastre se desata, la narrativa adquiere un impulso vertiginoso, con episodios de alta tensión que capturan la desesperación de los sobrevivientes.

El punto de vista en primera persona, aunque efectivo, tiene limitaciones. Kazallon, como narrador, no siempre tiene acceso a las motivaciones internas de otros personajes, lo que puede dejar al lector con una visión parcial de figuras clave como el capitán Huntly o el contramaestre Robert Curtis. Esto, sin embargo, refuerza la sensación de aislamiento y desconexión entre los personajes, un tema central de la novela.

El Chancellor se distingue por su exploración de temas oscuros y universales, como la lucha por la supervivencia, la fragilidad de la civilización y la moralidad en situaciones extremas. A diferencia de otras obras de Verne, donde el progreso científico y la cooperación suelen triunfar, aquí la naturaleza se presenta como una fuerza implacable que desafía cualquier intento de control. El mar, descrito con una mezcla de reverencia y terror, actúa como un símbolo de lo sublime, recordando al lector la insignificancia humana frente a las fuerzas naturales.

Uno de los aspectos más inquietantes de la novela es su tratamiento de la degradación moral. A medida que los sobrevivientes enfrentan el hambre y la desesperación, emergen comportamientos extremos, incluyendo el canibalismo. Este tema, tratado con una sutileza sorprendente para la época, refleja la influencia de obras como *Las aventuras de Arthur Gordon Pym* de Poe. Verne no se regodea en lo macabro, pero tampoco rehúye las implicaciones éticas de estas acciones, lo que añade una capa de complejidad a la narrativa.

Otro tema recurrente es la jerarquía social y su colapso. A bordo del Chancellor, las distinciones de clase y rango inicialmente definen las interacciones entre pasajeros y tripulación. Sin embargo, en la balsa, estas estructuras se desmoronan, y la supervivencia depende más de la astucia y la resistencia que del estatus social. Verne, conocido por su fe en el orden y la civilización, parece cuestionar aquí hasta qué punto estas estructuras son sostenibles en ausencia de recursos y estabilidad.

Personajes

Los personajes de El Chancellor no son tan memorables como los de otras novelas de Verne, como el capitán Nemo o Phileas Fogg, pero cumplen su propósito dentro de la narrativa. J.R. Kazallon, como narrador, es un observador pasivo, pero confiable, cuya perspectiva racional contrasta con el caos que lo rodea. Su papel es funcional, pero carece de la profundidad psicológica que podría haber enriquecido la novela.

El contramaestre Robert Curtis es quizás el personaje más heroico, representando el ideal verniano de competencia y liderazgo. Sin embargo, incluso él se ve superado por las circunstancias, lo que refuerza el tono pesimista de la obra. Otros personajes, como el capitán Huntly, cuya ineptitud desencadena la tragedia, o los pasajeros más egoístas, sirven como arquetipos que ilustran diferentes respuestas humanas al desastre.

Un aspecto criticable es la falta de desarrollo de los personajes femeninos, como la señora Kear, que aparecen más como figuras secundarias. Esto refleja las limitaciones de género en la literatura del siglo XIX, pero también una oportunidad perdida para explorar perspectivas diversas en una situación tan extrema.

Estilo y lenguaje

El estilo de Verne en El Chancellor combina su habitual precisión técnica con un tono más introspectivo y sombrío. Las descripciones del barco, el incendio y las condiciones en la balsa son meticulosas, mostrando el dominio de Verne sobre los detalles náuticos y su capacidad para transmitir el horror de la situación sin caer en el sensacionalismo. Su prosa, aunque a veces cargada de tecnicismos, es efectiva para crear una atmósfera opresiva.

El uso del diario permite a Verne experimentar con un lenguaje más personal y fragmentado, que refleja el deterioro físico y mental de los personajes. Sin embargo, la traducción al español, dependiendo de la edición, puede perder parte de la intensidad emocional del original francés, especialmente en las secciones más introspectivas.

Relevancia y legado

El Chancellor no es una de las obras más célebres de Verne, y su tono sombrío puede haber contribuido a su relativa oscuridad en comparación con Viaje al centro de la Tierra o La vuelta al mundo en ochenta días. Sin embargo, su exploración de temas como la supervivencia, la moralidad y el colapso social la hace sorprendentemente moderna. En un mundo actual marcado por crisis climáticas y sociales, la novela resuena como una advertencia sobre la fragilidad de la civilización.

En el contexto del siglo XIX, El Chancellor se alinea con el creciente interés por las narrativas de desastres y el impacto psicológico de la adversidad. Aunque carece del optimismo tecnológico que define gran parte de la obra de Verne, anticipa las exploraciones más oscuras de autores posteriores, como Joseph Conrad o Jack London, que también examinaron la lucha del hombre contra la naturaleza y sus propios instintos.

El Chancellor es una obra fascinante y subestimada en el canon de Julio Verne. Su tono sombrío, su estructura diarística y su exploración de temas universales la convierten en una pieza única dentro de los Viajes extraordinarios. Aunque no está exenta de defectos —un ritmo inicial lento, personajes algo planos y un enfoque limitado en ciertos aspectos—, la novela destaca por su valentía al abordar cuestiones morales complejas y su capacidad para capturar el horror de la supervivencia en circunstancias extremas. Para los lectores modernos, ofrece una reflexión atemporal sobre la resiliencia humana y los límites de la civilización, consolidando a Verne no solo como un narrador de aventuras, sino como un observador agudo de la condición humana.

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Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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