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Fin de los robots, los cibernautas, los satélites y la pachanga. No habrá más meriendas con campanas y musgo ni una alegría en forma de cráter dejada por OVNIS apiñados. La banda Antònia Font se separa definitivamente, “con una sonrisa en la cara, satisfecha del trabajo hecho y consciente de su legado” y sus miembros iniciarán proyectos personales “no necesariamente relacionados con la música”. Con un comunicado emitido este jueves, la banda mallorquina baja de una escalera de ocho peldaños melódicos construidos en dieciséis años. Su último tema fue el emotivo villancico “Polaris” y su epitafio se escribirá el 27 de diciembre en un concierto en Palma de Mallorca para el que ya no quedan entradas

 

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Más allá de los reconocimientos (el Premio Nacional de Cultura de la Generalitat de Catalunya, un Premio Altaveu, dos Premios Puig-Porret o el Premio de la Música 2008, entre otros), Joan Miquel Oliver, Pau y Pere Manel Debon, Jaume Manresa y Joan Roca inventaron un universo onírico salpicado de humor, poesía surrealista e idolatría espacial. Una grandeza cósmica que observaban con humilde cotidianidad desde las Islas Baleares y con un nombre ‘usurpado’ a su primera fan.

 

Pop, rock, aires latinos, aromas verbeneros, sintetizadores, rumba, e incluso un intento de reggae con aspiraciones de vals (“Vitamina sol”). Una macedonia enérgica y fácil de digerir con la que, lejos de despistar, reunió una importante legión de seguidores bajo la unanimidad de la fiesta y el baile. Antònia Font agitó el cóctel cuando nadie mezclaba. Incluso los puristas bebieron, y callaron los que se refugiaban en el prejuicio absurdo del idioma.

 

Alejados de cualquier connotación política y en un momento creativamente árido, protagonizaron en solitario la transición sin traumas entre el rock catalán de los 90 y el rico paisaje actual (Mishima, Manel, Mazoni, Sanjosex, El Petit de Ca l’Eril, La Iaia, 4t 1ª, Blaumut…).

 

No importa que nunca fueran un prodigio en directo, ni que  Pau Debon cantara con un mallorquín cerrado (a veces rozando lo ininteligible), ni que algunos oportunistas se engancharan al tren con el hit discotequero “Wa yeah!” ni que otros no entendieran el estallido en 40 añicos llamado “Vostè és aquí”. Hay tantos motivos como canciones para identificarse y saltar: juegos artificiales, bombas atómicas, motores, neutrinos, mecanismos o un bambú. A ellos les sobraron palabras y nosotros nos quedamos sin brújula. “Días que me he perdido porque ya no salen tus briznas de mapa” (“Asteroide núm. 15.000”).

 

“Qué ruina, qué final”, lamentaban en la despedida del majestuoso “Taxi”. Muerto el grupo, empieza el culto. Pero bien mirado, no es el fin del mundo porque, tal y como avisan en “Multicinemes”, “todo se arregla con el preciso bricolaje que las cosas en necesitan”.

 

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