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Algo me dice que al destino -o como cada uno quiera llamarlo– le gusta leer. Días antes de la jornada del libro en Cataluña, todas las previsiones apuntaban a lluvia. Pero el sol ha sido abrumador, despegando del sofá a miles de catalanes en una mañana de sábado digna de un veintitrés de agosto más que de abril. Antes de entrar al Hotel Regina -donde, como marca la tradición, escritores y editores han dado el pistoletazo de salida al Sant Jordi-, ya me sobraba la chaqueta. El zumo de cortesía me ha ayudado a refrescarme, pero en seguida he tenido que soltarlo.

altLuces, cámaras y acción. En menos que canta un gallo ha empezado una jornada agotadora: bolis destapados, micrófonos encendidos… la recepción del Regina ha empezado a llenarse y se iniciaba mi jornada de trabajo. Los escritores -tanto la ‘old school’ como lo más parecido al ‘nuevo rico’ del mundo de las letrasparecían multiplicarse. Y yo de arriba para abajo, interrumpiendo conversaciones entre colegas de profesión para hacer la pregunta de rigor. “Como autor ¿qué significa para usted un día como hoy?” El primero en caer ha sido el periodista Carles Porta, uno de los escritores que este año publica nuevo libro por partida doble (Le llamaban padre, la historia del pederasta de Castelldans y El amigo presidente, sobre su relación con el Presidente catalán, Carles Puigdemont). “Sant Jordi es Espinàs”, ha exclamado en homenaje a Josep Maria Espinàs, el único autor vivo con sesenta y dos Sant Jordi firmando ejemplares. Para Porta, la jornada es más que espectacular -¡fantástica!- pero le falta “un detalle”: “que la gente compre libros para leerlos”, más allá del simple gesto de dejarse llevar por la corriente.

Parece que no soy tan original como creía, porque ahora un grupo de periodistas se reúne alrededor de Care Santos -una habitual del almuerzo en el Regina y que este año publica la novela Diamante Azul– con mi misma pregunta. “Sant Jordi es un regalo, una oportunidad única para encontrarte con tus lectores”, responde ella. Después, aprovecha para recordar ante los micrófonos el cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes y William Shakespeare.

El desayuno se está acabando y a mi se me acumula la faena. ¡Milagro! Víctor Amela está solo y puedo hablar con él. Al final del día sabré que su novela,La filla del capità Groc, es la más vendida este Sant Jordi dentro de la ficción en catalán; aunque antes ya había recibido el premio de las letras catalanas Ramon Llull (el galardón con mayor dotación económica para obras en esta lengua, otorgado por la Editorial Planeta). “El premio me ha permitido que una historia que a mi me ha gustado, en la que he querido poner blanco sobre negro, llegue al máximo número de gente”, dice Amela. Se refiere a la historia de Tomàs Penarrocha, un personaje real conocido como el Groc de Forcall que luchó contra los liberales en la zona de Maestrazgo durante las dos Guerras Carlinas. Según el periodista, el panorama de la literatura catalana pinta cada vez mejor. Señala a su alrededor y me dice: “actualmente un 26% de los lectores de Cataluña leen en catalán, hace unos años no eran más del 9%”.  Y eso, los lectores, es lo que más fascina a Amela de Sant Jordi; un día entero de impresiones como las que una niña de once años le transmitió en una reciente firma de libros en Vilafranca del Penedés. Antes de que los autores se reúnan para la foto de familia, aún me da tiempo de hablar con Enric Calpena que -este añofirmará su exitosa biografía sobre la ciudad de Barcelona. Es un enamorado de Sant Jordi, desde todos sus prismas: “sólo por ser un día comercial, ya tiene sentido”, dice. Y es que, el día del libro en Cataluña es un impulso -y grande– a una industria que ha perdido muchos ceros.

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Cuando salgo del Regina, las calles ya están abarrotadas. Libros y rosas por todas partes. “¿Quieres una rosa?”, “¿Cuántas te pongo?”, “sólo están a tres euros”, mi camino hasta la parada de la librería ‘La Central’ es una retahíla de ofertas. Bromeo con el fotógrafo: no recordaba un marketing tan “agresivo” para vender rosas. Este año, de hecho, su venta ha disminuido un 15% respecto al año pasado, pero el Gremio de Floristas de Cataluña se muestra satisfecho por los cinco millones y medio de flores vendidas (eso sin contar los modelos más novedosos, de chocolate, porexpan e infinitos materiales). Me abro paso entre la gente, el ambiente es casi agobiante, sin espacio para caminar. Pero tengo que llegar a ‘La Central’, las firmas de autores ya han empezado. Por el camino -como no podía ser de otra manera– no faltan los políticos y sus baños de multitudes: están Albert Rivera y Artur Mas, pero paso de largo. Hoy no es su día, aunque el president Puigdemont haya acaparado ya muchas líneas comparando al dragón de Sant Jordi con los adversarios de la lengua y la cultura catalanas, en una clara alusión al gobierno central.

Esquivo tentaciones para llegar a los que son -o deberían ser– los verdaderos protagonistas de la jornada: los escritores y sus lectores, los libros. Me fijo en Moisés Naím, el escritor y columnista venezolano, que firma su libro Repensar el mundo, una compilación de sus mejores artículos sobre los cambios de la actualidad. Está maravillado, feliz. “Es un prejuicio decir que la gente no lee, que los libros son cosa del pasado”, asegura, encandilado por el ambiente. A su lado, se sienta Joan Roca que -junto a sus hermanos- encabeza el ranking de mejores restaurantes del planeta. El mundo de la alimentación es uno de esos que ha llegado a Sant Jordi para quedarse, después de colonizar gran parte de la industria televisiva: el libro del mayor de los Roca, el de los hermanos Sergio y Javier Torres o el Zumos verdes de la blogguer Carla Zaplana -el quinto libro de no ficción en catalán más vendido- lo demuestran.

Y es que Sant Jordi no son solo novelas o ensayos. También son cómics -como los del ilustrador Toni Benages, que denuncia la poca profesionalización del sector, en las antípodas de países como Francia o Estados Unidos- o libros para los más pequeños como El monstruo de colores de Anna Llenas, segundo libro más vendido entre los libros infantiles y juveniles en catalán. “Sant Jordi fomenta la lectura entre los niños, celebra el amor vinculado a las historias, a la narrativa, a las palabras. Es magia”, afirma Llenas mientras dibuja la foto de una niña que un padre le muestra en su teléfono, a modo de dedicatoria. La misma magia que describe Elsa Punset (autora del quinto libro de no ficción en castellano más vendido) con la oportunidad de “mirar a los ojos y abrazar” a sus lectores, normalmente separados por una pantalla de ordenador.

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De repente, escucho una conversación en inglés. Es Garth Risk Hallberg, autor americano del best seller Ciudad en llamas, que acude por primera vez al Sant Jordi barcelonés. “Esto es único en el mundo. El resto de festivales en los que he estado giran alrededor de los autores y editores, pero este es para los lectores”, exclama, dibujando una gran sonrisa en su cara. Maravillado, me dice que nunca ha visto una ciudad tan apasionada por la lectura. Aún hace un sol abrasador y por eso me sorprende ver a alguien con chaqueta, el poeta Pere Gimferrer. “Me gustaría que hubiese más días como este”, dice, aunque no firmaba desde 1983. Es consciente de que un poeta -genero no especialmente asociado al éxito en ventas- es una especie en extinción en Sant Jordi.

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Me decido a dar una última vuelta antes de ir a escribir, pero llega un momento en que no puedo avanzar más. El volumen de gente es impresionante, se oyen gritos y aparecen los malditos paloselfies. Giro la cabeza y allí están: Risto Mejide, Mario Vaquerizo, Almudena Cid, Cristian Gálvez… caras conocidas, la farándula televisiva. Sigo mi camino, pero hay una cara a la que sí me interesa parar: Luz Gabás, autora de la famosa novela adaptada al cine por el director Fernando González Molina, Palmeras en la nieve. “Cuando llevas un libro al cine, ambas obras se retroalimentan. La gente que ve la película suele leer el libro y a la inversa”, explica Gabás.

De repente, caigo: ¡Eduardo Mendoza!, estaba en ‘La Central’ y me lo he dejado. Camino sobre mis pasos y, menos mal, ahí sigue. Tengo que esperar un poco hasta que me atiende, hay una pequeña cola de lectores a los que tiene que firmar El secreto de la modelo extraviada, cuarto libro de ficción en castellano más vendido y “agradecerles que lean todo el año”. “Llevo viniendo cuarenta años y todavía no se que contestarte”, dice sonriendo cuando no puedo evitar hacerle mi pregunta de rigor.

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