Shahram Saadat the whale
Compilación de imágenes de The Whale. (VICE)

En el vaho borroso de un parabrisas empapado, una mujer de mediana edad inclina la cabeza hacia el volante, sus ojos perdidos en un horizonte invisible. El agua cae en cascadas irregulares, distorsionando su rostro como si fuera una máscara de cera derretida bajo la lluvia. No hay drama shakespeariano aquí, ni tragedia épica; solo el silencio suspendido de un momento robado al ajetreo diario. Esta es una de las imágenes que componen The Whale (2024), la serie fotográfica del artista británico-iraní Shahram Saadat, un trabajo que transforma el prosaico ritual de un lavadero de coches en una meditación surreal sobre la introspección humana. En un mundo obsesionado con la productividad incesante, Saadat nos invita a sumergirnos en esos tres minutos donde el tiempo se detiene y el yo emerge, refractado y vulnerable.

Publicada en el Photo Issue 2024 de VICE Magazine, The Whale ha capturado la atención de la escena fotográfica internacional no solo por su estética onírica, sino por su capacidad para destilar lo mundano en lo poético. Rodada en lavaderos automovilísticos del sur de Inglaterra —esos templos laicos de la higiene vehicular—, la serie consta de una docena de retratos que congelan a conductores anónimos en sus vehículos, atrapados en un capullo acuoso. El agua, ese elemento primordial, actúa como velo y revelador: difumina contornos, multiplica reflejos y crea ilusiones ópticas que evocan tanto la abstracción pictórica de Mark Rothko como los paisajes acuáticos de Hiroshi Sugimoto. Pero Saadat no busca la belleza abstracta por sí sola; su lente perfora el velo para capturar la psique en reposo, esos instantes en que el ser humano, liberado de la performance social, se enfrenta a su propia quietud.

Shahram Saadat, nacido en Teherán y radicado en Londres desde la infancia, representa la encrucijada cultural que define a tantos artistas de la diáspora iraní. Licenciado en la University of the Arts London, su trayectoria ha sido un vaivén entre la documentación cruda y la escenificación conceptual, un diálogo constante entre la realidad errática y la ficción controlada. Como él mismo relata en una entrevista reciente con VICE, su atracción inicial por la fotografía documental surgió de un deseo de capturar «las excentricidades de lo cotidiano». Proyectos tempranos, como su serie sobre la diáspora iraní para The Face en 2023, exploraban las tensiones identitarias de una comunidad en exilio, retratando rostros marcados por el trauma político y la resiliencia cultural. Imágenes de jóvenes iraníes en Londres, con hiyabs improvisados con bufandas y tatuajes que narran historias de protesta, revelaban un Irán invisible en el corazón de Europa. Saadat, hijo de inmigrantes que huyeron de la Revolución Islámica, infunde en su obra una sensibilidad híbrida: el realismo social del documental persa se entreteje con la ironía británica, recordándonos a fotógrafos como Martin Parr, pero con un matiz más introspectivo, menos satírico.

Sin embargo, The Whale marca un punto de inflexión en su práctica. Tras años de espontaneidad callejera, Saadat optó por un enfoque más orquestado, preservando la espontaneidad a través de la dirección sutil. «Pasé de un enfoque documental, donde todo es errático y espontáneo, a un entorno fotográfico más controlado», explica en la misma entrevista. El germen de la serie surgió de una pregunta filosófica: ¿existe un momento en nuestras vidas en el que podamos permitirnos ser libres de culpa por no optimizar el tiempo de manera efectiva? En una era de algoritmos que miden cada segundo —de apps de productividad a redes sociales que exigen exposición constante—, Saadat identificó el lavadero de coches como un oasis inadvertido. «Es un intervalo de tres a cinco minutos en el que estás obligado a quedarte en tu coche», detalla. «Puedes zonificar, discutir, besar o cantar. Es un respiro». Inicialmente, consideró escenas como duchas o cepillados de dientes, pero el encierro vehicular ofreció una metáfora perfecta: el coche como ballena, el conductor como Jonás engullido en las profundidades de su subconsciente.

El proceso de creación fue meticuloso, un ballet entre lo fortuito y lo planeado. Saadat recorrió lavaderos en ciudades como Brighton, Portsmouth y Southampton, colaborando con dueños de negocios para posicionarse en el interior de las máquinas, cámara en mano. Utilizando una Canon EOS R5 con lentes prime de 50 mm y 85 mm, capturó los retratos en luz natural difusa, potenciada por los chorros de agua jabonosa que actuaban como filtros orgánicos. No hay posproducción excesiva; la magia reside en el instante: un obturador a 1/2000 para congelar el flujo, ISO bajo para preservar la nitidez en medio del caos acuoso. Los sujetos —conductores cotidianos, desde madres con niños dormidos hasta oficinistas con auriculares— fueron reclutados in situ, sin guiones rígidos. «Prefiero un proceso sustractivo a uno aditivo, porque me ayuda a mantener la mente despierta», confiesa Saadat, citando su preferencia por la edición minimalista que deja que el azar dicte el ritmo.

Visualmente, The Whale es un esfuerzo de la distorsión óptica. En una fotografía central, un hombre de unos cuarenta años fuma un cigarrillo, su perfil fragmentado por riachuelos que serpentean como venas sobre el vidrio. La niebla interna del parabrisas —causada por la humedad— añade capas de ambigüedad, haciendo que su expresión parezca un eco de Edward Hopper: aislamiento en la modernidad. Otra imagen muestra a una pareja joven, sus cabezas inclinadas en una conversación inaudible; el agua exterior crea un efecto de acuario, donde sus gestos se multiplican en reflejos hipnóticos, evocando la fluidez emocional de Cindy Sherman en sus autorretratos acuáticos. Los colores son saturados, pero contenidos: azules profundos del jabón, grises plomizos del cielo inglés, y toques de calor humano en las luces del salpicadero. Saadat titula la serie The Whale no solo por la forma abultada de los coches en las máquinas, sino por la ballena como arquetipo junguiano: símbolo de lo inconsciente, de inmersión en lo desconocido. Como en Moby Dick de Melville, el mar (aquí, el agua del lavado) es tanto refugio como amenaza, un espacio donde el ego se disuelve.

Desde una perspectiva analítica, The Whale se inscribe en el renacimiento de la fotografía conceptual pospandemia, donde artistas como Zanele Muholi o LaToya Ruby Frazier exploran el confinamiento como metáfora de la alienación social. Saadat, sin embargo, invierte el tropo: en lugar de la claustrofobia del encierro (piénsese en las series de vacío durante el COVID), propone una claustrofobia liberadora. En un ensayo no publicado que acompaña la serie en su sitio web personal, el crítico de arte londinense Amir Khosrowpour argumenta que estas imágenes «desafían la narrativa capitalista del tiempo como mercancía, revalorizando el ocio involuntario como acto de resistencia poética». Esta lectura resuena con la herencia iraní de Saadat: en la tradición sufí, el tafakkur (contemplación) es un camino hacia lo divino, y aquí, el lavado de autos se transmuta en un ritual meditativo, un dhikr moderno donde el agua purifica no el vehículo, sino el alma.

La recepción crítica ha sido unánime en su elogio por la sutileza técnica y temática. VICE la califica de «cápsulas de tiempo surrealistas», destacando cómo Saadat «canaliza la espontaneidad errática del estilo documental en escenas escenificadas, sustentadas por un pensamiento conceptual». En redes sociales, la serie ha generado un eco viral: publicaciones en Instagram de cuentas como @contemporary100 acumulan miles de likes, con comentarios que la comparan a «pinturas de Caravaggio bajo la lluvia». Galerías como la TJ Boulting de Londres han expresado interés en una exposición individual para 2026, mientras que el Victoria & Albert Museum, donde Saadat documentó escenas detrás de cámaras en 2024, la incluye en su archivo digital como ejemplo de «fotografía híbrida». Críticos más escépticos, como aquellos en Aperture, cuestionan si la idealización del «momento culpable» no romantiza la pasividad en una sociedad en crisis climática —el agua derrochada en lavaderos como metáfora irónica del desperdicio global—, pero incluso ellos conceden que la obra invita a una reevaluación urgente de nuestros rituales diarios.

En el contexto más amplio de la fotografía británica contemporánea, The Whale dialoga con la tradición de la «nueva objetividad» de los años 30, actualizada por artistas como Wolfgang Tillmans, quien también encuentra lo sublime en lo banal. Saadat, con su doble herencia, añade una capa postcolonial: el sur de Inglaterra, con sus suburbios posindustriales y su clima perpetuamente nublado, se convierte en un paisaje mental, un «Inglaterra interior» donde la identidad migrante se negocia en silencio. Influencias sutiles emergen: el uso de la refracción recuerda a los experimentos ópticos de Man Ray, mientras que la temática del tiempo suspendido evoca a Christian Boltanski y sus instalaciones sobre la memoria efímera.

Para Saadat, The Whale no es un fin, sino un nodo en una red de indagaciones humanas. «Mi práctica está inspirada en las idiosincrasias humanas», afirma en VICE. «Transformo la espontaneidad en escenas escenificadas». Próximos proyectos rumian sobre «espacios de transición» —aeropuertos, trenes subterráneos—, prometiendo extender esta exploración de los intersticios vitales. En un mundo que acelera hacia el colapso, The Whale nos recuerda que la salvación reside en pausas como estas: breves, húmedas, pero profundamente reveladoras.

A medida que el agua se escurre y el motor arranca de nuevo, el conductor emerge transformado, si no consciente de ello. Saadat, con su ojo compasivo, nos obliga a mirar: ¿cuántos océanos internos navegamos sin darnos cuenta? En The Whale, la respuesta fluye, gota a gota, hacia una quietud que, por efímera, resulta eterna.

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Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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