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Hay ocasiones en que sin saber cómo la realidad se transforma en una viñeta, ese cuadro congelado y bidimensional en el que el dibujante reúne sus trazos para contarnos una historia. A veces con ayuda de la fotografía. Es lo que ocurrió un día de 1985 cuando Hans Runeson dirigió el objetivo de su cámara hacia una mujer regordeta que en una postura algo grotesca lanzaba un  certero bolsazo contra el cogote de uno de los neonazis que aquella jornada desfilaban por la localidad sueca de Växjö.

 

La mujer era Danuta Danielsson, una polaca que plasmó en aquel impulso su indignación ante una exhibición fascista que le revivió el horror acumulado en un campo de concentración. Su gesto, inmortalizado por Runeson, lejos de tener una sublimación heroica, logra extraer toda su fuerza precisamente de esa apariencia caricaturesca en la que la protagonista se ve engrandecida por su propia e inofensiva pequeñez frente al marcial paso del cabeza rapada. En ella solo nos parece ver a un inocente personaje de cómic, como aquella doña Sinforosa de la familia Ulises que a mediados de la década de los años cuarenta del pasado siglo, apareciera en el mítico TBO de la mano de Marino Benajam.

 

También Rita Barberá nos recuerda a doña Sinforosa. Puede que hasta de una forma todavía más intensa puesto que su afamado bolso Vuitton está más próximo al afán de promoción social que caracterizaban al personaje de Benajam que la rabia antifascista de la señora Runeson. Además, si para la buena Danuta su conversión en figura caricaturesca fue un hecho nunca buscado, en el caso de la alcaldesa de Valencia esa transformación parece ser un objetivo perseguido con empeño.

 

De hecho, todos los actos de Rita Barberá destilan (con perdón de la expresión) esa obsesión por llegar a ser un dibujo de TBO trasnochado: desde la patética proclamación del caloret fallero hasta su reciente y vergonzante tururú a las víctimas del Metro desde el balcón del ayuntamiento. Bufonas actitudes que solo se explican por un incontenible deseo de convertirse en caricatura, en monigote de una historieta infantil. Aspiración, además, que parece contagiar también a más de un responsable del PP como hemos podido ver estos días con los dibujos animados con que José Antonio  Monago arremete contra los andaluces, o en las evocaciones al Naranjito de ese personaje de TBO por antonomasia que es Rafael Hernando.

 

Por todo ello, parece que los populares tienen puestas todas sus esperanzas electorales en que España se convierta en una gigantesca viñeta. Obviamente, no con ese sentido crítico que Aleix Salo imprimió a su Españistán, sino con un aroma más rancio, a caja florecida de polvorones, con un trazo brusco y tradicionalista a lo Flechas y Pelayos. Por eso, los populares cierran filas con la alcaldesa valenciana riéndole las gracias de su ignorancia, con la fidelidad incondicional de un sacristán de pueblo.

 

Tal vez, vistas algunas encuestas, el ejemplo de Rita Barberá continúe propagándose en un PP dispuesto a hacer bandera de la incultura. Y hasta puede que un día de estos oigamos a Cristobal Montoro reivindicar sus políticas de austeridad frente al “bujero” del déficit público, si es que el éxito de la fórmula se mantiene. Quizás para entonces ya habrán alcanzado el objetivo de convertir este país en un casposo tebeo de posguerra, donde los españoles volverán a ser desahuciados y precarizados  Carpantas soñando con pollos asados al cobijo de algún puente. Por lo pronto ya han dado un paso crucial al transfigurarBárcenas en todo un personaje de Mortadelo y Filemón.

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