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Ya no ocupan portadas de periódicos ni plazas ni calles. No disponen de espacios en cadenas televisivas ni tampoco hay papeletas con su nombre en las mesas electorales. Pero los miles y miles de jóvenes que en Egipto clamaron por una revolución en enero del 2011 y julio del 2013 siguen ahí, moviéndose lentamente en otra dirección, construyendo una tercera vía subterránea como alternativa al Ejército y a los Hermanos Musulmanes (HM). ¿Dónde está sino el 62 % de la población que no participó en el referéndum sobre el proyecto constitucional del gobierno militar interino que se celebró la semana pasada? Gran parte de esa abstención proviene de los partidarios del islamismo políticoque rechazan toda legitimidad de quienes en 2012 echaron del poder a su líder, Mohamed Morsipero otra franja importante que no votó responde al descontento por el rumbo que está volviendo a tomar el país en manos del General Al-Sisi, un rumbo que evoca los tiempos oscuros que, precisamente, la revolución pretendía dejar atrás.

 

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La revolución expulsada del escenario político

 

El 25 de enero del 2011 millones de personas salieron a la calle para poner fin a 30 años de un régimen totalitarista y corrupto. Hosni Mubarak dejaba el gobierno, presionado por la multitud, y los militares se hacían cargo del poder durante 18 meses, hasta que las elecciones presidenciales (con un 51, 3 % de los votos en segunda vuelta) dieron como vencedor al líder de los Hermanos Musulmanes, Mohamed Morsi. Las revueltas de aquella “primavera egipcia” reclamaban libertad, pan y justicia social pero, tras un año de gobierno de los islamistas, gran parte de la población no halló respuesta a esas demandas y volvió a ocupar la Plaza Tahrir para hacerlas nuevamente vigentes. Esta vez fue Morsi quien abandonó el trono, forzado por la presión popular y la intervención del Ejército, que aprovechó la efervescencia del pueblo para recuperar el mando del Estado. La revolución ciudadana volvió a quedarse afuera, espectadora de una partida de ping pong interminable entre las dos fuerzas políticas hegemónicas. Sin embargo, todas esas voces que buscaban un verdadero cambio para Egipto siguen vivas y no olvidan las tres consignas fundamentales que motivaron sus protestas. “Cuando hablamos de pan, hablamos de transparencia económica, de terminar con la corrupción y así tener suficientes recursos para acabar con la pobreza. Cuando hablamos de libertad, hablamos de vivir con dignidad y con leyes que protejan nuestro derecho a la expresión. Cuando hablamos de justicia social, pedimos total igualdad social, económica y política.Todavía no hemos logrado ninguna de las tres demandas” asegura Noor, activista cairota de 23 años. “Cuando Mubarak se fue, muchos creyeron que la revolución había triunfado pero, en realidad, era su fin. El golpe militar, que algunos piensan que fue en julio del 2013, empezó cuando el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas cogió el relevo de Mubarak, el 11 de febrero de 2011” puntualiza Noor. “En ese momento se produjo un acuerdo entre los Hermanos Musulmanes y el Ejército egipcio que, técnicamente, fue un golpe en contra de la juventud secular para dejar camino a las viejas generaciones que apoyan al régimen de Mubarak o a los HM” concluye el activista.

 

La revolución expulsada del escenario mediático

 

En un terreno político y mediático completamente polarizado, manifestarse a favor de unos u otros supone pagar un precio muy alto (desde multas, en el mejor de los casos, hasta detenciones con pocas o nulas garantías). Pero todavía peor lo tienen quienes no apoyan a ninguno de los dos bandos. “Si hablas fuerte contra Al-Sisi, te odian, porque la mayoría lo ama y no quiere escuchar nada malo sobre él. Si gritas en contra de las atrocidades que se cometen hacia los HM, te asocian directamente a ellos. Es muy difícil ponerse en una posición intermedia” advierte Lara, estudiante de periodismo de la Universidad Americana de El Cairo.

 

La libertad de expresión se ha perdido detrás de este escenario blanco y negro y la mayoría de los medios de comunicación son ahora altavoz de uno u otro grupo político. “Hay canales de televisión o periódicos más o menos independientes en donde, en teoría, se puede decir lo que quieres pero luego el Ejército, argumentando que has puesto en peligro la estabilidad del país, te censura. El mejor ejemplo es lo que ha pasado con el famoso presentador Bassem Youssef, único representante mediático de la revolución. Hizo una broma sobre Al-Sisi y, al día siguiente, le levantaron el programa” explica Lara.

 

Por eso, una de las principales vías alternativas para la libre expresión continúan siendo las redes sociales y los blogs. Reconocidos activistas como el columnista del periódico egipcio Daily News, Mahmoud Salem (popularmente conocido por Sandmonkey) combate, con el apoyo de miles de seguidores en Twitter, el monopolio de la información a través de críticas inteligentes que publica en la Red. También existen iniciativas que recogen vídeos hechos por los ciudadanos durante las manifestaciones para denunciar los abusos cometidos, tanto por la policía como por militantes de los HM, y colgarlos en Internet.

 

La revolución resiste en escenarios artísticos alternativos

 

Las noticias de la superficie pueden leerse en cualquier periódico o verse en cualquier canal de Egipto o del mundo. Pero lo que a lo largo de estos tres últimos años se ha ido cociendo bajo la aparente resignación de las calles, en general, se desconoce. Cansados de manifestaciones que solo acaban en violencia y arrestos, muchos de los que participaron en la revolución siguen expresando sus demandas de otra manera, a través del arte. Todo un movimiento underground de músicos, pintores, escultores, grafiteros, actores, bailarines o cineastas se encarga de mantener vivo el deseo de un Egipto verdaderamente diferente. Y, de hecho, muy lentamente, van haciendo camino.

 

La escena musical, a partir de los estallidos sociales de 2011, ha acelerado una transformación que comenzaba con la llegada del siglo XXI. Las canciones de amor plagadas de “habibi” dieron paso a otro tipo de letras y melodías. Las consignas de la revolución empezaron a sonar a ritmo de rock, blues, jazz o música latina fusionada con la canción tradicional árabe con bandas como, por ejemplo, Like Jelly. “Desde los ‘80 que en Egipto solo hay música pop que dice “te quiero, te extraño, tus ojos son bonitos”. Nosotros ahora estamos intentando recuperar la tradición de la crítica social a través de la sátira que popularizó un gran monologuista en la década de los ’60 y que, desde entonces, no se ha vuelto a ver en nuestro país” explica Mohamed, cantante de la banda. “Lo interesante es que no somos solo nosotros, formamos parte de un movimiento de artistas independientes que está creciendo cada vez más.En Egipto siempre se había considerado arte solo a la “alta cultura”: los teatros estaban reservados exclusivamente para la ópera o el ballet y los artistas actuaban nada más que en El Cairo o Alejandría, las grandes ciudades. A partir de este cambio, el arte empezó a circular también por los pueblos y por espacios cercanos a la mayoría de la gente” añade Youssef, otro de los líderes de Like Jelly.

 

Además del creciente número de grupos artísticos que promueven ideas nuevas, otro tipo de iniciativas está gestándose en Egipto: la creación inédita de centros culturales y proyectos independientes destinados a fomentar el trabajo conjunto entre artistas. Es el caso de Rasiif, un espacio para la creación multidisciplinar que funciona desde 2012 en el barrio cairota de Maadi. “Hacemos presentaciones de libros, conciertos, talleres y con lo que recaudamos financiamos una revista cultural en donde intentamos difundir todo lo que pasa dentro del circuito alternativo” cuenta Sheema, una de las impulsoras del proyecto.

 

Aunque a ojos de un habitante de París o Barcelona esta clase de iniciativas no representa ninguna sorpresa, en El Cairo es revolucionario. Nunca antes había existido la posibilidad de expresarse al margen de los canales oficiales. Mostafa, periodista cultural de diversos medios egipcios y extranjeros, explica que hasta la revolución, el Estado controlaba todas las emisoras, discográficas y maquinarias de producción artística. “El público estaba completamente educado por el aparato propagandístico gubernamental” asegura.

 

El arte urbano también está siendo reflejo de esta lucha por romper los discursos hegemónicos. A partir de la revolución, los grafitis comenzaron a expandirse por las calles como forma de denuncia social. “Antes de las grandes protestas, si veíamos una pintada, nos hacíamos una foto con ella” cuenta Alí Azmy, joven cariota de 28 años. Ahora, pese a que el gobierno ha borrado muchos, es frecuente todavía toparse con grafitis que caricaturizan a figuras políticas e, incluso, encontrarlas reproducidas en exposiciones clandestinas del centro de la ciudad. Así, mientras grandes marquesinas provocan a los transeúntes con mensajes como “Sí a la revolución, sí a la Constitución”, algunos valientes las responden con pintadas furtivas en las que asoman desde la máscara de Anonymous, ícono de la Primavera árabe, hasta los retratos de quienes murieron en las protestas.

 

De todos modos, el control gubernamental sigue siendo muy fuerte, los censores, al igual que en tiempos del régimen de Mubarak,  procuran supervisar los contenidos de los espectáculos y eliminar toda crítica al Ejército. Para escapar a la mordaza, grupos de música y de teatro prefieren actuar en espacios pequeños o fiestas privadas, donde la represión es más difícil que los encuentre. “Bajo el paraguas de `lo alternativo´ hay más flexibilidad que si actúas en grandes locales. Pero aún así, los aparatos de seguridad del régimen de Mubarak siguen funcionando y hay ciertas líneas que no puedes cruzar, como la religión o el Ejército” explica Moe El-Arkar, percusionista de otra de las bandas emergentes, Sharmoofers.

 

“Ahora muchos activistas están en la cárcel y eso para nosotros es un shock. Nos da miedo que los siguientes seamos los artistas” declara Youssef, de Like Jelly. “Mubarak no le prestaba tanta atención a las pequeñas manifestaciones artísticas porque eran muy pocas y no suponían para él ningún peligro, pero ahora el teatro, la danza, la música están adquiriendo mucho poder y eso al Ejército le preocupa”.

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