En el año 2001 un grupo de pintores, que han trabajado por su cuenta, pero que mantenían inquietudes semejantes, deciden reunirse en torno al pintor Mariano Lozano, compran en el barrio Madrileño de Villaverde Alto un garaje que transforman en taller. Nace así el grupo «54 Cacereños y uno de Cuenca».  Además de enfrentarse a una permanente búsqueda en la forma, en el color y en la materia, los mueve el convencimiento de que el arte no debe ser un producto para elites, sino que puede y debe llegar a público en general.

54 Cacereños y uno de Cuenca

¿Qué es y cuándo se forma “54 Cacereños y uno de Cuenca”?

Es un grupo, inicialmente sólo de amigos, con muchos años de trato y con inquietudes sociales y artísticas comunes. En 2001 tuvimos oportunidad de comprar un garaje y, en ese espacio, decidimos comenzar una aventura artística conjunta. El grupo cuajó en torno a Mariano Lozano, el único profesional de todos nosotros, el único de Cuenca, artista de largo recorrido, fervoroso devoto del oficio de pintor y miembro de colectivos históricos, como “Estrujenbank” en los años ochenta y noventa, o “CAS” posteriormente.

¿Sois cincuenta y cuatro?

No, pero si nos apretamos cabemos: el garaje es grandecito. El nombre viene precisamente de la dirección del garaje, en la calle Cacereños de Madrid, en el barrio de Villaverde Alto.

¿Cómo trabajáis?

Entre nosotros somos distintos. De modo natural uno tiende a primar la investigación sobre el color, otro más sobre el gesto o la materia, otro sobre la forma…, a veces producimos obras claramente figurativas, otras rotundamente abstractas. A veces son obras gráficas, otras esculturas… pero, sobre todo, es pintura. Somos apasionados de la pintura, de la acción de pintar y de los elementos materiales que integran la pintura: el color, la materia, los soportes, el modo de aplicación… Lo que nos une es el respeto a esos elementos, el esfuerzo por conocerlos, y también la búsqueda de la sorpresa que se produce cuando uno deja que todo eso, y el pintor mismo, fluyan en libertad… Nos gusta el descubrimiento de lo inesperado, entendemos esas materias pictóricas como algo vivo que actúa e interactúa siguiendo también los impulsos de su propia naturaleza, algo que escapa a nuestro control, que perseguimos, pero no dominamos… Nos gusta dar la vuelta a los cuadros, mirar cómo los pigmentos y los aceites han pintado su propia obra en el reverso, cómo el agua y el aceite, al rechazarse, perfilan las áreas de color según su capricho, cómo el gris acentúa el rojo, cómo la pintura se desliza sobre el soporte y dibuja la ley de Newton, cómo el negro puede estar cerca o lejos, cómo un accidente salva un cuadro, cómo un trapo abandonado puede convertirse en un arco iris… Pintar es un acto de conocimiento, pero queremos, además, vivirlo como un ejercicio de libertad, de libertad del pintor y de lo pintado y de la materia pictórica misma. Esa libertad se advierte luego en la obra. La pintura no engaña.

¿Cuáles son vuestros objetivos?

Podemos seguir el hilo de la respuesta anterior, y entonces te diremos que nuestro objetivo es ser cada vez más libres. En lo personal, en lo social, y en lo artístico. Esto no es grandilocuente; en realidad es bastante humilde. Es reconocer que se trata de un proceso permanentemente inacabado, tan necesariamente ininterrumpido como querer alcanzar el horizonte y, por otra parte, es reivindicar cómo el mero hecho de encontrar el espacio y el tiempo para disfrutar del arte, de la creación intelectual y emocional de otros hombres y mujeres como nosotros, es un acto de libertad que nos hace más libres y genera lazos profundos, conscientes o no, con esos otros. Eso es la cultura. La mayoría de la gente trabajadora se considera, porque así la han enseñado, al margen del arte, como si éste fuera algo elitista, exclusivo de la clase adinerada. Y de ese modo renuncia a crecer, a disfrutar, a reclamar y ejercer su derecho a una vida intelectual y emocional plena, a descubrir, a sorprenderse, a conocer y hacer suyos motivos, conceptos e imágenes auténticos, no subproductos generados por el mercado, basura clonada hasta el infinito. De ahí que un propósito prioritario para nosotros es “mover” nuestras obras por circuitos populares, por barrios obreros, escenarios donde la pintura, o el arte en general, son algo insólito, negado. Un cuadro original, no una estampita, en la pared de una casa de trabajadores. Ese es un bonito objetivo.

NOTA: Arturo Seeber Bonorino es un escritor argentino que lleva más de dos décadas viviendo en España. Autor de La gran oportunidad del Pelusa, que recibió el premio del XXI Certamen Manuel Vázqué Montalbán y del libro de relatos negros: Un paquete para el mánager, entre otros libros.

54 Cacereños y uno de Cuenca

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Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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