El historiador Hugo Alvira analiza si se dan o no condiciones reales de participación democrática en el actual régimen político.

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En el marco de las decimosegunda escuela de verano de la sección catalana de ATTAC (Asociación por la Tasación de las Transacciones financieras y por la Acción Ciudadana), el historiador Hugo Alvira disertó sobre las condiciones reales de un régimen democrático, en una intervención que había sido titulada Capitalismo y democracia, la extraña pareja.

 

Para presentar al ponente, nada mejor que sus propias palabras de introducción: “Todo ejercicio teórico es una interpretación subjetiva de la realidad. Por eso es importante que, sin dejar de aspirar a tener la razón, recurramos al diálogo y a la experiencia en la tarea de construir nuevos sujetos. En mi caso, esa acción se configura desde una persona que se define como historiador, activista de ATTAC y militante de la CUP [Candidatura d’Unitat Popular, fuerza política de izquierda con tres diputados en el Parlament de Cataluña], y sobre todo como persona que aspira a la transformación de la sociedad, no de modo retórico sino a través de la praxis.”

 

Unidos para siempre (y desde siempre)

 

A la usanza de las relaciones de pareja, considera Alvira que “capitalismo y democracia –entendida como el sistema formalista actual– tienen una íntima y húmeda relación, puesto que están haciendo el amor continuamente”.

 

¿Quiere decir esta metáfora erótica que la necesaria media naranja de la democracia es el capitalismo? ¿Que no puede darse la soberanía popular en su máxima expresión sin el concurso de una organización capitalista de la producción? Más bien no. Tal vez debería aclararse primero “qué entendemos por democracia y qué es realmente esta democracia que tenemos. La democracia liberal ha sido construida como un mito, hasta el punto de lograr que muchas personas crean que es la única forma de democracia posible”.

 

Como bien pensaba Max Weber, los regímenes democráticos representativos “surgieron en sociedades en procesos de expansión material de tipo capitalista”, primero mercantil, más tarde industrial, y sus abanderados instrumentaron todas las revueltas populares. Así pues, las clases impulsoras de la expansión capitalista “crearon un modelo de Estado basado en la protección de la propiedad privada, el mismo que Antonio Negri y Michael Hardt denominan democracia relativa.”

 

Un sistema burocrático…

 

La tesis de Alvira se cifra en una reflexión descarnada: “Aunque la representación sea elegida democráticamente, limitar la acción política a las instituciones es la negación de la propia política, que solo puede entenderse como diálogo y decisión constantes entre todos los ciudadanos. De otro modo, las decisiones más importantes seguirán tomándose en los restaurantes de lujo y los clubes de golf. Aunque hayamos ido a votar, creo que nunca hemos tenido una democracia real.”

 

El defecto básico de este tipo de democracia, según Alvira, es su carácter indirecto. “Nuestros representantes deben convertir la voluntad de cada uno de los representados en la voluntad general”, proceso en el que se pierde la pluralidad de los deseos, las expectativas y las necesidades. Y sobre todo, la pluralidad de las energías. La “fiesta de la democracia” se restringe de este modo “al acto simbólico del voto”. De paso, se crea una clase social de ciudadanos dedicados profesionalmente a la política, que reclama para elevadas remuneraciones a cambio de su unción y preparación; un estamento con intereses profesionales corporativos propios, los cuales ni dimanan del mandato popular ni se deben al mismo. El ponente es categórico en este punto: “Ya se sabe que, cuando se busca trabajo, se busca para toda la vida”.

 

La consolidación de esta clase política profesional se inicia en el propio seno de los partidos, donde los miembros del aparato, liberados de otras obligaciones, “conviven con otros militantes que, por ejemplo, trabajan en empleos precarios o están en paro y no tienen la posibilidad de asumir responsabilidades, por falta de tiempo o por necesidades perentorias”. De ahí que la burocracia partidaria transite por todos los eslabones del circuito político, en este o aquel cargo indistintamente, sin más crédito para sus nombramientos que el grado alcanzado en el escalafón jerárquico.

 

“El resultado de este sistema de organización liberal-burgués –resume Alvira– no es otro que el alejamiento de los ciudadanos de los procesos políticos de toma de decisiones.”

 

…y pervertido

 

Si la conclusión anterior resulta pesimista, prepárense para la segunda: según el ponente, aun en el caso de que la democracia formal representativa fuera eficaz para promover la participación política de los ciudadanos, el sistema está pervertido por un grave desarreglo, y es que “las decisiones políticas principales ya no se toman en las instituciones representativas, sino que proceden de las altas instancias del poder económico” (cabría añadir: más en concreto, del poder financiero).

 

Valiéndose de un pasaje del discurso del presidente chileno Salvador Allende ante la Asamblea General de Naciones Unidas (diciembre de 1972), Alvira afirma que “son las grandes corporaciones empresariales las que están socavando los principios de soberanía de los estados” (no hace falta explicar cuánta razón tenía Allende, dada la trágica experiencia que el destino le tenía reservada). En resumidas cuentas, “al capitalismo se le ha caído la máscara”.

 

La dictadura económica

 

En tercer lugar, “la economía actual es totalitaria”, pretende encaramarse por encima de la política con normas autónomas, pretendidamente inamovibles como las leyes de la naturaleza, y la casta rectora del quehacer político lo ha aceptado así, “con lo cual, el sistema representativo ha degenerado en una puesta en escena ficticia, dirigida por los poderes económicos, hasta el punto de que los comisarios del neoliberalismo pueden intervenir las políticas de los estados”, como han hecho el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la propia Unión Europa.

 

Alvira tiene claro que la socialdemocracia ha sido el apaño generado por el sistema capitalista para justificarse ante las demandas de justicia social. “No hay que confundir la socialdemocracia con el socialismo democrático. La primera se ha sustentado en el posibilismo: el pacto con las grandes corporaciones que ha reportado beneficios sociales de ámbito interior, garantizando un elevado consumo, a cambio de la colaboración del Estado en la promoción exterior de los intereses de las corporaciones nacionales, sobre todo en el Tercer Mundo. Por el contrario, el socialismo democrático pretende transformar completamente las relaciones económicas, aunque sirviéndose de los mecanismos de la democracia liberal-burguesa para acceder al poder.”

 

Recurre Alvira a una anécdota, una inscripción leída en un espacio ocupado del barcelonés barrio de Gràcia: “Imaginad que viene a la Tierra una especie alienígena y nos domina, nos esclaviza, nos humilla, nos arrebata nuestros recursos naturales…” Y se pregunta a continuación: “¿Hace falta que lleguen los marcianos e imaginar guerras de mundos para que se dé tal contexto de opresión? ¿No está presente ya en el sistema económico capitalista? El problema estriba, como dijo Castoriadis, en por qué el ser humano se conmueve con esos relatos fantásticos, pero no es capaz de reaccionar ante una realidad de idéntica gravedad.”

 

Populismo y apatía

 

Ante esta tesitura de dominación, solo nos queda “el miedo, como temor al futuro; la fe en unas certezas que parezcan obvias, y la esperanza en la efectividad de esas convicciones. Ya tenemos el caldo de cultivo del populismo”.

 

Sin duda, el populismo es una opción que conduce a la misma alienación del ciudadano con respecto a la toma de decisiones políticas, porque es fideísta, confía más en la acción esclarecida de unos pocos que en las energías colectivas. Más de lo mismo, o cambiar para que todo siga igual, como dice el príncipe de Salina en El gatopardo de Giuseppe Tomasi di Lampedusa.

 

Ante una propuesta de cambio real, con visos de efectividad transformadora, “¿cuántos ejercicios de democracia real, inclusiva y participativa, soportaría este sistema liberal-burgués? Seguramente, muy pocos, porque el funcionamiento de las instituciones está diseñado para favorecer al sistema capitalista. A ello se suma que a los sujetos creados por el sistema –el endeudado, el representado, el marginado, el reprimido…– no se les ofrecerían los caminos adecuados para participar en el proceso de cambio”.

 

Otro mundo es posible

 

En resumidas cuentas, el resultado social de esta democracia relativa “es un individuo banal, vulgar y consumista. Un sujeto construido desde el poder y para el poder”, porque no debemos olvidar que el sistema moldea la conciencia de los individuos, sobre todo a través del bombardeo publicitario de sus valores y pretendidas verdades, a través de los medios de comunicación.

 

Así pues, ni siquiera nuestra subjetividad es propiamente nuestra. Entendemos el mundo a partir de esquemas inculcados en un contexto económico y cultural. Pero, frente a esta influencia, sí hay algo propiamente individual, el ejercicio crítico.

 

Alvira parece reñir al auditorio cuando lo exhorta a proyectar la reflexión teórica compartida –“que no se quede entre estas cuatro paredes”– sobre una práctica política real, es decir, participativa y con vocación multitudinaria, que comparta “los aprendizajes individuales y colectivos”. Pero tanto su voz, siempre en tono profesoral, como su gesto, relajado por igual, desmienten cualquier sospecha de regañina, más bien trocada en moraleja: “La labor estriba en construir nuevas propuestas que demuestren que otro mundo es posible, y se inicia con la rebelión contra nosotros mismos, como individuos mediatizados que somos, para convertirnos en sujetos protagonistas”.

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