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“Intento, a través de las imágenes y sus propias palabras, rehumanizar unas personas deshumanizadas por sus circunstancias. Los medios tienden a tratarlas y ‘consumirlas’ como si fueran gasolina para llenar páginas sin ningún sentimiento”. Éste es el punto de partida de “The most important thing. Retratos de una huida”, una exposición organizada por la Obra Social “la Caixa” y el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) que se puede ver hasta el 8 de febrero de 2015 en el CaixaFòrum (posteriormente viajará al CaixaFòrum de Madrid).

A través de fotografías de gran formato, realizadas por el fotoperiodista Brian Sokol por todo el mundo, la muestra reflexiona sobre qué es lo más importante para los desplazados y refugiados más allá de la estadística pura y dura.  En los últimos tres años, los conflictos en Siria, Sudán del Sur, República Centroafricana y Mali han provocado graves crisis humanitarias. Más de 12 millones de personas se han visto forzadas a huir de su casa, un tercio de las cuales han emigrado a otros países.

Sokol es un fotógrafo estadounidense dedicado a documentar las violaciones de los derechos humanos y las crisis humanitarias. Le ha sido concedida la beca Eddie Adams de la revista National Geographic y es uno de los profesionales seleccionados en el proyecto PDN’s 30 New and Emerging Photographers to Watch. Entre sus clientes se encuentran Time, The New York Times, The New Yorker, Geo, Stern y Ogilvy & Mather.

Personas de carne y hueso

Más allá de la cifra, pero también del amarillismo basado en el impacto y la alarma social, el espíritu de la muestra es explicar historias personales para que el público se ponga en la piel de los refugiados, entienda su situación y motivaciones. La intención es provocar empatía, pero también que el público capte “la expresión de orgullo y dignidad” de los protagonistas de la muestra. En este sentido, los pies de foto ayudan a definir el contexto.

La excusa que justifica el título de la exposición son los diferentes objetos de valor que adquieren enorme trascendencia durante las largas travesías de los desplazados bajo condiciones extremas. Objetos de pura supervivencia como una botella de agua o un monedero u otros simbólicos como una muñeca, la llave de la casa que han tenido que abandonar o un turbante. “Son personas de carne y hueso, hasta que no puedas relacionar las cifras con las historias personales éstas no tienen ningún valor emocional”.

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Historias crudas como la de un pescador “con una sonrisa luminosa” cuyo semblante cambió radicalmente cuando explicó su caso: su madre tenía un negocio y había ganado algo de dinero. Entraron en su casa de noche y apuñalaron a su madre hasta la muerte mientras él estaba debajo de la cama y veía caer las gotas de sangre. El día siguiente, debido al miedo, apenas pudo contar con la ayuda de ocho chavales para ayudar a enterrarla.

O una chica que sufrió un aparatoso accidente en el brazo al caer de un árbol y, como no podía permitirse un médico, al final le cayó la extremidad, y escondía la amputación tras su vestimenta.

A pesar de lo vivido, Sokol admira la resistencia humana de esas personas que están al límite. “Nunca sabes hasta qué punto la gente es capaz de aguantar, es increíblemente inspiradora la elasticidad y fuerza del corazón humano, capaz de recuperarse y automáticamente perdonar”.

Sobre el concepto de “casa”, el fotógrafo norteamericano matiza que hay variantes: los que han tenido que escapar de una guerra, todavía asocian su hogar al que dejaron, mientras que para los que la abandonaron hace mucho tiempo, “su casa es su cultura, el lugar de donde vienen sus antepasados. Basan su concepto de casa en la sangre”.  Y su condición actual no les hace perder la esperanza ni les enajena hasta transformarlos en refugiados permanentes en sus mentes. “Conseguir comida para sus hijos es lo que les hace levantarse cada día y el sueño de volver a casa les da la motivación a largo plazo, sobretodo que sus hijos puedan volver”.

Los medios, anclados en el morbo

Sokol admite que el bombardeo de imágenes puede convertirnos en insensibles y apela a los medios a hacer un tratamiento profundo, riguroso y constante. “Si las imágenes son demasiado gráficas e impactantes pueden ser como un portazo y entonces el fotógrafo fracasa en su misión de informar sobre la situación”. El fotógrafo avisa que, al margen de los conflictos más mediáticos, también hay otros que no aparecen en primera portada pero que causan un sufrimiento todavía mayor. “Hay personas que llevan décadas como refugiados, les ponen la etiqueta de ‘refugiados’ sin preocuparse de si regresan a casa, de qué les pasa, de su futuro…Por eso me interesaba explicar la segunda parte de los refugiados”.

Su profesión de fotoperiodista incluye partes de “trabajo comercial, publicidad, comunicación y un deseo de estar en el lugar de los hechos”. Sokol reconoce que la cantidad y dureza de las historias le ayuda a construir filtros en los ojos y la mente y que su instrumento de trabajo condiciona la percepción de las cosas. “Si tuviera que caminar por un campo de refugiados sin una cámara no sé cuán diferente sería mi reacción. La cámara me da la razón para permanecer, si estuviera allí sólo como sólo mi respuesta emocional sería diferente”.

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