Durante décadas, el depósito a plazo fijo fue ese instrumento bancario clásico, casi nostálgico, en el que padres y abuelos confiaban ciegamente para guardar sus ahorros. Una especie de colchón financiero que prometía tranquilidad y rendimientos sin sobresaltos. Pero hoy, en un contexto marcado por sueldos que apenas alcanzan para el mes, alquileres por las nubes y una inflación que devora lo poco que se consigue ahorrar, muchos se preguntan si sigue siendo el depósito a plazo fijo una opción real para las clases trabajadoras o es solo un eco del pasado.

La promesa de rentabilidad segura… ¿Para quién?

Los bancos siguen promocionando el depósito a plazo fijo como una solución sencilla, sin riesgo y con una rentabilidad garantizada. Y no mienten. Pero también omiten. Porque si uno observa bien, descubrirá que los tipos de interés que se ofrecen, salvo contadas excepcione, apenas llegan a compensar la inflación.

Aun así, muchos pequeños ahorradores lo siguen prefiriendo frente a alternativas más volátiles como fondos de inversión, criptomonedas o bolsa. Porque al menos aquí, sabes dónde está tu dinero. Literalmente.

Clases trabajadoras y cultura del “ahorro posible”

Aquí es donde entra el matiz de clase. Porque cuando hablamos de ahorro entre quienes viven con sueldos mínimos, contratos temporales y alquileres abusivos, no hablamos de invertir, sino de sobrevivir. ¿Puede alguien con 1.200 € al mes pensar en meter 3.000 € en un depósito a seis meses sin tocarlo? La respuesta, con los pies en la tierra, es que muy poca gente puede hacerlo.

Y, sin embargo, algunos lo hacen. Personas que se imponen a sí mismas una lógica de autocuidado financiero, a pesar de las dificultades. Como María, administrativa en Elche, que nos contaba que prefiere “poner el dinero en el banco y no poder tocarlo, porque si no, se me va en chorradas”. Ella contrata depósitos de 1.000 € cada tres meses. “No me hago rica, pero al menos no me lo gasto”, dice riendo.

Para muchos, el depósito no es tanto una herramienta para ganar, sino una forma de no perder. De resistir al consumo inmediato. Una especie de caja fuerte emocional contra la ansiedad de gastar.

¿Y si los bancos pensaran en quienes más lo necesitan?

Una crítica recurrente, y justificada, es que los productos financieros populares no están diseñados para las clases populares. La letra pequeña, los importes mínimos de entrada (muchas veces desde 3.000 €), los plazos largos y la escasa flexibilidad hacen que muchas personas trabajadoras ni siquiera se lo planteen.

Hay bancos que lo están haciendo diferente. Algunas entidades apuestan por finanzas éticas, ofreciendo productos similares que invierten el dinero en proyectos sociales o medioambientales. Otras, lanzaron depósitos online con plazos más cortos y sin comisiones, accesibles desde cantidades menores.

El ahorro como acto político (sí, también)

En este contexto, ahorrar no es solo una acción económica. Es casi un acto de resistencia. De planificación, de renuncia, de pensar a largo plazo cuando todo alrededor te empuja al ahora. El depósito a plazo fijo, por muy limitado que sea, puede seguir siendo útil para quienes no quieren o no pueden entrar en la jungla de la inversión financiera.

Pero para que esta herramienta sea realmente útil, necesitamos algo más que intereses competitivos. Necesitamos transparencia, flexibilidad, y una cultura financiera que no excluya a quienes menos tienen. Y por qué no decirlo: bancos que escuchen y diseñen pensando en la mayoría.

Quizás no sea la solución definitiva. Pero, como decía un viejo vecino de barrio: mejor eso que tener el dinero debajo del colchón y la tentación en la cabeza.

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Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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