Lo que se había anunciado y algún que otro curioso tomó como simple manifestación de prostitutas en protesta por las condiciones en que desarrollan su trabajo callejero, se convirtió en una nueva acción reivindicativa protagonizada por distintas organizaciones sociales del barrio del Raval de Barcelona, opuestas a la cirugía urbanística y social que ese sector de la ciudad está sufriendo desde hace años, con independencia de cuál sea el color del consistorio de turno.

Como indicábamos en un artículo reciente, hay noticia documental de que la prostitución se practica en la calle de Robador desde principios del siglo XIV. Las sucesivas generaciones de mujeres dedicadas a esta tarea han sufrido numerosos problemas a lo largo de los siglos, desde el desprecio público al parasitismo violento de los proxenetas, pasando por la violencia verbal de tantos juerguistas que en el Raval tenían una segunda personalidad, procaz y disipada, como vías de escape de los rigores de su otra y más formal existencia. Por ello, desde tiempo inmemorial han surgido entre estas mujeres lazos de solidaridad activa que paliaron tantos reveses tomados como inherentes a su condición.

A principios del siglo XXI, en una época que se ufana tanto de su mayor tolerancia como de sus preocupaciones garantistas, las prostitutas del Raval se enfrentan, con la sola arma de una organización apenas básica, a la animadversión de unas autoridades municipales que bajo proclamas de reconstrucción del tejido urbano y social tan solo pretenden maquillar la ciudad como dechado de prosperidad y buenas prácticas, borrando de su faz las arrugas de cualquier tipo de pobreza. Así, el consistorio apuesta por una Barcelona pulcra y moralizante (sí, mucha intolerancia religiosa aflora también entre los laicos munícipes), sin mendigos ni putas, como si esta urbe fuera un parque temático subvencionado por alguna secta cristiana integrista. Sin embargo, no afronta el Ayuntamiento con la exigida diligencia la tarea de limpiar toda la porquería física y cívica que ha arraigado en los barrios más céntricos de la ciudad en forma de pisos de alquiler turístico incontrolados, cuya proliferación se debe a una política de tolerante negligencia municipal.

Los asistentes al acto de Robador fueron pocos, no más de medio centenar de personas y la mayoría de ellas ajenas al ejercicio de la prostitución, pero las proclamas resultaron contundentes. Las portavoces del oficio insistieron en su condición laboral de “trabajadoras de clase baja” y exigieron “espacio en el Raval” para la libre práctica de sus actividades, así como el deseo de defender “nuestras casas, nuestras pertenencias y nuestra dignidad”, mientras que algunas de sus teóricas representadas –todo hay que decirlo– observaban desde sus puestos habituales de trabajo. A continuación tomaron la palabra algunos vecinos y activistas del barrio, los cuales, además de recalcar que “Todos somos putas indignadas”, arremetieron contra la política de desalojos y demoliciones del Ayuntamiento, que afecta por igual a prostitutas y otros vecinos de toda la vida. Tampoco se olvidaron de la connivencia del capital privado con esta labor de zapa, tras la cual hay un pingüe negocio urbanístico; como ejemplo de ello se citó un edificio situado en la misma calle, frente al lugar de la concentración, que fue adquirido en su momento por el actual entrenador del F.C. Barcelona, Luis Enrique, y del cual fueron expulsados más tarde todos los vecinos. Claro que estas actuaciones de los ídolos deportivos causan poca impresión en una gran masa social narcotizada por la tontuna futbolística, y que se cree ajena a este tipo de problemas… hasta verse envuelto en ellos, como ocurrió con el tsunami del desempleo y la precariedad que aún anega el país.

A continuación, las entidades del Raval representadas en la protesta trasladaron esta al cercano mercado de la Boquería, en la Rambla, donde entraron en orden de manifestación, megáfono en mano y al grito de “Això és un mercat, no un restaurant” (“Esto es un mercado, no un restaurante”). Pretendían denunciar la pérdida de la función original de esta institución barcelonesa, en vías de transformación en un nuevo centro turístico donde proliferan los restaurantes y cada día se hace más difícil para los nativos su uso tradicional. Allí les acompañó un replicante del alcalde de Barcelona, Xavier Trias, que fue objeto de mofa por parte de los manifestantes.

Tras el inicial sobresalto del personal de seguridad del mercado, el que se supone encargado o responsable de la misma reunió cautelosamente a sus acólitos al margen de los manifestantes, para decirles que ni intervinieran ni se dejaran ver. La conversación tuvo lugar a menos de dos metros de quien esto escribe. Los mandados obedecieron puntualmente a su jefe, de modo que la acción se cerró sin incidentes, entre las risas de algunos de los vendedores del mercado, la desaprobación más o menos patente de otros y la sorpresa de los turistas –muy numerosos– cuando eran interpelados por los manifestantes

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