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Más de 2500 años más tarde de la creación de esta historia, Pandora regresa. Esta vez de la mano de los Mossos y del gobierno de la Generalidad de Cataluña. Con la nueva Pandora se reconstruye el fantasma del enemigo interno. Del anarquista que pone bombas. Que lo destroza todo. Y que si ahora no mata niños y mujeres inocentes no es porque no quiera, sino porque las fuerzas de la seguridad actúan con celeridad y profesionalidad. Así nos lo evidencian los despliegues, de madrugada, de grandes contingentes de mozos armados en varios puntos del Principado.

Con mayor o menor énfasis, como quien se dedica a contar una leyenda junto al fuego, los medios de comunicación reproducen un relato como este cuando hablan de la Pandora del s. XXI. Se trata de una narración que el último año ha aparecido con fuerza en la escena pública, pero que hace unos cuantos más que se cocina. Hace casi una década ya lo mostró el entonces director general de Interior, Joan Boada (ICV), cuando envió a la cárcel Núria Pòrtulas y la calificó de terrorista insurreccionalista. Todavía recuerdo cuando aseguró que la policía catalana había evitado atentados contra población civil (el caso terminó con Nuria absuelta, por cierto). Y ahora, un gobierno de un talante aparentemente diferente, ha profundizado la leyenda y le ha dado el nombre de Pandora.

El nombre no es casual. Pandora llevó los males a la tierra en seguir su curiosidad y abrir la caja. Las personas detenidas y encarceladas el s. XXI son portadores, según el Estado, de males que hay que erradicar. Seguramente uno es la defensa del fin de la opresión, tanto colectiva como individual. O la defensa del anarquismo político que, sin lugar a dudas, no encaja nada bien en los diferentes intentos de Transición 2.0 que se están pensando últimamente. Sin embargo, observando también el operativo que ha habido en Galicia el día siguiente de la última razzia de Cataluña, uno está inclinado a pensar que también se está persiguiendo directamente una forma de hacer política. La que, voluntariamente, sitúa el centro de la acción colectiva y la práctica fuera de las instituciones. En la calle, en los centros de trabajo. Como vecinos / as y como trabajadores / as. Un tipo de política que, en la medida que escapa de las normas de las instituciones burguesas, deviene mucho más libre y puede desarrollar de manera más imprevisible su capacidad creativa de nuevas realidades. De nuevos mundos.

Los próximos días asistiremos a una nueva campaña electoral, esta vez de ámbito estatal. Veremos como nuevas caras entran en el escenario institucional. Algunas nos serán familiares para que en el pasado hemos podido compartir algunos espacios, aunque muy a menudo de manera más bien tangencial. Aceptarán las reglas de un juego que generalmente hemos rechazado. No sólo porque tengamos nuestras dudas sobre la centralidad de los procesos electorales. De hecho, yo participo activamente en las sindicales de mi centro de trabajo. Sino porque la manera de hacer política de la que serán parte especializa y profesionaliza la propia acción política. En otras palabras, reproducirá esta especie de división del trabajo, en términos políticos, que fundamentó Transición del 78. Por un lado las personas normales, de quien se espera que vivan (trabajando, consumiendo, etc) con el mínimo de preocupaciones posibles. Por la otra las personas que piensan y promueven las acciones y medidas que garantizan la vida colectiva. En definitiva los que, según algunas declaraciones de alguna gente que se piensa de izquierdas, ponen la política al servicio de la gente.

La Pandora del s. XXI persigue quien defiende que sea el conjunto de la población quien haga la política. Al margen, o incluso en contra de las instituciones. Busca desarticular las respuestas colectivas a la miseria cotidiana en sus diferentes niveles. Criminalizando a quien hace política fuera de las normas y abriendo ligeramente el club del que puede que puede participar en el juego de la política oficial, claramente señala cuál es el espacio que el Estado nos reserva a las y los que no tenemos previsto entrar a las instituciones. No se permitirán unos movimientos sociales, unas organizaciones y unas prácticas colectivas que defiendan una política diferente, hecha desde nosotros y en función de nuestros intereses. Y en contra se nos pretende aplicar la represión que, aparte de la prisión, busca aislarnos de la mayoría de la sociedad. Estigmatizar a los movimientos populares.

El mito griego criminaliza Pandora, que se atreve a ser mujer y humana. Que opta por hacer su, desobedeciendo las prohibiciones. Una mujer que, además, existe como castigo a la solidaridad, en este caso de Prometeo para con los hombres. El mito actual de Pandora señala una parte de los movimientos sociales. Apunta hacia prácticas políticas que quieren ser libres de las instituciones, de unas instituciones emanadas de esta forma de organizar la sociedad de clases, y por tanto, la explotación, que denominamos Estado. Y dispara, metafóricamente, contra los anarquistas. De momento, y en apenas 3 años, 63 han sufrido detenciones bajo la legislación antiterrorista.

El mito de la Grecia clásica y la actual de Pandora se funden en un de suelo. Persiguen dictar cómo debemos comportarnos y cuál es el espacio que se nos deja como sujetos políticos. Ahora es el de votar, consumir la política institucional que nos transmiten los medios y no mucho más. En la Grecia de hace más de 2000 años, en el caso de las mujeres, el de ser hijas y esposas sumisas sin ningún tipo de iniciativa. El Departamento de Interior de la Generalidad de Cataluña hay quien eso lo tiene muy claro. Todo apunta a una estrategia bien meditada y diseñada, que deja poco lugar a la improvisación. Especialmente en cuanto a los objetivos a medio plazo. La nueva Pandora, pues, no es casualidad.

Editor, periodista y escritor. Autor de libros como 'Annual: todas las guerras, todas las víctimas' o 'Amores y quebrantos', entre muchos otros.

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