A sus 93 años, Yayoi Kusama (Matsumoto, 1929) continúa deleitando al público. Creadora de un arte que indaga en lo psicodélico, obliga a que el ojo abandone las nociones tradicionales de espacio y realidad.

Sus obras, basadas en sus propias alucinaciones, son la base de ese estilo tan característico que cultiva punteando lienzos, objetos e incluso personas. No en vano, ella lo llama su ‘telaraña infinita’.

Con los espejos multiplica el espacio que nos rodea, con los lunares penetra en las emociones y con las luces rompe la frontera entre el espectador y el entorno, creando un espacio artístico de infinidad.

Kusama a menudo ha declarado abiertamente en entrevistas que está obsesionada con el sexo (y, por extensión, con el machismo y el lugar del hombre en la sociedad).

Cuando era pequeña, la artista japonesa padeció una madre abusiva y un padre estricto y adúltero, lo que probablemente repercutió en su desconfianza hacia el sexo y las relaciones íntimas.

En su vasta obra se aprecia también una fascinación por las formas y símbolos fálicos. En este sentido, a Kusama le gusta jugar con la imagen de personas desnudas en lugares públicos, por eso, a lo largo de su carrera, ha organizado representaciones en plena calle a las que invita a la prensa para conseguir notoriedad mediática.

Pese a haber nacido en los años veinte del siglo pasado y sus inicios como artista se remontan a la década de los cincuenta, en 1966 Yayoi Kusama ya arriesgó con una performance ilegal en la Bienal de Venecia.

La artista colocó entonces 1.500 bolas de espejo frente a una bandera italiana y posó en medio del montaje con su kimono Narcissus Garden, sin invitación ni permiso.

Ataviada con el traje tradicional japonés, comenzó a vender las esferas -a las que llamó «una alfombra cinética»- a los impávidos visitantes de la muestra que las fueron adquiriendo encantados una por una.

Yayoi Kusama, ‘Transmigration’, 2011.

Para Yayoi Kusama, la pintura es una forma de catarsis. Ya sea un lunar o un falo aterrador, ha creado miles de imágenes para transmitir su sentido del horror.

En sus obras, la artista expresa el concepto de «autoaniquilación» porque dice temer la desaparición de la individualidad.

Según el blog alemán especializado en arte contemporáneo, Artsper, «se trata de una mujer complicada con muchos pensamientos y rasgos de personalidad contradictorios».

En un mundo del arte todavía dominado, en gran medida, por hombres, Kusama es una de las artistas vivas más coleccionadas del momento, sus obras han llegado a superar los cinco millones de dólares en diversas subastas, algo inédito para un artista en vida.

Agotada mentalmente, Kusama, tras una larga estancia en Nueva York al lado de artista como Andy Warhol, regresó a Japón en 1973. En el 77 decidió ingresarse voluntariamente de forma perpetua en el Hospital Mental Seiwa.

Su estudio está en las inmediaciones del complejo hospitalario, donde todavía hoy trabaja todos los días pese a requerir una silla de ruedas para moverse. Para ella, su vida no es más que «un guisante perdido entre miles de otros guisantes».

*Fotos: _yayoikusama / Instagram 

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