En una Madrid sitiada por la policía y bajo la prohibición de sacar símbolos republicanos a la calle, se celebraron este jueves los actos que proclaman como nuevo rey a Felipe VI, hijo de Juan Carlos de Borbón. En el contexto de crisis económica e institucional que atraviesa España, el heredero aseguró encarnar “una monarquía renovada para un tiempo nuevo”.
En una Madrid sitiada por la policía y bajo la prohibición de sacar símbolos republicanos a la calle, se celebraron este jueves los actos que proclaman como nuevo rey a Felipe VI, hijo de Juan Carlos de Borbón. En el contexto de crisis económica e institucional que atraviesa España, el heredero aseguró encarnar “una monarquía renovada para un tiempo nuevo”.
Igual que en plena Edad Media, Madrid asistió ayer a la investidura de un nuevo rey, Felipe VI, que luego de jurar sobre la Constitución su fidelidad al Estado, pronunció un largo discurso, desfiló con su séquito por las principales calles de la ciudad y salió al balcón del Palacio Real para saludar a los miles de fieles que lo ovacionaban, banderas nacionales en mano, desde la Plaza de Oriente.
A lo largo de toda la mañana se sucedieron, como en una película épica, los protocolares rituales que exige la ceremonia de la coronación: Felipe recibió de su padre la faja de capitán general de las Fuerzas Armadas, quien le pasó de este modo el testigo de jefe supremo de los Ejércitos– condición inherente al cargo de rey-, después en el Congreso de los Diputados, el nuevo monarca formalizó su proclamación ante las principales figuras políticas del país para, finalmente, recorrer la ciudad en un antiguoRolls Royce descapotable– encargado por Franco- hasta el Palacio Real, donde salió al balcón junto a su mujer, la ahora reina Letizia, sus dos pequeñas hijas, y sus padres, Juan Carlos I y Sofía, todos de solemnes y engalanados trajes.
El nuevo milenio pudo colarse, sin embargo, entre tanta pompa y protocolo nobiliario, no solo a través de los innumerables puestos de souvenirs bien provistos de tazas, camisetas o llaveros con las caras de los nuevos reyes, sino también– y principalmente– en las palabras que Felipe VI expresó durante su discurso de casi media hora ante las Cortes Generales. En su declaración de intenciones para el reinado que comienza, Felipe prefirió sacudirse el polvo de tantos siglos de tradición y anclarse más en el presente, aludiendo directamente a los problemas por los que atraviesa España en este delicado momento de su Historia. Así, el rey se refirió al debate abierto tras la abdicación de su padre respecto al modelo de Estado, reivindicó la necesidad de regenerar y abrir las instituciones, hizo mención a la necesidad de buscar soluciones al desempleo juvenil, y abogó por la «unidad» ante los movimientos ciudadanos surgidos en Cataluña o el País Vasco para luchar por la independencia.
Consciente de que su asunción se produce sin el consenso de toda la población, Felipe respondió en su discursoa las numerosas iniciativas republicanas surgidas tras la abdicación de Juan Carlos de Borbón, con una firme defensa de la monarquía parlamentaria. Según él, «la independencia de la Corona, su neutralidad política y su vocación integradora ante las diferentes opciones ideológicas, le permiten contribuir a la estabilidad de nuestro sistema político, facilitar el equilibrio con los demás órganos constitucionales y territoriales, favorecer el ordenado funcionamiento del Estado y ser cauce para la cohesión entre los españoles«.
Pero, más allá de sus obvias convicciones monárquicas, Felipe VI asumió que la institución real necesita un cambio para recuperar su imagen de la estrepitosa caída de los últimos años, a raíz de la corrupción y las cazas de elefantes. «Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan con toda razón que los principios morales y éticos inspiren -y la ejemplaridad presida– nuestra vida pública. Y el rey, a la cabeza del Estado, tiene que ser no sólo un referente sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia de los ciudadanos» remarcó Felipe durante su discurso. Por eso prometió «observar una conducta íntegra, honesta y transparente, como corresponde a su función institucional y a su responsabilidad social, porque sólo de esa manera se hará acreedora de la autoridad moral necesaria para el ejercicio de sus funciones«.
También quiso hacerse eco el nuevo rey del profundo desprestigio que sufren en España las instituciones políticas y por eso declaró que aspira a «revitalizarlas” y a «fortalecer la cultura democrática«, insistiendo en varios momentos en que él representa la regeneración de las instituciones que reclama la ciudadanía. El flamante jefe de Estado se esmeró en dejar claro que su mandato traerá«una monarquía renovada para un tiempo nuevo«.
Lo que no parece dispuesto a mover ni un centímetro son las fronteras del territorio nacional. Ante las reivindicaciones soberanistas de Cataluña y País Vasco, Felipe VI dictó sentencia: «Quiero reafirmar, como rey, mi fe en la unidad de España, de la que la Corona es símbolo«. Pero, acto seguido, matizó que «unidad no es uniformidad” y que “la diversidad del Estado engrandece la historia española y debe fortalecer a los ciudadanos”. Asimismo, el rey destacó el valor del plurilingüismo en el país, admitiendo que “esa interrelación entre culturas y tradiciones tiene su mejor expresión en el concierto de las lenguas«. De hecho, sus últimas palabras fueron “muchas gracias” en los cuatro idiomas oficiales del Estado.
Este gesto no conmovió a los presidentes autonómicos de Cataluña y Euskadi que, presentes en el hemiciclo, fueron los únicos en no aplaudir el discurso del rey. Tampoco quisieron darle relevancia a la proclamación los partidos de izquierdas que forman parte en el Congreso del Grupo Mixto y de Izquierda Plural, así que directamente decidieron no acudir por no estar de acuerdo con la continuidad de la institución monárquica.
Fuera del Parlamento, también hubo voces contrarias a la coronación de Felipe. Voces desde luego valientes, teniendo en cuenta el inmenso aparato policial desplegado para la ocasión. Desde hace una semana que se advierte por todos los medios de comunicación que Madrid se convertiría en una ciudad sitiada, y así fue. Durante la proclamación, se cerróel espacio aéreo para evitar ataques con cohetes, aviones o drones, se distribuyó a francotiradores en los tejados y se hicieron llegar de toda España a más de 2 mil agentes antidisturbios para proteger la zona. El Ministerio del Interior dio expresamente la orden de ‘tolerancia cero‘ ante las protestas que se pudieran producir y elevó el nivel de alerta terrorista al 3, el inferior al máximo referido a la amenaza inminente.
En este contexto que, nuevamente, hacía pensar en un viaje directo a la Europa medieval, cientos de personas se atrevieron a desafiar los caballos y las armaduras para manifestarse por el centro de Madrid a favor de la república. Según explicó el portavoz de la Red Solidaria Antirrepresiva, Damian Caballero, esta protesta se organizó «de manera espontánea» el miércoles por la tarde tras conocerse la decisión del Tribunal Superior de Justicia de Madrid (TSJM) de prohibir la concentración que había convocado la Coordinadora Republicana de Madrid para el mediodía de la proclamación en la Puerta del Sol.
La Justicia también resolvió ayer penalizar a quienes lucieran banderas republicanas durante la jornada, por lo que al menos tres personas que, de todos modos, decidieron sacarlas a la calle, fueron detenidas por la Policía Nacional. Ante la declarada política represiva que mantiene el Gobierno, no solo con motivo de la coronación de Felipe VI sino ante cualquier expresión disonante, algunos manifestantes llevaban la boca tapada con trapos en los que ponía «libertad» y otros gritaban consignas como «la voz del pueblo no es ilegal» o «basta ya de Estado policial”.