Son las 5 de la mañana y me levanto preparándome mentalmente para lo que viene. Tampoco es que sea demasiado temprano, pero es una molestia que “nosotros” debemos de pasar: la famosa cola de los servicios de inmigración para dejar las huellas y emitir una tarjeta nueva de residencia en España.

Después de años aquí uno se va acostumbrando a esto. Ahí vamos, todos dispuestos, con ropa de invierno y algunos extras (de nieve, específicamente) para aguantar el frío que hace a estas horas. Gracias a Dios estamos en Barcelona y no en Suecia. Seguro que ellos allí tienen mejores condiciones y no tienen que esperar durante horas en la calle para ser atendidos.

Ya llegando me encuentro con más de 50 personas delante de mí. Por lo menos esta vez no he quedado girando la esquina. Estoy en el callejón. Los primeros 40 metros. Una maravilla considerando que la semana pasada vine a lo mismo , llegué a las 6 y me quedé girando la calle , ¡más de 100 personas por delante! Hice la cola hasta las 9:30, cuando una funcionaria comenzó a revisar los papeles que se debían presentar. Llegó a mí y me dijo que el papel que decía que el permiso de residencia fue renovado favorablemente ( que me había descargado de Internet desde la página del Ministerio ) NO SERVIA porque estaba en blanco y negro e impreso en 2 páginas. Que no me podía dejar pasar porque se estaban dando casos de falsificación. Me quedé boquiabierto. ¿No se supone que ellos pueden ver el expediente en el ordenador? Ya mejor ni explicar la llamada a la abogada que me asesora y que me entregó el mismo papel por el cual me enviaban a casa.

Hora de café. Le digo al chico que está detrás de mí si me puede cuidar el puesto y luego, a cambio, le ofrezco que él también pueda ir a tomarse un café más tarde a algún lugar mas cálido. ‘Ves, ves’, me dice, ‘no te preocupes’ . Corro al bar más cercano a refugiarme del frío por un rato. Siempre, al amanecer, el tiempo se torna frío justo antes de salir el sol.

Vuelvo a la cola y le entrego un café caliente al chico. Me mira con cara sorprendida y agradecida y me comienza a contar su historia. Claro está, totalmente relacionada con esta famosa cola y su vida como inmigrante. Él es de Perú y está haciendo la cola por su novia. Por suerte, él ya se ha salvado de estas cosas porque tiene la residencia de larga duración que te dan después de haber hecho este tramite 3 veces antes cada 2 años. Luego ya llegará la nacionalidad española y estos trámites se olvidarán.

Las 8:00. Hacen su aparición en la puerta los primeros policías. Los cancerberos de la sala “vip” de espera y los dueños de los números que se van entregando a partir de las 9:00 para que puedas ser atendido.

Al aparecer estos personajes se produce el primer orden de la cola. Las primeras discusiones de que quién va primero que el otro y también de las primeras filtraciones. Gente se pone la otro lado de la cola buscando la oportunidad de meterse entre medio o de comprar un espacio. Hasta 100 euros por puesto. No es mal negocio.

Nos toca ahora. Por fin el acceso a la sala de espera dentro del recinto. Uff , que frío. Pero ya pronto un poco de calor.

Toda la gente comienza a sacar los papeles que lleva para mostrarlos en la puerta para que, si esta todo bien, te den un número y te dejen pasar. Filtro que la vez pasada no pude sortear. Miedo. ¿Lo tendré todo? ¡Joder! ¿Dónde está mi pasaporte? Ahhhh, ya está todo. ¿Se puede? ‘Sí, adelante, eres el 573’.

Ahora sí. Una maravilla, sentado y sin frío.

Después de un rato descansando, casi durmiendo, se escucha: ‘toda la gente que tenga el número de color verde que salga de esta sala. No es aquí’. Se miran los unos a los otros y algunos comienzan a levantarse con muy mala cara. Se van. Pobres. Por suerte tengo de los números blancos.

Las 10:30. ¡Me toca! ‘Hola, hola, déjeme esto y lo otro, firme aquí y allá, déme su mano para las huellas. En un mes estará su tarjeta y debe ir a buscarla a la calle Mallorca. Vaya también temprano y recuerde pagar las tasas, si no, no le darán la tarjeta. Adiós’.

Eso fue todo. 3 minutos de atención.

Una espera de horas, mil pensamientos del por qué se trata así a la gente, del por qué no se destinan mínimos recursos para mejorar esas condiciones de espera que, dado el sistema que tenemos, son inevitables.

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