En un mundo donde las mujeres eran relegadas a los márgenes de la historia, Hélène Roger-Viollet (1901-1985) desafió las normas con una cámara en la mano y una visión que trascendió fronteras y épocas. Pionera del fotoperiodismo, fundadora de la prestigiosa agencia fotográfica Roger-Viollet, y testigo privilegiada de los horrores y esperanzas de la guerra civil española, su vida es un testimonio de valentía, talento y tragedia. Sin embargo, su legado, eclipsado por un crimen brutal, merece ser rescatado del olvido.
Hélène Pauline Henriette Marie Roger nació el 10 de julio de 1901 en el corazón de París, en el seno de una familia marcada por la creatividad y el compromiso social. Su padre, Henri Roger, un ingeniero químico y fotógrafo aficionado, fue su primer mentor. Desde niña, Hélène creció entre negativos y cámaras, aprendiendo los secretos del laboratorio fotográfico en una era en que la fotografía era una novedad técnica y artística. Su madre, Jeanne Viollet, descendiente de una familia comprometida con los derechos humanos, le inculcó un sentido de justicia que marcaría su activismo posterior. Este entorno, donde la ciencia y la sensibilidad se entrelazaban, forjó a una joven curiosa y determinada.
En una época en que las mujeres tenían acceso limitado a la educación superior, Hélène se inscribió en la Escuela de Periodismo de París, una de las pocas de su promoción. Allí conoció a Jean-Victor Fischer, un joven alemán que se convertiría en su compañero inseparable, tanto en la vida como en el trabajo. Juntos, desafiaron las convenciones de una sociedad patriarcal, no solo por su colaboración profesional, sino porque Hélène, conocida en su agencia como “la jefa”, asumió un liderazgo que incomodaba a muchos, incluido, según algunas teorías, a su propio esposo.

Hélène no solo fue una pionera por su incursión en el fotoperiodismo, un campo dominado por hombres, sino también por su activismo. En la década de 1930, se unió a la lucha por el sufragio femenino junto a figuras como Louise Weiss, participando en campañas públicas durante las elecciones legislativas de 1936. Su compromiso con los derechos de las mujeres no era mera retórica: lo vivía en cada decisión, desde su formación profesional hasta su decisión de no tener hijos para dedicarse plenamente a su carrera. Este aspecto, poco destacado en las narrativas tradicionales, revela a una mujer que priorizó su vocación en una época en que tal elección era casi revolucionaria.
La guerra civil española: testigo de la tragedia
El verano de 1936 marcó un punto de inflexión en la carrera de Hélène Roger-Viollet. Junto a Jean Fischer, partió en bicicleta hacia Andorra con la intención de documentar las primeras vacaciones pagadas del Frente Popular francés. Sin embargo, lo que encontraron en la frontera fue mucho más trascendental: miles de españoles huyendo de la Guerra Civil. Con su Rolleiflex, Hélène capturó imágenes que se convertirían en algunas de las primeras crónicas visuales del conflicto, publicadas en medios internacionales como L’Illustration. Una de sus fotografías más icónicas, tomada en febrero de 1939, muestra a la familia Gracia, devastada por la guerra: un padre, Mariano, sosteniendo la mano de su hija Alicia, que había perdido una pierna, mientras el pequeño Amadeo, también mutilado, camina ayudado por un vecino. Esta imagen, publicada en L’Illustration, se convirtió en un símbolo del éxodo republicano, capturando el dolor humano con una sensibilidad que trascendía el sensacionalismo.

Hélène no se limitó a fotografiar desde la distancia. Se involucró profundamente en las escenas que documentaba, como lo demuestra una imagen en la que aparece ella misma entre un grupo de anarquistas ocupando un convento en la Seu d’Urgell, Cataluña, en julio de 1936. Esta participación activa, poco común entre los fotoperiodistas de la época, revela su valentía y su compromiso con capturar la verdad, incluso a riesgo de su propia seguridad. A diferencia de figuras como Robert Capa o Gerda Taro, cuya obra en la guerra civil española alcanzó fama inmediata, las imágenes de Hélène fueron menos reconocidas en su momento, en parte porque su trabajo quedó subsumido bajo el nombre de la agencia Roger-Viollet, que ella misma fundó en 1938 junto a Fischer.
La guerra civil española no solo consolidó a Hélène como fotoperiodista, sino que también marcó el inicio de su agencia, un proyecto ambicioso que buscaba preservar y difundir imágenes históricas. La pareja adquirió la tienda de Laurence Olivier en el número 6 de la rue de Seine, en París, y la transformó en la Documentation Photographique Générale Roger-Viollet. Este espacio, que combinaba el archivo fotográfico de su padre con sus propias imágenes, se convirtió en un referente mundial, con una colección que hoy abarca más de seis millones de imágenes, desde daguerrotipos hasta reportajes contemporáneos.
Un final ensombrecido por la tragedia
La vida de Hélène Roger-Viollet, sin embargo, no puede contarse sin abordar su trágico final. El 27 de enero de 1985, a los 83 años, fue asesinada en su domicilio parisino por su esposo, Jean-Victor Fischer. El crimen, que conmocionó a la sociedad francesa, fue de una brutalidad estremecedora: Hélène fue golpeada con una barra de hierro y degollada con quince cortes de navaja. La autopsia reveló rastros de barbitúricos en su garganta, sugiriendo un intento de Fischer de obligarla a ingerirlos antes del asesinato. Fischer, tras intentar encubrir el crimen como un suicidio, se quitó la vida en prisión semanas después, dejando sin respuesta la pregunta que aún resuena: ¿por qué?

Las teorías sobre los motivos del asesinato son variadas. Algunos, como la escritora Angélica Morales en su novela Estás en mis ojos (2025), sugieren que el ego de Fischer, herido por vivir a la sombra de una mujer más exitosa, pudo haber desencadenado el crimen. Otros apuntan a tensiones personales exacerbadas por la edad, el consumo de alcohol y medicamentos, o conflictos sobre el destino de la agencia. Lo cierto es que el asesinato no solo puso fin a la vida de Hélène, sino que también ensombreció su legado. La prensa de la época, más interesada en el sensacionalismo del crimen que en su obra, contribuyó a que su nombre quedara asociado al escándalo en lugar de a su contribución al fotoperiodismo.
Un detalle poco conocido es que, apenas nueve días antes del crimen, Hélène y Fischer habían redactado un testamento legando su colección a la Ciudad de París. Este gesto, que buscaba preservar su trabajo para la posteridad, desencadenó una disputa legal de casi una década con la familia, hasta que en 1994 la colección pasó definitivamente a manos municipales. En 2004, la creación de la Parisienne de Photographie garantizó la digitalización y difusión de sus archivos, pero no fue hasta 2021 que una exposición en la galería Roger-Viollet, titulada Les Voyages d’Hélène: une vie à documenter le monde, rindió homenaje exclusivo a su obra, distinguiendo sus fotografías por el ángulo bajo de su Rolleiflex, consecuencia de su pequeña estatura.
Un legado que resurge
La vida de Hélène Roger-Viollet es una paradoja: una mujer que rompió barreras, documentó los dramas de su tiempo y creó una institución que preservó la memoria visual del mundo, pero cuya muerte violenta amenazó con reducirla a una nota al pie de página. Su paso por la guerra civil española, donde capturó la humanidad en medio del caos, no solo la consolidó como una de las primeras mujeres fotoperiodistas, sino que también demostró su capacidad para encontrar belleza y verdad en la adversidad. Su activismo por los derechos de las mujeres, su liderazgo en la agencia Roger-Viollet y su incansable búsqueda de imágenes alrededor del mundo —desde Cuba hasta Siria— revelan a una figura que merece un lugar destacado en la historia de la fotografía.

Hoy, cuando revisamos sus imágenes, no solo vemos el pasado a través de su lente, sino también el espíritu de una mujer que se negó a ser silenciada, incluso cuando el mundo intentó olvidarla. La exposición de 2021 en París fue un primer paso para devolverle su voz, pero es nuestra responsabilidad, como amantes de la historia, asegurarnos de que su nombre resuene no por su trágico final, sino por su vida indomable. Hélène Roger-Viollet no fue una víctima; fue una visionaria que, con cada clic de su cámara, desafió al tiempo y al olvido.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.





