Tan solo con ocho años, Nadia Ghulam (Kabul, 1985) fue víctima de una bomba que le provocó graves quemaduras en todo el cuerpo y con once -bajo el régimen de los talibanes- decidió adoptar la identidad de su hermano fallecido en la guerra para poder trabajar y alimentar a su família. Tras una década manteniendo su falsa identidad masculina, en 2006 llegó a Barcelona para someterse a una serie de operaciones de la mano de la ONG Ashda. Hoy vive en Badalona, acogida por una família que ya es la suya propia; aunque no ha abandonado su pasado afgano.Tras volver a su país en diversas ocasiones, solo sueña con que su familia pueda vivir rodeada de paz y libertad.

Nadia Ghulam (Kabul) Foto: Francesc Sans
Nadia Ghulam (Kabul) Foto: Francesc Sans

A pesar de su història, siempre ha recordado su infancia como un periodo feliz.

Afganistán lleva 40 años en guerra pero hasta mis ocho años no llegó el conflicto directo a mi ciudad, Kabul. Aún así, desde que aprendí mis primeras palabras mi madre me decía:     ‘Nadia, levanta las manos y reza para que llegue la paz a nuestro país’. Yo pedía paz, pero no sabía lo que era la guerra; escuchaba explosiones pero no entendía qué pasaba hasta que estalló una bomba en mi casa. Tuve una infancia muy feliz, llena de ignorancia.

Mi padre trabajaba para el Ministerio de Sanidad como farmacéutico y mi madre no había estudiado y ejercía de ama de casa. Tengo dos hermanas y un hermano, que murió a causa de la guerra. Todo cambió con la guerra, antes teníamos una vida muy feliz.

A los ocho años, esa bomba le cambió la vida…

Estuve dos años en el hospital y cuando salí -a los once- decidí vestirme de chico para trabajar y poder mantener a mi familia. Las mujeres no podían trabajar, mi padre cayó enfermo mental debido a la guerra y no entraba ningún ingreso en casa. Fue mi única solución; la supervivencia te hace hacer cosas que normalmente no piensas, cuando  no tienes otro camino que meterte en la boca del lobo tienes que entrar.

¿No le frenó el miedo?

Mis hermanas eran muy pequeñas y mi madre tenía mucho miedo, pero sabía que no teníamos más remedio. Era hacerlo o morir de hambre.

¿Cómo fue su vida a partir de entonces?

Cuando empecé a trabajar, el país era controlado por los talibanes. Era un régimen represivo en todos los sentidos, con normas para todo: no podíamos ni reír, fuéramos hombre o mujer. Los hombres también lo pasaban muy mal, pero en el mundo occidental se hablaba mucho más de las mujeres; como si los hombres no hubieran pasado por la guerra. Además, debido al conflicto no había trabajo y buscábamos comida en barrios abandonados tras los bombardeos. Siempre tuve que buscarme la vida, desde que empecé a trabajar en el campo la lista de oficios es interminable.

Tras vivir ambas perspectivas, puede hablar con conocimiento de causa.

Seré la primera mujer afgana que te diré que ni la vida de hombres, de mujeres, de niños,  de plantas o de piedras es fácil en un país en guerra. Uno no vive peor que el otro, todos viven en la miseria y la desesperación.

Pasó su adolescencia viviendo una identidad que no es la suya. ¿Afectó a su desarrollo como persona?  

Yo tenía clarísimo que soy una mujer y sólo lo veía como una forma para salir adelante.

¿Confusión? Sí, todos los adolescentes están confusos. Tal vez en mi condición un poco más, pero todos estamos perdidos sin saber qué queremos hacer o ser. La única cosa que fue difícil para mí fue no poder actuar o decidir de la manera que quería, siempre había que buscar alternativas.

Una de sus alternativas fue un viaje a Barcelona, a finales del 2006, para operarse de las secuelas del bombardeo que sufrió con ocho años

Llegué a finales de 2006 a través de una ONG, para tratamientos médicos en el Hospital Clínico. Me operaron, me acogió una familia catalana y gracias a ellos mi vida cambió totalmente. Su solidaridad me hizo salir adelante.

¿Con qué identidad llegó a la capital catalana?

Tenía pasaporte de chica, pero iba vestida de chico. Aquí tuve la posibilidad de volver a ser yo. El proceso fue difícil porque no sabía cómo debía comportarme como Nadia, pero a la vez fácil porque la familia que me acogió nunca me impuso nada. Siempre me han dejado decidir lo que yo quería hacer: ir o no con pañuelo, vestir falda o pantalón, comer con cubiertos o con la mano, salir o no de casa… Y menos mal, porque mi carácter es contrario a las imposiciones.

A la llegada a Barcelona, conoce una cultura totalmente diferente a la afgana. ¿Qué es lo que más le impacta?

Fue como viajar cien años en el tiempo. Todo era nuevo: la cultura, la lengua, la forma de vestir, de comer o de relacionarse. He tenido que empezar de cero otra vez. A pesar de que para la gente ya era una adulta -llegué con 21 años-, he tenido que aprender todo como un niño. Fue un choque enorme al que poco a poco me he ido acostumbrando.

¿Se encuentra con alguna similitud?

En el fondo, todos somos humanos. Tenemos muchas similitudes. Por ejemplo, cuando he escrito mi libro sobre los cuentos que me curaron, me encontré con que todas las historias que me contaba mi madre en Afganistán tienen una versión española o catalana.

¿Le ha costado digerir la libertad?

En Afganistán había ganado muchas libertades viviendo como hombre y era algo que ya tenía digerido. Sólo buscaba oportunidades para disfrutar. A una mujer que no haya vivido nunca la libertad quizás le costaría más, pero en un mundo donde una mujer no podía hablar con ningún hombre en la calle (ni siquiera familiares) yo abrazaba a mis amigos; donde ningún hombre podía ver o reunirse con una mujer, yo jugaba a cartas todas las noches con mis amigos… Para mi, no ha sido difícil relacionarme con un hombre en España, he hecho amigos fácilmente. Recuerdo cuando mi hermana catalana me presentó a sus amigos: las chicas se acercaron a darme dos besos, pero los chicos no. Fui a abrazarlos y ellos quedaron impactados porque tenían los pensamientos -o prejuicios- que sería muy difícil que una mujer afgana hablara o se relacionara con ellos.

¿Se ha encontrado con muchos de estos prejuicios?

Muchísimos. Yo soy creyente, soy una persona de fe, pero una cosa es lo que dice la religión y otra lo que cada uno hacemos. Esto ocurre en todas partes, no sólo en el mundo musulmán.

¿Ha cambiado España la visión que tenía sobre su país?

Cuando alguien no hace las cosas como yo, no puedo decirle que lo haga como dice Dios. La fe es una cosa y la práctica otra, pero si me pongo un pañuelo en la cabeza y luego miento o te robo; pienso que soy buena musulmana y en cambio hago daño a los demás, mi práctica no tiene sentido. Eso no lo pensaba cuando llegué aquí, pensaba que todo lo que hacemos está relacionado con Dios, pero yo fui buena musulmana gracias a unas personas que no son creyentes, mis padres catalanes. Los valores que me transmitieron me hicieron entender el valor real de mi fe. Ahora, mi prioridad es mi conexión con mi Dios, todo lo que puedo hacer bien lo hago: si no rezo o no hago Ramadán es algo entre él y yo.

En mi país hay un sabio que decía que “cada persona está colgando de sus propios pies”, en referencia a cuando los carniceros afganos cuelgan a los animales de sus pezuñas. Si yo hago algo mal,  tengo que responder yo y no se debe juzgar o etiquetar por el hecho de hacer una cosa o la otra. Todo esto lo he aprendido a través del conocimiento y me ha costado muchos años digerirlo.

Estudiar es la ilusión de su vida…

En general, es una oportunidad que poca gente tiene en Afganistán. Aunque en Kabul se han incrementado las posibilidades, también hay muchas limitaciones: no es como aquí, tienes que tener dinero. Y, aún así, tampoco hay buenos sistemas para acogerte y que puedas aprender… Aquí hay muchas oportunidades.

Y usted las ha aprovechado

Hice un grado superior de informática, otro de integración social y ahora he terminado la carrera de educación social. Mientras tanto, he ido haciendo otros cursos para ejercer de monitora de tiempo libre, me he sacado el carnet de conducir… No quiero parar de estudiar, ya estoy pensando en la siguiente carrera: quiero estudiar psicología, derecho o cooperación internacional.  Hasta los 16 años era analfabeta y ahora ha llegado el momento en que puedo aprender (aunque falta mucho para que llegue al nivel de un joven español). En Afganistán estudié sólo 5 años.

¿La ha cambiado España?

Con la edad siempre se cambia, aunque yo he cambiado mucho. Hay valores que no he querido perder por nada del mundo, pero he aprendido mucho y eso queda marcado.

Primero con El secreto de mi turbante y más adelante con La primera estrella de la noche decide explicar su història a miles de lectores ¿Por qué?

Quería romper con la ignorancia. La gente conocía Afganistán, pero siempre a través de  estereotipos: guerra, burka, drogas, armas, terrorismo… Con mis historias transmito que también hay ilusiones, emociones, familia, amistad, amor por el país o voluntad de conseguir un futuro de conocimientos y paz. Pensé que era muy necesario transmitir esta realidad de Afganistán.

Nadia Ghulam (Kabul) Foto: Francesc Sans
Nadia Ghulam (Kabul) Foto: Francesc Sans

¿Es la historia de Nadia una representación de la de Afganistán?

Afganistán es un país montañoso y de un pueblo a otro hay muchas diferencias, incluso culturales y lingüísticas. Todo Afganistán no representa la historia de Nadia, y Nadia no representa todo Afganistán. Hay mucha diversidad, diferentes maneras de pensar, elegir, creer… Soy una pequeña parte de ello.

En La primera estrella de la noche cuenta cuando, en 2010, vuelve a Afganistán por primera vez y las historias con las mujeres que allí deja durante dos viajes posteriores. ¿Cómo encuentra su país después de cuatro años en España cuando vuelve ya como Nadia?

Cuando me reencontré con mi familia pensé que algún día tenía que transmitir su historia.

Después de vivir en un país con total libertad, volver a otro con tantas limitaciones para las mujeres me hizo sentir muy triste. En Afganistán, como un hombre, viví con libertad y era inconsciente de la situación de muchas mujeres. Aunque, por otro lado, es mi país, mi casa y  mi paraíso sea lo que sea. Yo extraño mucho Afganistán, a pesar de que a veces me hiere su guerra, su violencia, su ignorancia y desconocimiento; pero es mi tierra.

¿No se han dado pasos adelante?

Hay zonas que están avanzando muchísimo. La globalización ha hecho que -por ejemplo- todo el mundo tenga móvil, pero por otra parte siguen sufriendo muchos atentados suicidas, existen escuelas donde no pueden estudiar mujeres, muchos pueblos donde ni siquiera hay escuelas,etc.

Cuando vuelve a Afganistán, ¿intenta transmitirle a sus hermanas lo aprendido en España?

Cinco dedos son hermanos, pero no iguales. Somos hermanas pero no tenemos las mismas ilusiones: la mia es estudiar, la suya casarse, tener hijos y que su marido las mantenga. Yo transmito todo lo que puedo y muchas veces vuelvo muy frustrada -cómo cuando pagué un curso a mi prima y no lo aprovechó-, pero mi padre catalán me dice: “Nadia, no todo está perdido, has hecho mucho y ahora necesitan tiempo para digerirlo, para saber dónde aplicarlo”. Pasan los años y veo que lo que aprendieron lo han aprovechado en alguna otra ocasión.

En La primera estrella de la noche habla de sus sentimientos al tener que usar la vestimenta impuesta a las mujeres cuando vuelve a Afganistán. Recientemente, la UE ha apoyado prohibir los símbolos religiosos en el trabajo, lo que incluye el velo. ¿Qué opinión le merece?  

Pienso que el burka y el niqab -que tapan casi todo el cuerpo- no son necesarios en Europa porque ni tan solo son obligatorios en el Islam; pero defiendo a las mujeres que quieran trabajar con un pañuelo en la cabeza.  Muchas veces juzgamos a las personas que son diferentes, pero las monjas también llevan un pañuelo, es su símbolo… No pasa nada hasta que no haga daño a los demás. Y no hablo por la gente europea, hablo por la misma mujer: ¿quien le dará trabajo con un burka? ¿Dónde está tu fe? ¿En su ropa negra o en su corazón? No hay que pelear por ello, a Dios no le importa tu pañuelo, le importa tu corazón.

Aunque soy partidaria del “donde fueres haz lo que vieres”, respeto muchísimo a las personas que llevan sólo pañuelo, las admiro; pero las que llevan burka en Occidente incluso hacen que alguien pueda insultar a mi fe y mi religión, a mi Dios. No es necesario. Dios no es injusto ni cruel, nosotros lo somos y provocamos eso.

A día de hoy, en Afganistán existen mujeres organizadas para reivindicar sus derechos…

Hay muchas chicas en movimiento y alucino con su fortaleza. Hacen actividades increíbles: manifestaciones, demandas al gobierno por los derechos de la mujer, deporte… Sin cambiar su identidad, su manera de ser -y con toda la sensibilidad- transmiten que son así y no las pueden cambiar. Por eso, cuando escribí La primera estrella de la noche y la gente me decía que era valiente, pensaba en que yo sí cambié mi identidad para que no me descubrieran. Estas mujeres luchan constantemente mostrando su identidad y esto es muy importante, pero no se suele hablar de ello en Europa.

Y desde España, ¿se lucha codo con codo?

Por el momento, yo no. Tengo pocos conocimientos y, con los estudios, poco tiempo. Por otro lado, tengo mucho miedo y sigo teniendolo porque lo que he vivido en Afganistán fue muy fuerte y psicológicamente aún no estoy preparada. Poco a poco iré haciendo, aunque ahora no estoy implicada directamente voy a ir trabajando para poder hacerlo a lo largo de mi vida.

Una pregunta casi obligatoria. ¿Se siente usted identificada con los refugiados que ahora llenan cientos de páginas en los medios?

Muchísimo. Es muy duro, nadie deja su tierra porque quiera. También veo mucha gente que ha sufrido la guerra o la violencia en su país y lleva diez años aquí sin conseguir papeles. Y no han venido porque les apetecía, sino porque no podían vivir, porque pasaban hambre o sus hijos estaban muriendo. El gobierno actual dice que estas personas son inmigrantes y tienen que volver a su país, y los que están detrás de la frontera son refugiados que no pueden venir a España. Es muy injusto, porque los que están aquí tampoco tienen posibilidades.

Por otro lado, cada día que los refugiados pasan en las fronteras es un gran mal para las futuras generaciones del mundo: este sentimiento de impotencia te empuja a hacer todo el mal posible hacia los demás. Y muchas personas como tú y yo -desde aquí- también nos sentimos impotentes, ante los grandes poderes no podemos hacer nada.

Después de haber vivido la intervención militar estadounidense en Afganistán, ¿cómo cree que debería actuar Europa para acabar con la situación de países inmersos en conflictos bélicos?

Intervenir a nivel militar es un mal más, genera más rabia y agrava el conflicto. La guerra no es la solución. Lo que puede hacer Europa es mandar jóvenes con conocimiento -hay muchas personas buenas en este mundo- que puedan enseñar, ayudar y acompañar. Necesitamos conocimientos para reconstruir nuestras tierras. Por otro lado, también pueden centrarse en la acogida de personas afectadas por la guerra, como el acompañamiento que me han hecho a mí mis padres catalanes. Yo soy una herramienta para vosotros: yo me iré a mi país, transmitiré todos los valores positivos que he aprendido aquí y acabaré con muchos estereotipos que los afganos tienen hacia los europeos. Soy un ejemplo para ellos y vosotros podéis formar muchas herramientas como yo, tenéis todas las posibilidades de hacerlo. No sólo mi familia, sinó que mis vecinos y mi barrio me miran. Si en cada barrio generas una herramienta, ¿qué cambios puedes llegar a implantar? Eso sí, no es tan fácil crear esta herramienta: mis padres catalanes llevan diez años trabajando conmigo, al igual que mi psicóloga. Cuando los políticos hablan de acoger a los refugiados durante seis meses… ¿Realmente creen que se curarà todo lo que han pasado en el campo de refugiados? No se le debe poner un plazo a trabajar con personas.

¿Qué papel pueden jugar las ONG?

Hacen muchas cosas, pero muchas veces no tienen la información necesaria o suficientes herramientas para intervenir bien. Si montan un proyecto -por ejemplo- para trabajar con mujeres afganas durante seis meses, deben justificar-lo a la persona que ha puesto el dinero y decirle que ha ido perfecto… Pero la ayuda altruista también es hacerlo y pensar que algún día dará sus frutos.

¿Piensa volver a Afganistán?

Lo único por lo que no podría quedarme a vivir en Afganistán es porque aquí tengo una familia también. No quiero dejar a mi familia catalana después de todo lo que me han ayudado: quiero que sientan que tienen una hija y una hermana más, porque así se han portado ellos conmigo. Yo estaré siempre a su lado cuando ellos quieran, y iré a Afganistán porque allí están mis padres y mi familia. Estaré entre estos dos mundos. Al final no tengo casa, mi casa está en todas partes.

Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.

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