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Statu quo significa “el estado actual” y también es un tipo de argumento que se basa en la falsa premisa “si algo permanece en el tiempo es porque funciona, por lo tanto, debe seguir así”. El statu quo es una poderosa trampa. Le sirve al poderoso para legitimar sus acciones, al ciudadano para evadir sus responsabilidades y al estulto para defender su posición.

Lo usa el taurino, que se jacta de infligir una tortura inimaginable, con el pretexto de la tradición y la cultura. Es un símbolo de España, una tradición que ha permanecido inalterada durante siglos, vocifera. También la esclavitud lo fue hasta hace bien poco (en el mundo occidental, que en esos “lejanos” lugares aún permanece) y nadie en su sano juicio se atrevería a defenderla.

Lo usa el policía, cuando mediante la “violencia legal” del estado disuelve a un “peligroso” grupo de manifestantes que gritan consignas con el culo pegado al suelo. En última instancia, la violencia siempre ha sido el único modo de mantener la paz social, se excusan. Sin embargo, también lo fue la pena de muerte hasta que a un grupo de gente con algo de humanidad se le ocurrió prohibirlo.

Lo usa el tertuliano de intereconomía, cuando patosamente se opone a la independencia de Cataluña con el burdo argumento de los enlaces culturales e históricos entre ambas naciones. Aragón y Castilla se fundieron bajo la Monarquía Española desde que en 1469 Fernando e Isabel se unieran en santas nupcias, argumentan. Sin embargo, también Suiza compartió lazos culturales e históricos con Alemania y Francia desde tiempos inmemoriales.

Lo usa el político, cuando defiende el actual sistema de democracia bipartidista como el mejor garante para la expresión de la voluntad y la opinión popular. Les recuerdo que nuestras acciones son legitimadas cada cuatro años en las urnas por una mayoría de españoles, así que sus multitudinarias protestas en nuestra contra no son forma legítima de participar, se esfuerzan en repetir. Sin embargo, también los reinados por “la gracia divina” se consideraron durante miles de años la mejor y única forma de gobierno.

Lo usa el ciudadano, lo usas tú, lo uso yo y lo usa aquel. Lo usamos cuando intentamos justificar nuestra apatía, nuestra pereza, nuestro miedo y parálisis ante el torrente diario de injusticias y disfunciones de nuestro mundo. Nos decimos que, aunque imperfecto, este modelo nos ha traído paz y bienestar durante más de medio siglo ¿para qué cambiar? ¿Para qué intentar mejorar? Mejor no tocar nada. Sin embargo, también el Imperio Romano y su pax trajeron décadas de tranquilidad y bienestar. Hasta que llegó Cómodo, que acabó con la dinastía de los cinco emperadores buenos.

Cómodo, fruto de un sistema a todos ojos injusto e imperfecto, es el símbolo de lo que ocurre cuando se cree a ciegas en un orden y nadie se atreve a cuestionar ni cambiar su statu quo. Roma parecía destinada a ser eterna. El imperio parecía el modelo definitivo. Pero no lo fue. ¿Dejaremos que nazca otro Cómodo? Quizás ya nació…

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