El pasado 15 de junio, en un nuevo impulso revolucionario, un cordón humano se propuso impedir que los diputados catalanes accedieran al Parlament. Probablemente sean los calores mediterráneos propios de estas fechas, pero esta corriente revolucionaria aparenta madurar más a la griega que a la islandesa.

El triunfo borbónico de Felipe V y su Decreto de Nueva Planta -prohibición de la lengua catalana, desaparición de instituciones catalanas como el Consell de Cent, etcétera- se plasmaron muy gráficamente en Barcelona, a través de la construcción de una ciudadela militar (para la cual se destruyó gran parte del barrio de la Ribera). La ciudadela era una fortificación militar que perseguía, en perfecta combinación con el castillo de Montjuïc, reprimir las sublevaciones barcelonesas de una manera eficiente y sanguinaria. La ciudadela representaba la represión monarquico-militar contra la sociedad civil. De aquella construcción quedan en pie la capilla, el Palacio del Gobernador -que actualmente es un instituto- y el polvorín, que hoy en día es el Parlament de Catalunya. 

Es poco probable que nadie en su sano juicio considere que un cordón humano pueda detener a todo un Parlamento -aunque sea un parlamento sin estado. El cuerpo de Mossos d’Esquadra mantenía cerrado el Parque de la Ciutadella desde el día 14, resucitando de esta manera aquello que, no hace tanto, representaba el fin del recinto. Algunos diputados llegaron en sus coches oficiales; otros,  escoltados por furgones policiales; otros lo hicieron a pie entre insultos, zarandeos, pieles de plátano y pintura en aerosol. Por su parte, el molt honorable president de la Generalitat de Catalunya, Artur Mas, junto a -entre otros- la presidenta del Parlament, Núria de Gispert, y el conseller d’Interior, Felip Puig, superaron la barrera humana de manifestantes gracias a un helicóptero. Pasaban quince minutos de la hora prevista -diez de la mañana-, cuando se inició la sesión que habilitaba el debate sobre los presupuestos que impondrían los recortes sociales. Por la tarde, un millar de manifestantes se dirigieron a la Plaça de Sant Jaume, mientras otros permanecían en la Ciutadella. 

Los medios de comunicación generalistas denunciaron, por unanimidad y en línea a lo esperado, la ilegitimidad de bloquear la actividad parlamentaria; así lo señalaba Media.cat, el observario crítico de los medios de comunicación. Se realizaron vehementes comparaciones con los hechos de octubre de 1934, así como el 23 de Febrero de 1981. Incluso algún periódico tituló “Ataque a la democracia en Catalunya”: ¡Menudo ataque más fulminante! ¡Una barrera humana! Ni las evidentes pruebas de policías de paisano infiltrados entre los manifestantes más aguerridos, ni el desmarque del movimiento del 15-M de las actuaciones violentas, han sido óbice para que los medios de comunicación condenaran a todo un colectivo. Son llamativos según qué titulares, tipo “el Movimiento 15-M dilapida la simpatía popular”, que pueden leerse en la prensa escrita: ¿acaso han hecho una encuesta representativa entre la población? ¿Cómo se atreven a erigirse en voz del pueblo? Sería rocambolesco si no resultara tan triste.  

La violencia minoritaria en un movimiento que ha hecho gala, desde sus orígenes, de una actitud pacífica, tan sólo ha logrado cargar de razones a Felip Puig (“Sólo yo entendí qué significaba el 27-M”, declaró, a modo de oráculo). Casi todos los tertulianos de los medios vendidos y que se venden se posicionan en contra de esta violencia minoritaria, que ha “manchado” sin remedio al simpático e inofensivo (aunque lo de las acampadas quizá empezaba a durar demasiado…) movimiento del 15-M y que, a su vez, sirve para condenar la parte por el todo. Lamentablemente, de la violencia estructural (40% de paro juvenil, contratos basura, desahucios, recortes en sanidad que se traducen en cierre de quirófanos, clases en barracones, agencias de calificación de deuda que especulan para que sus accionistas logren mayor tajada del negocio, etcétera) muy pocos hablan. Con este panorama, lo extraño es que las caras de susto entre la clase política -como ocurrió el 15-J- no sean más frecuentes. La próxima manifestación, el domingo 19 de junio.    

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