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Es curiosa la capacidad de algunas ONG de personificar la pobreza en caras de personas anónimas, en historias personales dramáticas, o incluso en bonitas historias de superación personal, para lograr donativos y adhesiones, y la escasa capacidad de poner nombres y apellidos a los causantes de dicha pobreza. Se recurre incluso a ingeniosas metáforas para evitar enfrentar-se a la dura realidad: la asistencia a las personas que viven en la pobreza, por más imprescindible que sea, no cambia un ápice las relaciones de poder generadoras de explotación y miseria. La campaña de Ayuda en Acción en la que se apela al monstruo del hambre, una ilustración de John Kenn Mortensen, para que se meta con alguien de su tamaño, es un ejemplo de la dificultad de organizaciones que todavía quieren definirse como apolíticas, para tomar partido en las luchas sociales.

 

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La pobreza y el hambre no son catástrofes naturales fruto del destino. Tienen causas políticas y son fruto de conflictos de intereses en los que, de momento, hay unos absolutos ganadores. Sin poner a la pobreza y los mecanismos de empobrecimiento en el centro del debate político (en el sentido amplio del término político), “solamente” estamos realizando una labor asistencial que, en el mejor de los casos, mantiene el statu quo. En este sentido, han aparecido algunos prestigiosos dedos oenegeros señalando a los gobiernos que han aprovechado la crisis para desarticular los mecanismos fiscales de redistribución. En el informe Gobernar para las élites, Oxfam denuncia que casi la mitad de la riqueza mundial está en manos de sólo el 1% de la población y que esta élite controla nada menos que 65 veces el capital que está en manos de la mitad más pobre de la población mundial. También denuncia que la crisis no ha afectado a todos por igual: las desigualdades se han incrementado porqué esta minoría se enriquece a un ritmo cada vez mayor. Las consecuencias de estas enormes desigualdades son un secuestro efectivo de los poderes públicos por parte de las élites que los usan a su conveniencia y la organización propone reformas fiscales que nos devuelvan a una función redistributiva de las arcas públicas, medidas de transparencia en las inversiones y los movimientos bancarios, la utilización de la recaudación fiscal para mantener los servicios sociales… En suma, poner freno a las reformas neoliberales y forzar una marcha atrás para recuperar posiciones.

 

Gobernar para las élites fue presentado en el Foro Económico Mundial de Davos, un espacio de debate donde se discuten y se deciden políticas de alcance global. Un espacio donde se reúnen “representantes” políticos de todo el mundo, instituciones internacionales, economistas y magnates y representantes de las corporaciones más importantes del planeta. En general, se trata de miembros del 1% y sus lacayos, a los que el informe en cuestión pretende convencer de que la desigualdad extrema es tremendamente injusta y puede llevar a situaciones ingobernables. Sin duda, Oxfam de un paso adelante para denunciar algunos de los mecanismos de empobrecimiento y de generación de desigualdades y para incidir políticamente. Pero el papel de redistribuidor de riqueza que puedan ejercer los estados mediante la política fiscal no es más que una corrección minúscula y muy parcial de la extracción de riqueza de las grandes mayorías sociales que el 1% lleva a cabo a diario.

 

Coincidiendo también con la celebración del Foro de Davos, el Transnational Institute, publicaba su informe Estado del poder 2014. Un mundo corporativo, en el que se describe el sistema de expolio al que se nos somete por parte de las corporaciones transnacionales que controla el 1%. 37 de las 100 mayores economías del planeta son empresas. Los ingresos en 2013 de Wal-Mart, Royal Duch Shell, Exxon Mobil, Volkwagen o Samsung, fueron superiores que el PIB de países como Marruecos, Hungría, Nueva Zelanda o Qatar. Si nos fijamos en los ingresos, las cinco mayores corporaciones del mundo son Wal-Mart, Royal Dutch Sell, Exxon Mobil, Sinpec-China Petroleum y BP. Pero si tomamos en consideración los activos, el top 5 lo forman ICBC, HSBC Holdings, MitsubishiUFJFinancial, BNP Paribas y JPMorgan Chase, todas corporaciones dedicadas a las finanzas. Y es que menos del 1% de las empresas del planeta (todas ellas Bancos) controla las acciones del 40% de las compañías mundiales.

 

Lejos de la mitología creada por los think tanks neoliberales, estas empresas no generan “desarrollo”, sino que forman parte del núcleo duro de las herramientas de extracción de rentas que posee el 1% para enriquecerse y su acción transnacional las sitúa en un espació político y jurídico dónde poca capacidad de actuación tienen los Estados (suponiendo que tuvieran la más mínima intención de actuar para limitar su poder). Existen movimientos de resistencia y de denuncia de los impactos de las empresas transnacionales en todo el globo. Se denuncia la explotación laboral que sufren millones de obreros y obreras en sectores como la moda o la electrónica y que incumbe a monstruos empresariales como Inditex, Apple o Samsung; los fraudes sistemáticos cometidos por la banca en materia de hipotecas y productos derivados, y que no es una cuestión de bancos en quiebra puesto que afecta a grandes triumfadores como JPMorgan Chase; grandes daños al medio ambiente provocados por Chevron en Ecuador, Brasil o Birmania, por Royal Dutch Shell en Nigeria, por BP en Alaska y el Golfo de México… La lista de abusos, que en la mayoría de los casos quedan impunes, es interminable.

 

Una lucha real contra la miseria, contra el empobrecimiento de comunidades y personas en todo el mundo, contra la humillación y criminalización sistemática de las víctimas de la globalización capitalista, pasa por la solidaridad en las batallas contra los mecanismos de poder que son utilizados para la extracción de rentas, sean Estados o empresas transnacionales. Conformarse con la redistribución de una parte minúscula de los frutos de la explotación no acabará con la pobreza.

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