El maestro que prometió el mar (2023), dirigida por Patricia Font y basada en la novela homónima de Francesc Escribano, es una de las joyas del cine español reciente, una obra que trasciende las barreras del drama histórico para convertirse en un testimonio profundamente humano y conmovedor. Con un reparto encabezado por Enric Auquer y Laia Costa, esta película no solo rinde homenaje a los maestros republicanos que transformaron la educación en la España de los años 30, sino que también teje una narrativa dual que conecta pasado y presente a través de la memoria histórica. A lo largo de sus 105 minutos, el filme nos invita a reflexionar sobre el poder transformador de la educación, la resiliencia del espíritu humano y la importancia de no olvidar las heridas de la guerra civil española. El maestro que prometió el mar logra ser una obra emotiva, necesaria y profundamente inspiradora, destacando por su dirección, guion, actuaciones, cinematografía y relevancia temática.
Una narrativa dual que une pasado y presente
La película se estructura en dos líneas temporales que se entrelazan con maestría, creando un diálogo entre el pasado y el presente que enriquece su mensaje. Por un lado, conocemos a Ariadna (Laia Costa), una joven que, en 2010, se embarca en la búsqueda de los restos de su bisabuelo, desaparecido durante la guerra civil española. Su viaje la lleva a Burgos, donde se está exhumando una fosa común en La Pedraja, un lugar que simboliza el dolor colectivo de un país que aún lidia con las cicatrices de su pasado. Por otro lado, la película nos transporta a 1935, al pequeño pueblo de Bañuelos de Bureba, donde el joven maestro Antoni Benaiges (Enric Auquer) llega con una misión: transformar la educación de sus alumnos a través de métodos innovadores inspirados en la pedagogía Freinet.
El guion, escrito por Albert Val, adapta con sensibilidad la novela de Escribano, que a su vez se basa en hechos reales y testimonios de descendientes de la época. La narrativa dual no solo conecta a Ariadna con la historia de su bisabuelo, sino que también establece un paralelismo entre el idealismo del maestro y la lucha contemporánea por recuperar la memoria histórica. Aunque algunos críticos han señalado que la trama del presente, centrada en Ariadna, queda algo desdibujada en comparación con la vibrante historia del pasado, esta aparente debilidad se compensa con la emotividad de la coda final, donde pasado y presente convergen en un abrazo simbólico que cierra la película con lágrimas en los ojos.
Enric Auquer: El alma luminosa de la película
Si hay un elemento que eleva El maestro que prometió el mar a la categoría de obra imprescindible, es la interpretación de Enric Auquer como Antoni Benaiges. Auquer, ganador de un Goya por Quien a hierro mata, entrega una actuación magistral que destila entusiasmo, ternura y compromiso. Su Benaiges es un faro de esperanza en un entorno rural marcado por la pobreza, el analfabetismo y las tensiones sociales previas al estallido de la Guerra Civil. Desde el momento en que llega al pueblo, con su acento catalán y su imprenta portátil, Auquer imbuye al personaje de una energía contagiosa que hace creíble su capacidad para transformar a sus alumnos y ganarse su confianza.
Cada gesto, cada mirada y cada palabra de Auquer están cargados de autenticidad. Su interpretación captura la esencia de un maestro que no solo enseña, sino que inspira, que no solo educa, sino que despierta la imaginación y la libertad de pensamiento. En una de las escenas más memorables, Benaiges convence a un alumno reticente de la importancia de aprender a escribir para comunicarse con su padre ausente, demostrando que la educación no es un fin en sí mismo, sino un medio para conectar con los demás y dar sentido a la vida. Este momento, sencillo, pero profundamente humano, encapsula el espíritu del personaje y el mensaje de la película: la educación es una herramienta de transformación social y personal.
La dirección de Patricia Font: Sensibilidad y precisión
Patricia Font, en su segundo largometraje tras la comedia Gente que viene y bah, demuestra una versatilidad impresionante al abordar un drama histórico con tanta delicadeza como contundencia. Su dirección es sobria pero efectiva, logrando capturar la esencia de la época y el lugar sin caer en excesos melodramáticos. Font utiliza la cámara con inteligencia, alternando planos íntimos en las aulas, que resaltan la conexión entre el maestro y sus alumnos, con imágenes más amplias que muestran la crudeza del entorno rural y la opresión latente de la época. Los colores cálidos de la fotografía, a cargo de David Valldepérez, contrastan con la frialdad de las escenas de exhumación, creando un equilibrio visual que refleja la dualidad entre esperanza y tragedia.
Font también destaca en su manejo del reparto infantil, un desafío que supera con creces. Los niños de Bañuelos de Bureba no solo actúan con naturalidad, sino que se convierten en el corazón de la película, reflejando la inocencia y la curiosidad que Benaiges busca nutrir. Las escenas en el aula, donde los alumnos crean sus propios cuadernos con la imprenta, son un canto a la creatividad y al aprendizaje colaborativo, evocando obras como Los chicos del coro o La lengua de las mariposas, pero con una identidad propia que evita los clichés.
Un guion que equilibra emoción y denuncia
El guion de Albert Val es uno de los grandes aciertos de la película. A partir de la novela de Escribano y la documentación del fotógrafo Sergi Bernal, Val construye una historia que combina la emotividad de los pequeños triunfos cotidianos con la denuncia de las injusticias históricas. Los diálogos son realistas y están impregnados de una sensibilidad que refleja las esperanzas y los temores de los personajes. Momentos de humor sutil, como las interacciones entre Benaiges y los padres conservadores del pueblo, aligeran la tensión sin desvirtuar el tono dramático.
La película no elude la dimensión política de la educación. Benaiges, como representante de los ideales de la Segunda República, se enfrenta a la resistencia de las fuerzas conservadoras, personificadas en el cura local y otros habitantes del pueblo. Sin embargo, el guion evita caer en el maniqueísmo, mostrando que incluso en un entorno hostil, el maestro logra ganarse el respeto de algunos escépticos a través de su compromiso y su humanidad. La promesa de llevar a los niños a ver el mar, un símbolo de libertad y horizontes abiertos, se convierte en el eje emocional de la película, un recordatorio de que los sueños pueden perdurar incluso frente a la tragedia.
Memoria histórica: Un tema necesario y vigente
El maestro que prometió el mar no es solo una historia sobre un maestro excepcional; es también un recordatorio de las heridas abiertas de la guerra civil española. La trama del presente, aunque menos desarrollada, cumple una función crucial al mostrar el proceso de exhumación de fosas comunes, un tema que sigue siendo polémico en España. La película no busca ser un panfleto, sino una reflexión sobre la importancia de recuperar la memoria de las víctimas de la represión. La participación de un arqueólogo forense real, Francisco Echeverría, añade autenticidad a estas escenas, que transmiten la frustración y el dolor de quienes buscan respuestas sobre sus seres queridos.
La conexión entre las dos líneas temporales, aunque no siempre perfecta, logra su propósito al subrayar que el legado de Benaiges no se limita a su tiempo, sino que resuena en las generaciones futuras. La película nos recuerda que la memoria histórica no es solo un acto de justicia, sino también una forma de sanar y construir un futuro más consciente. En este sentido, El maestro que prometió el mar se posiciona como una obra valiente y necesaria, especialmente en un contexto donde la revisión del pasado sigue generando controversias.
Aspectos técnicos: Una producción cuidada
Desde el punto de vista técnico, la película es impecable. La dirección de arte de Josep Rosell recrea con precisión el ambiente de la España rural de los años 30, mientras que la banda sonora de Natasha Arizu del Valle aporta una capa sensorial que intensifica la emotividad de la historia. La fotografía de David Valldepérez, con sus tonos cálidos y azules, no solo distingue visualmente el pasado del presente, sino que también refuerza el simbolismo del mar como un espacio de libertad y promesa. El montaje, a cargo de Dani Arregui, mantiene un ritmo fluido que permite que la película respire sin perder intensidad.
Una película que educa, emociona y repara
El maestro que prometió el mar es una obra que abraza y duele al mismo tiempo. Es un homenaje a los maestros republicanos que, como Antoni Benaiges, arriesgaron todo por llevar la luz del conocimiento a sus alumnos. Es también un recordatorio de las víctimas de la Guerra Civil, cuyas historias merecen ser contadas y recordadas. Con una dirección sólida, un guion inteligente y una interpretación inolvidable de Enric Auquer, la película logra ser mucho más que un drama histórico: es un canto a la esperanza, a la educación y a la memoria.
Recomendaría esta película a cualquier espectador, pero especialmente a docentes y familias que quieran reflexionar sobre el valor estratégico de la educación para construir una sociedad más libre y justa. En un año cinematográfico que no alcanzó las cotas de 2022, El maestro que prometió el mar brilla como una de las mejores producciones españolas de 2023, merecedora de un lugar destacado en los anales del cine nacional. Su mensaje resuena con fuerza: enseñar no es solo un acto académico, sino un compromiso profundamente humano y político que puede trascender el tiempo, la guerra y hasta la muerte.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.





