En los últimos años, Barcelona se ha convertido en un campo de pruebas para formatos de ocio que nacieron a miles de kilómetros de aquí. Desde el karaoke privado japonés hasta los escape rooms húngaros, la ciudad condal importa, adapta y hace suyas tendencias que primero triunfaron en otras capitales. Una de las últimas incorporaciones son los self-portrait studios: espacios donde tú mismo haces tus fotos sin fotógrafo presente, un concepto que arrasa en Seúl, Los Ángeles y Nueva York, y que ahora echa raíces en el centro de Barcelona.
Del espejo mágico de Seúl al Eixample barcelonés
La historia comienza en Corea del Sur, país donde la cultura visual de Instagram se mezcló con algo muy coreano: la vergüenza ante las cámaras. En una sociedad donde hacerse fotos es casi obligatorio pero posar delante de un desconocido genera incomodidad, alguien tuvo una idea brillante: ¿y si la cámara estuviera escondida detrás de un espejo?
El concepto es simple pero efectivo. Un espejo semitransparente permite que la persona se vea reflejada mientras la cámara, invisible detrás del cristal, captura la imagen. El cliente tiene un mando en la mano, controla la música, el tiempo, las poses. No hay nadie mirando. No hay prisa. Y si una foto no sale bien, se hace otra. Y otra. Hasta que todos estén contentos.

Lo que empezó como un fenómeno local en barrios de Seúl como Gangnam y Hongdae se expandió rápidamente a otras metrópolis. Londres abrió sus primeros estudios en 2019. Los Ángeles y Nueva York siguieron poco después. Moscú, Tokio, Berlín. Cada ciudad adaptó el formato a su público, pero la esencia permaneció: libertad sin presión, volumen sin coste extra, y calidad profesional sin necesidad de experiencia.
Barcelona se incorporó a esta ola en 2024 con YOULO, un self-portrait studio a 50 metros de Plaza Catalunya que adapta este formato coreano al público local e internacional. El concepto llegó para quedarse, especialmente entre familias con niños, grupos de amigos celebrando cumpleaños, y parejas que buscan fotos juntos sin la típica rigidez de una sesión formal.
Por qué funciona: la psicología del espejo
Hay algo profundamente liberador en no tener a alguien mirándote mientras intentas relajarte delante de una cámara. Los estudios tradicionales con fotógrafo tienen su lugar —y lo seguirán teniendo—, pero requieren una disposición especial: estar cómodo siendo dirigido, confiar en la visión de otra persona, aceptar que las fotos que salgan serán las que el profesional considere mejores.
El self-portrait studio invierte la ecuación. Aquí el control es tuyo. Si tu hijo de tres años no quiere sonreír, no pasa nada: tienes 40 minutos y 200 intentos. Si quieres hacer el tonto con tu pareja, adelante, nadie os juzga. Si necesitas hacerte 50 selfies para Instagram hasta que salga el ángulo perfecto, aquí tienes luz profesional y todo el tiempo del mundo.
Esta democratización de la fotografía profesional responde a un cambio generacional. La Generación Z y los millennials rechazan cada vez más las poses artificiales. Quieren autenticidad, pero no a costa de la calidad. Quieren verse bien, pero siendo ellos mismos. Y sobre todo, quieren opciones: en lugar de 20 fotos seleccionadas por un fotógrafo, prefieren tener 200 y elegir ellos mismos cuáles compartir.

El dato más revelador: el 80% de las reservas en estos estudios son para celebrar cumpleaños. No es casualidad. Un cumpleaños no requiere la solemnidad de una boda ni la intimidad de un recién nacido. Requiere diversión, complicidad, fotos donde todos salgan bien para poder compartirlas al día siguiente. El self-portrait studio responde exactamente a esa necesidad.
La otra cara de la moneda: cuando la fotografía tradicional también evoluciona
Pero sería un error pensar que este formato «DIY» viene a sustituir al fotógrafo profesional. Lo que está pasando es más interesante: ambos formatos están evolucionando hacia la misma dirección, aunque desde puntos de partida distintos.
Tomemos como ejemplo las sesiones de fotos navideñas. Durante décadas, estas sesiones fueron sinónimo de decorados artificiales: árboles de plástico, trineos de cartón, Papás Noel de atrezzo. Familias españolas posaban delante de escenarios que parecían sacados de un catálogo americano de los años 80, con sonrisas forzadas y niños incómodos vestidos de terciopelo rojo.
Hoy, esa estética ha caducado. Las familias barcelonesas —igual que las de Madrid, Valencia o Sevilla— rechazan el artificio. Quieren fotos que parezcan suyas, que reflejen cómo son de verdad, aunque sea en contexto navideño. Quieren la calidad profesional de un estudio, pero con la naturalidad de una tarde en casa.
Estudios fotográficos como Wonderstory han captado este cambio. Su enfoque navideño prescinde de los decorados recargados: nada de nieve falsa ni renos de cartón. En su lugar, proponen sesiones con luz natural, fondos neutros, ropa cómoda, y sobre todo, tiempo para que la familia sea familia. Los niños pueden moverse, los padres pueden relajarse, y el fotógrafo captura momentos reales en lugar de poses estudiadas.
Es curioso: tanto el self-portrait studio como la fotografía profesional moderna persiguen lo mismo. Ambos rechazan el artificio. Ambos priorizan la comodidad del cliente. Ambos entienden que una buena foto es aquella donde las personas se reconocen a sí mismas.
Dos formatos, dos necesidades: coexistencia en lugar de competencia
Entonces, ¿cuál elegir? La respuesta es que no hay competencia real, porque responden a necesidades distintas.
El self-portrait studio brilla en contextos de celebración, grupos grandes, y momentos donde el proceso importa tanto como el resultado. Es perfecto para un cumpleaños con amigos, una tarde de pareja haciendo el tonto, o una familia con niños pequeños que necesitan libertad para jugar. El volumen de fotos (200-400 en una sesión de 40 minutos) garantiza que todos encuentren imágenes donde salen bien, y el precio —entre 50 € y 90 € según el formato— lo hace accesible.
La sesión con fotógrafo profesional, en cambio, es insustituible para momentos que requieren experiencia, sensibilidad y guía experta. Un recién nacido de 10 días necesita ser manejado con cuidado, iluminado correctamente, capturado en esos ángulos imposibles que solo un ojo entrenado detecta. Una mujer embarazada de 32 semanas merece que alguien sepa cómo posar su cuerpo para que se sienta hermosa. Una familia de tres generaciones —abuelos, padres, nietos— requiere composición, paciencia, y la habilidad de conseguir que todos miren a cámara al mismo tiempo.
Barcelona, como ciudad cosmopolita que es, no tiene que elegir. Abraza ambos formatos porque entiende que la diversidad es riqueza. Hay espacio para el espejo mágico coreano y para la sesión íntima con Tami. Para las 200 fotos de cumpleaños y para los 20 retratos cuidadosamente editados de un recién nacido.

Lo que ambos formatos comparten —y esto es lo verdaderamente interesante— es un rechazo al viejo modelo de la fotografía comercial: ese donde el fotógrafo era una figura distante, el cliente un sujeto pasivo, y el resultado una imagen perfecta pero fría. Hoy, ya sea con un mando en tu mano o con un profesional a tu lado, lo que se busca es lo mismo: autenticidad capturada con calidad profesional.
El futuro ya está aquí
Barcelona lleva años demostrando que tiene olfato para detectar tendencias globales antes de que exploten. Fue pionera en traer el brunch americano, en popularizar el poke hawaiano, en convertir el vermut en ritual millennial. Ahora le toca al ocio experiencial basado en la imagen.
El self-portrait studio no es una moda pasajera. Es la respuesta a una generación que creció con smartphones en las manos, que entiende la luz y los ángulos de manera intuitiva, y que valora la autonomía por encima de la dirección. Pero tampoco es la panacea. Hay momentos que requieren la mano de un profesional, la experiencia de quien ha disparado 10.000 sesiones antes que la tuya.
La buena noticia es que no hay que elegir. Puedes celebrar tu cumpleaños con 200 fotos hechas por ti mismo en un estudio con espejo mágico, y seis meses después contratar a una fotógrafa para que capture la llegada de tu bebé. Puedes hacer fotos navideñas con toda la familia en un estudio lifestyle, y luego reservar una sesión DIY para tu aniversario de pareja.
Barcelona importa formatos, los prueba, los adapta, y finalmente los hace suyos. El self-portrait studio coreano ya es tan barcelonés como el vermut del domingo o el paseo por la Barceloneta. Y la fotografía profesional, lejos de desaparecer, se reinventa cada día para seguir siendo relevante en una era donde todo el mundo tiene una cámara en el bolsillo.
Al final, lo que importa no es quién aprieta el botón. Lo que importa es que las fotos te gusten, que las quieras compartir, que dentro de 10 años las mires y pienses: «éramos así, y éramos felices». Y eso, con espejo mágico o sin él, siempre va a necesitar un buen estudio, buena luz, y tiempo para ser tú mismo.
Este artículo ha sido redactado y/o validado por el equipo de redacción de Revista Rambla.





