Antonio Muñoz Molina: el torbellino narrativo al servicio de la historia. La narrativa española de nuestro tiempo pasa por un periodo de auge y gran calidad. Si pretendemos rastrear los inicios del encumbramiento, quizá podamos decir que todo se inició con la novela experimental de los años 70 (Juan Goytisolo, Juan Marsé, Juan Benet). A esta le siguió la promoción de los nacidos entre los años cuarenta y los años cincuenta.

Aunque estos no configuran una generación con características comunes, según establecen los estudios literarios, sí tienen unas señas de identidad evidentes. En ellas destacan dos aspectos fundamentales:

  1. La vivencia del inicio de la Transición
  2. La ruptura con la experimentación formal que implicaba centrar el ejercicio novelístico (de nuevo) en contar una historia.

Estos autores empezaron a destacar en los años ochenta, y durante esa década y las dos siguientes produjeron una veintena de novelas muy memorables. Entre ellos se encuentran Álvaro Pombo (1939), Enrique Vila-Matas (1948), Javier Marías (1951-2022) y Antonio Muñoz Molina (1956).

Un autor querido por crítica y público

Muñoz Molina estudió Historia del Arte en Andalucía (su tierra natal) y después Periodismo en Madrid. Ha sido un colaborador muy prolífico en prensa (y crítica de arte), pero no cabe duda de que es en esencia un narrador de ficción. Muchos son los registros que ha practicado: cuento, novela, crónica, memorias y hasta teatro, aunque esto último es menos conocido. Su carrera de novelista empezó en los años ochenta con la publicación de tres historias policiales: Beatus ille, El invierno en Lisboa y Beltenebros. Desde el principio, fue muy bien recibido por los lectores y la crítica.

En 1991 publicó El jinete polaco, una novela complejísima pero muy gustada que, además, lo catapultó a la fama internacional.

Desde entonces, sus libros han aparecido con regularidad y siempre han recibido el beneplácito del lector y la crítica. El momento culminante de su carrera le llegó en 1997 con la aparición de Plenilunio, una novela de corte policial considerada una de las obras maestras del género en lengua española del siglo XX.

La obra de ficción de Antonio Muñoz Molina parece alternar intrincadas construcciones sintácticas propias del barroco con una prosa suave y complaciente. Destacan en su carrera también Sefarad (2001), El viento de la luna (2006) y Como la sombra que se va (2014). Su más reciente novela se titula No te veré morir (2023) y en ella conjuga tanto elementos de un complejo ejercicio de estilo como una narración fluida.

Preocupaciones recurrentes

Hay en el autor andaluz una constante de temas, preocupaciones y obsesiones que se repiten de diversas maneras y que han contribuido mucho a la consolidación de su estilo.

Uno de estos es la relación amorosa que fracasa por la indecisión de los hombres y la certeza de las mujeres que sí saben lo que quieren. Otro es la concepción de la sexualidad libérrima que muchos personajes tienen. Éstos rompen con las convenciones sociales. En algunos casos, el autor se preocupa por escudriñar los límites de esa libertad sexual y el peligroso abismo en el que pueden caer violadores y psicópatas (Plenilunio, el cuento “La gentileza de los desconocidos”).

Otro asunto que regresa una y otra vez a sus novelas es la lucha de los personajes por dejar atrás su vida provinciana y anónima. De esta lucha se derivan muchas veces el desarraigo y la pérdida de la identidad nacional.

Temas también constantes en sus textos son las atrocidades humanas, principalmente las políticas. Con mucha frecuencia los protagonistas de sus novelas formaron parte del bando triunfador durante la guerra civil española, pero casi siempre están a disgusto con el triunfo y la humillación a los republicanos.

No te veré morir

Todos estos asuntos y más los podemos encontrar en su última novela: No te veré morir. La obra se divide en cuatro secciones y cuenta los amores contrariados de dos amigos: Gabriel Aristu y Adriana Zuber que, después de ser amantes en su juventud, se separan y no vuelven a verse hasta ya entrados en la senectud.

Las cuatro secciones están narradas con ese sistema aparentemente sin orden que caracteriza la obra del autor. Pero en realidad, hay una conducción rigurosa en el relato de los acontecimientos: se va de un tema a otro, de un pensamiento a otro, de una observación a otra de los personajes o del narrador, pero no se pierde el objetivo de contar una historia.

Entre digresión y digresión se desgrana una trama interesantísima que muestra las grandezas y las debilidades humanas. Cada una de las secciones parece ser un torbellino que gira en torno a un hecho que acaba planteando un enigma.

Por ejemplo, en la primera sección, el motivo central es contar cómo se vieron clandestinamente los amantes en la última noche que estuvieron juntos en 1965. Inesperada y sorpresivamente, Adriana, casada, le pide a Gabriel que se la robe, que se la lleve a Los Ángeles. Él no responde y ella no insiste porque intuye que no lo hará.

De la misma manera sucederá con las otras tres, el libro se interrumpe en el momento mismo del clímax de la cuarta sección, un giro que deja en suspenso la historia.

Tras repetir las primeras líneas del libro –“Si estoy aquí y estoy viéndote y hablando contigo, esto ha de ser un sueño, dijo Aristu, mirando a su alrededor con asombro, con gratitud, con incredulidad, con el miedo a que en cualquier momento se disipara todo”–, Adriana le hace una inesperada petición a Gabriel, tan provocadora como la que muchos años antes le había hecho.

Al leerlo, el lector se pregunta: ¿ahora sí hará lo que le pide? El enigma no se resuelve completamente. Muñoz Molina le indica al lector que ahora es él quien está en la tesitura de dar su propia respuesta.

*Ramón Moreno Rodríguez es Profesor-Investigador en el área de la lengua y las literaturas hispánicas (Especialista en narrativa española), Universidad de Guadalajara


Fuente original: https://theconversation.com/antonio-munoz-molina-el-torbellino-narrativo-al-servicio-de-la-historia-228844

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