He de confesar que hasta la redacción de este artículo siempre había mirado a Amy Winehouse de reojo. Tal vez la canonización que sufrió en pocos años me causó rechazo o, simplemente, no supe ver en su momento lo que había detrás de esta gran mujer, seguramente porque en ese tiempo estaba más pendiente de la imbecilidad.

No obstante, en el breve, pero intenso proceso de documentación, he descubierto a una artista ciertamente fascinante, perturbadora e incluso divertida. Para reencontrarme con ella se me ocurrió abrir Spotify y tratar de recordar algún tema de Back to black (2006) y ahí empecé a desmoronarme. Una extraña sensación de culpabilidad me conmovió por dentro. ¿Cómo dejar escapar a ese animal?

Esa voz rara, a la par que moderna, poderosamente nostálgica, que se expande desde lo más profundo de su alma, parece imposible de aflorar en una chica humilde, bajita, delgaducha, de los suburbios de Southgate. Sus líneas vocales pertenecen a otro universo y la vulnerabilidad en su forma de cantar es increíblemente conmovedora. Entonces entendí que aquí empezaba todo.

El tema que da nombre al disco, Back to black, es simplemente perfecto. Es imposible interpretarlo de otra manera que no sea esa. Y el piano que la acompaña durante los cuatro minutos que dura la pieza, convierten a esta canción en una obra delicadamente exquisita. En Rehab (rehabilitación), en cambio, Winehouse lleva su voz a los reinos del rithm and blues con toques pop, dejando una imprenta alucinante con un aullido poderoso de expresión conmovedora: me dijeron que me rehabilitara y no quise, no, no, no…, canta. Toda una liberación. Cada nota, cada palabra, es algo profundamente personal.

Y es que si algo hace terrenal a Amy Winehouse es ese placer que siente al descarnarse en sus letras. Ejemplo de ello es You Know I’m No Good donde dice: Lamer tus labios mientras me enjabono los pies / Entonces notas que la alfombra arde / Mi estómago se desploma y mis tripas se revuelven / Te encoges de hombros y eso es lo peor / ¿Quién clavó realmente primero el cuchillo? Genial. Todo con la mejor versión jazzística de la londinense, una voz eternamente unida a esa especie de ritmo surgido de las brumas de un banger moderno y, luego, ese pegadizo riff metálico que te atrapa, te envuelve, y no te suelta.

Me permitirán que de su muerte no escriba ni una sola línea. No diré lo mucho que me molesta eso de ‘el club de los 27’, ni que me apiade de su final. No sería justo. Amy Winehouse era -y, en cierto modo, es- un espíritu libre. Vivió y murió como mejor supo, o simplemente, como le dio la gana, y ante eso no hay motivo alguno por el que sentir pena, compasión o lástima. Hacerlo sería no entender su verdadera naturaleza.

*Foto: Amy Winehouse en 2007. Starface

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